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Escalando enero

Todo lo que han tenido los días pasados de encanto reestrenado y de gozo compartido, ha sucumbido implacable ante el rigor del calendario que no admite jamás un botón de pausa para el regocijo. La temible fecha de caducidad que tanto nos preocupa en productos comestibles, también nos impone su calenda final cuando los tiempos y los eventos terminan. Así, volvemos a las cajitas de guardar nuestros recuerdos: lo que en estos días navideños ha podido llenar de ilusión y de esperanza la vida cotidiana. En torno al misterio de Dios que se hace hombre y acompaña cada tramo de nuestro sendero, hemos vuelto a brindar con aquellos que queremos por tantos motivos en unos días entrañables, mientras soñábamos juntos en un nuevo año que comienza que es posible intentar de nuevo tantas cosas fallidas, extrañas o enfrentadas.

No es una ficción vacía o una formalidad sin rostro, sino el anhelo que brota de lo más sincero de nuestra alma cristiana: agradecer que aquello que sucedió hace dos mil años entonces, sigue sucediendo ahora entre nosotros, y que la gracia de la navidad no es un mazapán que se consume y termina sin más en las fechas convenidas, ni tampoco unas luces que se desenchufan dejándonos apagados en el apagón de nuestras sonrisas, sino que tal gracia nos acompañará en cada momento de estos doce meses aún por estrenar. Y por eso brindamos con la más osada y realista ingenuidad al llegar el nuevo año 2017. Ya la fecha nos habla de un hecho acontecido hace ese tiempo y que se ha hecho contemporáneo de cada generación: el Señor que nos propuso el camino que nos conduce a nuestro destino, se ha hecho caminante cercano y discreto para que el viaje sea posible y acompañado por Él en todos sus vericuetos, andanzas, gozos y pesares.

Al comenzar este año, quizás vemos en lontananza no pocos retos que, tanto personal como socialmente, nos desafían como ciudadanos creyentes: hay nubes y hay soles, horizontes límpidos y nubarrones, las noticias consabidas y algunas que nos sobresaltarán sin cita previa con sus disgustos y sus traiciones. Todo eso se nos agolpa ahora de repente, en este enero de las cuestas arriba, más delgados de presupuestos y más atiborrados de algunos excesos impenitentes que nos evidencian a la luz del día.

Por eso, nuestra puesta a punto, nuestro recomienzo tras las navidades, no tiene ese trasfondo triste y cansino como quien vuelve con una resaca tremenda a lo de siempre, sino que poniendo nombre y acaso fecha a las cuestiones, queremos vivirlas con Dios, para Él y sin hacerlo contra nadie, pero con toda la responsabilidad que nuestro momento reclama: sin complejos y sin presunciones, con tacto y con libertad, con arrojo y paciencia, con imaginación creativa y con humildes soluciones.

Como siempre, en todo camino que se reemprende, ante todo desafío que nos reta, no somos francotiradores los cristianos como si tuviéramos que inventarnos las cosas, descubrir los mediterráneos, chuparnos el dedo ingenuamente o mirar al otro siempre y solo desde sus peores intenciones. Lo que nos permite ese equilibrio sensato que no es fruto de la equidistancia cobarde y asustadiza es que vivimos las cosas desde Dios, con la Iglesia, y en el mundo en el que nuestros pies surcan su senda. Faltar a uno de estos tres factores dará como consecuencia algún tipo de desequilibrio indeseado, de estéril confrontación o de un desgaste desmedido. Dios, la madre Iglesia y nuestra conciencia que pisa con los pies en la tierra: estos son los referentes para la aventura de nuestro recomienzo. Así con la bendición de Dios subimos escalando esta cuesta de enero.

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