Del primer concilio europeo, celebrado… ¡en Granada!
Si señor, porque el primer concilio europeo se celebra en España, uno o unos años antes de que se celebre el segundo, el de Arles, en Francia, en el año 314, y varios años antes de que tenga lugar en Nicea (en la parte asiática de la actual Turquía) el primer concilio ecuménico de la historia de la cristiandad. Lo que ya nos está dando una pista sobre el concilio del que hoy hablamos, y es que, aunque muy importante en la historia del cristianismo, no tuvo sin embargo carácter de ecuménico, es decir, de alcance mundial, categoría reservada a apenas veintidós, de los cuales Trento y los dos vaticanos los últimos.
Tampoco es el primer concilio de la Iglesia no siendo en Europa, pues mérito tal, más allá de la importante reunión que celebran los propios apóstoles en Jerusalén en torno al año 47, generalmente referido como “Concilio de Jerusalén”, citado en los Hechos de los Apóstoles (cfr. Hch. 15, 5-35), ha de reconocerse a los llamados “concilios africanos”, celebrados la mayoría de ellos en Cartago, de los cuales el primero hacia el año 220.
Técnicamente hablando, el Concilio de Elvira, ni fue concilio, ni fue de Elvira. No fue concilio porque pertenece a la categoría de los sínodos generales, es decir, aquéllos que reunían a los obispos de una determinada comarca o región para decidir cosas que han de afectar a dicha comarca. Y no fue de Elvira porque Elvira será el nombre que darán a la ciudad los árabes que invaden la Península Ibérica, ya que su nombre romano es Iliberris, así citado en Plinio o Ptolomeo, palabra de altas resonancias vasconas que con toda probabilidad proviene de Iriberri significando Villa Nueva. Dicho sea para todos aquéllos que niegan la profunda interrelación que se da desde hace ya más de dos milenios entre todas las gentes que poblaron el fecundo territorio español.
En cualquier caso, Iliberris o Elvira es la antigua ciudad de Granada, de la que ésta, de hecho, sólo es en origen, un barrio. Se situaría hacia el barrio del Albaicín, en el que se han encontrado vestigios de su existencia, que remonta nada menos que a la Edad del Bronce, cuya romanización comienza con su ocupación por los romanos durante la Segunda Guerra Púnica, hacia el año 218 a.C., y culmina con la creación de la ciudad romana Florentia Iliberritana junto al “oppidum” ibérico, llegando a obtener el rango de municipio, y una importancia de la que es buena prueba, precisamente, la celebración en ella del primer concilio hispánico y europeo.
El año en el que tiene lugar el concilio no está del todo claro, porque aunque sus actas se conocen, de ellas no cabe obtener una información concluyente y definitiva sobre el tema. Jean Hardouin sitúa su celebración en el año 313, Mansi en el 309, Hefele en el 305 ó 306, y Duchesne, a finales del s. III, como tarde en el 303, antes por lo tanto de la importante persecución de Diocleciano.
Asistieron diecinueve obispos de todas la Península, entre ellos el gran Osio de Córdoba, y veintiséis presbíteros, representando a 37 diócesis de las cinco provincias peninsulares, aunque la mayoría de ellas de la Betica y la Cartaginense, lo que se explica fácilmente por una cuestión de cercanía que en su época no carecía de importancia. Se adoptaron ochenta y un cánones, sobre temas tan variados como el matrimonio, el bautismo, la idolatría, el ayuno, la excomunión, los cementerios, la usura, las vigilias, la Misa, la consagración femenina, la iconodulía o culto de las imágenes, la relación con paganos y judíos, etc.
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