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¿Civilización del bienestar o de la santidad?

                                          
Queridos amigos y hermanos de ReL: la liturgia de este domingo 26º del tiempo ordinario, en el Ciclo C, es una exhortación a considerar las tremendas consecuencias de una vida relajada y frívola. El Evangelio es de san Lucas, capítulo 16, versículos del 19 al 31.
 
La actual civilización del bienestar no quiere comprender que estamos llamados a vivir heroicamente, no cómodamente. La vida encerrada en los estrechos horizontes de los placeres terrenos es de por sí negación de la fe, impiedad y ateísmo práctico con el consiguiente desinterés por las necesidades ajenas.
 
Este aspecto aparece ilustrado en el Evangelio con la parábola que contrapone la vida del epulón a la del pobre Lázaro. A primera vista el rico epulón no parece tener más pecado que su excesivo apego al lujo y a la buena mesa; pero, yendo más a fondo, se descubre en él un absoluto desinterés de Dios y del prójimo.
 
Todos sus pensamientos y preocupaciones se limitan a banquetear espléndidamente cada día (ib 19), totalmente despreocupado del pobre Lázaro que desfallece a su puerta. En cuanto a éste, es fácil reconocer en él uno de esos pobres que aceptan con resignación su suerte con la confianza puesta en Dios. Por eso cuando les sobrevino a ambos la muerte, a Lázaro “los ángeles lo llevaron al seno de Abrahan” (ib 22), mientras el rico se hundió en el infierno (ib 23).
 
En el diálogo que sigue entre el rico abrasado por la sed y el padre Abrahán se subraya la inexorable fijación del destino eterno, correspondiente por otra parte a la voluntaria posición tomada por el hombre en vida: el que creyó en Dios y se confió a él, en él tendrá su porción eterna; el que se dio al placer, portándose como si Dios no existiese, quedará eternamente separado de él.
 
Es obvio deducir que pobreza y sufrimiento lejos de ser signos de la reprobación de Dios, son medios de que él se sirve para inducir al hombre a buscar bienes mejores y a poner en Dios su esperanza. Mientras la prosperidad y las riquezas con frecuencia hacen al hombre presuntuoso y menospreciador de Dios y de los bienes eternos, son un lazo que sofoca todo anhelo a realidades más altas.
 
La segunda lectura (1 Tim 6, 11-16) en la exhortación con que comienza está en el polo opuesto de la búsqueda desbordada de los bienes terrenos. “La codicia es la raíz de todos los males” (ib 10), acaba de decir san Pablo en los versículos precedentes, y añade enseguida: “Tú, en cambio, siervo de Dios, huye de todo esto, practica la justicia, la religión, la fe, el amor…” (ib 11).
 
“El siervo de Dios” –el sacerdote, la persona consagrada o el apóstol laico- debe guardarse de toda forma de codicia, cosa que escandaliza muchísimo a la gente sencilla y aun a los mismos mundanos. Está llamado a cuidarse de intereses muy diferentes, a combatir “el buen combate de la fe”, a la “conquista de la vida eterna” (ib 12), no sólo para sí, sino para la grey que el Señor le ha encomendado.
 
Con mi bendición.
Padre José Medina
 
“Intimidad divina” es un libro de meditaciones sobre la vida interior para todos los días del año, todo un clásico, cuyo autor es el P. Gabriel de Santa María Magdalena, carmelita descalzo, (1893-1953). Es uno de los grandes maestros del siglo XX, estas meditaciones en texto y en audio, síntesis y readaptación de las suyas, las presento como un sentido homenaje y con el sincero empeño, de darlo a conocer a las nuevas generaciones de cristianos.

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