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El protocolo

Estoy seguro de que ha sido el protocolo y no la mala fe el causante del disparate de no invitar al Rey Juan Carlos a la conmemoración del cuarenta aniversario del primer gobierno democrático de España. Y lo estoy porque la función del protocolo es estropear sin mala fe el orden natural. En los gallineros cada gallina sabe cuál es su rango sin necesidad de que intervenga la clueca. En la vida real, pasa lo mismo. Si el Papa nos invita a Osoro y a mí a una audiencia privada no seré yo el que se adelante a saludar a Francisco.  Y si me manifiesto contra Maduro no seré yo el que pugne por un puesto tras la pancarta con el padre de Leopoldo López.
El protocolo, sin embargo, no tiene nada que ver con la vida real. Por eso, la Casa del Rey se ha permitido prescindir del Don Juan Carlos, a pesar de que fue, junto a Suárez y Fernández Miranda, uno de los tres personajes claves de la transición, ya que, de la ley a la ley, consiguió desmembrar las cortes franquistas. Y también quien, ya en solitario, dinamitó un golpe de Estado cuartelario que no tenía buena pinta. Luego pasó lo que pasó, es cierto, pero no son detalles que ensombrezcan su legado que matara un oso, cazara un elefante y casara mal a la pequeña.
No sé si Letizia, que, aunque saliera de él, no es la reina del pueblo, está de acuerdo conmigo, pero quien no lo está, desde luego, es el jefe de la Casa del Rey, responsable último de este desaire, justificado en que dos reyes no tienen acomodo en un mismo salón. Cuando le den el finiquito por lo que ha hecho tal vez entienda que frenar a Milans del Boch tiene más mérito que reservar las sillas para los ministros.  Cuando le den el finiquito, espero que encuentre trabajo, siempre que no le contrate Villar. Si este hombre dice de conmemorar la victoria de España ante Inglaterra en el Mundial de Brasil es capaz de invitar al balón y no invitar a Zarra.
 

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