Fue violada y quedó embarazada: le contó a Dios todo su dolor y su miedo, y nunca se arrepintió
En la víspera de Año Nuevo de 1991, fui invitada a ir a jugar a bolos con un pequeño grupo de personas a quienes no conocía muy bien. Jugamos y bebimos, pero no recuerdo mucho más. No recuerdo haber salido de la bolera, pero recuerdo haber visto faros en nuestro camino hacia alguna parte.
Engañada y drogada
No tengo ni idea de cómo me metí en la habitación de un hotel. Sólo recuerdo abrir los ojos y saber que alguien estaba encima de mí. Me costó un minuto comprender lo que estaba sucediendo. Me sentí aturdida. Una vez que me di cuenta de la situación en la que estaba, mi mente se estremeció gritando que arrojara a ese hombre lejos de mí, pero mi cuerpo no hacía lo que yo le pedía. No tenía fuerzas. Ninguna. Era un peso muerto. Estoy segura de que estaba drogada. Miré mis manos caídas a mi costado y seguía diciéndome: "Levanta tus manos; ¡Échale!" Las miré de nuevo esperando que hicieran lo que les estaba diciendo, pero nunca lo hicieron y yo volví a perder el conocimiento.
Después de despertar desnuda, confundida, con frío y aterrorizada, encontré mi camino a casa. No dejé mucho mi hogar esos días... Eso duró algunas semanas. No le conté a nadie lo que pasó. Me sentía deprimida y sucia, y no me levantaba de la cama muy a menudo. Entonces, cuando parecía que iba a salir de aquella confusa situación, comencé a sentirme enferma, cada mañana.
"El corazón de mi hijo"
Busqué en la guía telefónica y encontré un lugar especializado en "embarazos de crisis". Llamé y concerté una cita. Recuerdo que fue el 14 de febrero de 1991, día de San Valentín. Oriné en una taza y esperé los resultados pero ya sabía la respuesta. La señora llegó a la sala de espera y me llevó de vuelta a una habitación para darme mis resultados donde varias auxiliares estaban esperando. Me dijeron que estaba embarazada y tenían un video para mí. Observé. Observé el ciclo de vida del bebé en mi vientre. Aprendí sobre el desarrollo del corazón. Ese bebé que crecía en mi seno tenía ya un corazón que latía. Cuando salí del edificio, no podía quitar ese pensamiento de mi cabeza: el latido del corazón.
Me alejé de allí como una muchacha muy asustada de 18 años y sentí que tenía que decírselo a alguien. Elegí a mi hermana. Cuando llegué a casa, la vi tan hermosa con un vestido rojo, ocupada inflando globos, preparándose para su fiesta de compromiso con su futuro esposo. Estábamos ella y yo solas en la habitación. "Estoy embarazada." No sentí la emoción del momento, pero mi hermana se hizo cargo de la situación y eso me dio esperanza. Podía sentir mi desesperación, pero nunca vaciló.
Una por una, les conté a las personas cercanas a mí sobre el "incidente" y sobre el embarazo. Tuve la bendición de tener una familia amorosa y solidaria. Siempre hemos sido muy cercanos. Estoy agradecida de estar rodeada de su amor. Su cariño me acompañaría durante los siguiente ocho meses de embarazo, y mucho más allá.
Dios, ahí presente
Una noche antes de acostarme empecé a orar a Dios. Mi papá era pastor en su iglesia. Mis padres habían sido misioneros siendo yo muy joven y había sido criada en la iglesia toda mi vida. Mientras estaba allí orando, le conté a Dios todo mi dolor y mi miedo. Le dije que elegía la vida de ese bebé y que estábamos en sus manos.
Abrí los ojos a la mañana siguiente y estuve un tiempo contemplando el techo de la habitación. Durante la noche había tenido un vívido sueño. Soñé que tenía una niña saludable, pelirroja, hermosa. Me pregunté a mí misma, ¿pelirroja?
El 12 de octubre de 1991, comenzaron las contracciones. Llamé a mi hermano que no estaba muy lejos. Después de colocar bolsas de basura en todos los asientos, me llevó en coche al hospital. Mi mamá pronto se reunió con nosotros. Ahora estábamos sólo el doctor, ella y yo en la habitación. En aquel momento comprendí que todo aquello era una realidad.
Pasaron doce horas y finalmente Kayla Ann vino al mundo. Mi madre la sostuvo brevemente, contó los dedos de las manos y de los pies y luego me entregó a mi niña sana, de cabeza roja, hermosa, como en mi sueño, sólo que mejor.
Nunca se ha arrepentido
Kayla Ann se casó hace unos años. Ella me pidió que la acompañara al altar. Mientras caminábamos juntas por el pasillo, llenas de gozo, recordé en un instante todo lo que había vivido. Nunca he guardado un solo lamento.
Siempre hubo una voz en mi cabeza que me decía que el aborto lo habría arreglado todo. La verdad es que, apostando por la vida todo tuvo solución. Agradezco cada instante que no cayera en el engaño que supone el aborto. Mi hija y los dos increíbles nietos que me ha regalado lo han arreglado todo. Han convertido mi dolor en auténtico gozo.
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