La crisis no es de conocimiento, sino de habilidades
Ahora bien, visto el problema, ¿qué se puede hacer? En el caso de los “Millennials” que en su mayoría ya son jóvenes-adultos, la respuesta no está en volver a la escuela propiamente, sino en la capacidad de ser autodidactas y, valiéndose de tutoriales bien sustentados, comenzar a desarrollar actividades, tales como el deporte o la oratoria. En efecto, ponerse delante de un micrófono, después de haber leído un manual puede, tras practicarlo varias veces, llevar a despertar una habilidad dormida por la crisis que se ha dado y que, a decir verdad, no es culpa, en primer lugar, de la generación involucrada, sino de aquellos que no supieron formarla. El punto es que, más allá de las posibles responsabilidades del déficit, haya una respuesta o plan de mejora contundente. Ahora bien, en el caso de los que siguen estudiando, vale la pena aprender de los errores y, por ende, fortalecer en ellos, habilidades. No intentar resolverles la vida. Antes bien, ayudarlos a pensar, a buscar, a dejarse interpelar por la realidad. ¿Cómo? Recuperando el binomio casa-colegio o, cuando menos, a través de profesores que despierten y pulan talentos. Esos que leen completamente los ensayos, que subrayan las palabras clave, que escriben a dos tintas para resaltar puntos de mejora, etcétera.
El papa Francisco ha dicho muchas veces que la educación debe ser útil; es decir, brindar conocimientos que puedan aplicarse y, entonces, generar empleo, además de utilidad como ciudadanos. Tiene razón, pues hay programas de estudio que, por muy pedagógicos que sean, en realidad sirven para poco. Los contenidos son necesarios, pero mientras no aceptemos que, por ejemplo, en los trabajos en equipo, es responsabilidad de los alumnos organizar la laptop (ordenador), el funcionamiento del proyector y el empleo de otros recursos didácticos, seguiremos en las mismas. ¿Qué pasa si un equipo no logra conectar su computadora? Muy sencillo: debe dársele unos minutos para que lo resuelva. Enseñarlos a saber salir adelante en base a los recursos disponibles. Quizá tendrán que pedírsela a los del otro equipo y, si lo hacen, se habrán ejercitado en sus relaciones sociales, lo que es muy bueno por el efecto de la asertividad en la comunicación.
¿Y a nivel la Iglesia? Lo mismo. Necesitamos formar líderes que, desde el servicio, sean personas que, además de coherentes, puedan prepararse. Con conocimiento, pero también movidos por habilidades. Por ejemplo, una Sta. Teresa de Jesús que sabía de construcciones, materiales y albañilería de modo que, cuando se presentaba alguna obra en sus conventos, sabía negociar y alcanzar un precio justo. Aquí estamos ante un dato, un elemento económico, pero más que nada frente a la habilidad de negociación que, bien entendida, ayuda a vivir la fe con audacia.
Uno de los rasgos tradicionales de los colegios católicos era el dejar aprendizajes técnicos –pintura, dibujo, mecanografía, etc.- además de valores y elementos teóricos. Hoy, es necesario recuperar dicho aspecto, aunque evidentemente renovándose de acuerdo a los nuevos desarrollos tecnológicos. Por ejemplo, saber de primeros auxilios, manejo de programas informáticos, carpintería, diseño gráfico, etcétera. Conocimiento y habilidad son dos palabras claves para abrirnos a un futuro de valores.
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