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Fatwa contra el bolardo

No hay que descartar que el Estado Islámico decrete una fatwa contra los bolardos ahora que se han convertido en primera línea de contención de terroristas que preparan atentados como si prepararan cuscús para toda Arabia: con un centenar de bombonas de butano. El imán puede argüir que al oficiar el bolardo de templario siderometalúrgico merece que los ayuntamientos del cambio decreten su retirada de las principales avenidas para no caer en la islamofobia, que no es como caer en desgracia, pero está mal visto en la España de los pusilánimes.
Los pusilánimes llaman islamofobia a la reacción defensiva de una sociedad que tras el atentado de Barcelona recela de las musulmanes en lugar de hacerlo de las furgonetas, como les pide la progresía, que alerta a través de El País de un brote xenófobo contra quienes no tienen la culpa de pertenecer a una civilización que discrimina a las mujeres y ahorca a los homosexuales. Y es cierto, pero justo por lo contrario, por creer en la igualdad en la pareja y aceptar el día del orgullo gay surge la cristianofobia en los países islámicos sin que el periódico de referencia se haga cruces del mismo modo que se hace lunas.
El progre se cree hijo de la ilustración, pero su respaldo a una civilización intolerante acredita que es hijo del comunismo, que comparte con el Islam su falta de aprecio a la libertad. El progre, aunque lo disimula, siente por el bolardo lo mismo que el musulmán radical, porque el progre relaciona el macetero con el orden, que era la virtud de la derecha cuando la derecha no era Rajoy, al que la CUP achaca el patrocinio indirecto de la matanza porque se lleva bien con Arabia. Lo que viene a ser como responsabilizar a Fly Emirates de las expulsiones de Ramos.

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