Carga y sobrecarga en la vida espiritual
El sacrificio nos forma, nos entrena en el dominio propio, fortaleciéndonos en medio de las dificultades y eso es algo bueno, necesario; sin embargo, nunca debe confundirse con agregados que, lejos de estar relacionados a la cruz, parten de nuestra falta de desarrollo integral. Todos nos enfermamos alguna vez, pero si por no buscar un tratamiento adecuado se complica, no será carga, sino sobrecarga. Es decir, nuestra fe no es dolorista, obsesionada con el sufrimiento, sino un camino de implicaciones que, a veces, cuestan y ese costo entra en la dinámica del proceso de Dios en cada uno. El dolor existe, pero Jesús nos invita a remediarlo. Solo cuando resulta imposible, cuando escapa a nuestras posibilidades, es que se ofrece en favor de otros. En ese caso, la cruz entra en escena y ayuda a que nos acerquemos a Dios, pues él se vuelve evidente en los momentos de debilidad.
Dios nos pide, siguiendo a Mons. Luis María Martínez, “simplificarnos”. ¿Qué quiere decir eso? Distinguir, aún en el sufrimiento, lo esencial de lo accesorio. Es decir, evitar sobrecargar la cruz. Cuando somos nosotros mismos los causantes de lo que nos pasa, quiere decir que nos está faltando mayor trabajo personal, porque la fe, bien aterrizada, libera, no solo del pecado, sino también de los complejos que tengamos. Su impacto es integral. La cruz existe, forma, pero debe evitarse un ensañamiento o búsqueda de estar siempre mal, porque eso simplemente no es cristiano. San Francisco de Asís, por ejemplo, vivió el sacrificio, pero no por ello dejó de disfrutar la naturaleza que tanto quiso por considerarla un regalo de Dios.
Hay que preguntarse: ¿el dolor que siento está fuera de mi alcance o es derivado de mi forma de ser? Cuando se da el segundo caso, no hay que verlo como un castigo o motivo de culpa, sino ubicar la urgencia de ser más libres y prácticos. Es ahí que entra la acción del Espíritu Santo que siempre ayuda a superar crisis y/o temores.
La sencillez implica, dentro del itinerario de nuestra fe, vivir la cruz desde lo que Dios pide y no sacándola de contexto. Hay que asumir las luchas, los momentos pesados, pero facilitándonos las cosas a través del desarrollo humano. Liberarnos de lo que podemos superar para vivir con mayor calidad y firmes en el seguimiento de Jesús que nos comparte tanto su cruz como su consuelo.
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