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Reunidos ¿Nombre de Cristo o en nombre de la multiculturalidad?


Volvamos al incidente de la entrada de la deidad Ganesha en el tiemplo de Nuestra Señora de África en Ceuta. Terminé el anterior post indicando que lo sucedido no debería causarnos sorpresa. La deidad hinduista resulta chocante porque no es propia de nuestra cultura, pero aun así, muchos se han sentido dolidos por el lógico y claro mandato de Mons. Zornoza, Obispo de Cádiz y Ceuta. Mandato que no llegan a entender, porque su entorno socioeclesial aplaude la interreligiosidad. Podemos sacar algunas conclusiones leyendo un editorial de Ceuta Actualidad diario online de Ceuta:
  • La convivencia intercultural por encima de todo
  • Es prioritario “compartir espacio social con el diferente”.
  • No existen dioses verdaderos, todos merecen igual consideración. Se sospecha que todos son igual de falsos, pero atraen el turismo.
  • Ningún ceutí, católicos incluidos, se escandaliza por la presencia de una deidad hinduista en un templo católico.
  • Se piensa que la reacción del Obispo es por temor a una conversión al hinduismo de los católicos.
Resumiendo lo que se dice en el editorial: la interculturalidad es una doctrina inapelable, superior a la Revelación de Dios. Los templos son sólo espacios sociales, no espacios sagrados. Todos los dioses son similares, pero con diferente nombre y traje. Los católicos actuales se adhieren encantados a la multiculturalidad. No debería haber temor a la conversión al hinduismo. Como todas las religiones son equivalentes, seguiremos siendo católicos socio-culturales sin problema alguno.

Leamos un par de textos que inciden directamente sobre este caso. El primero de ellos es del Evangelio de San Mateo:

En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Además os digo, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. (Mt 18, 18-20)

¿Qué hace que Cristo esté entre nosotros? Reunirnos en Su Nombre. No valen motivos socio-culturales. Si nos reunimos en un templo para escuchar una maravillosa conferencia cultural, Cristo no está presente. Tampoco vale reunirse en un templo para charlar sobre la salida de una hermandad humana o para meditar sobre la solidaridad. ¿Qué es reunirse en Nombre de Cristo? El Nombre de Cristo lo evidencia San Juan al señalar que es el Logos, la Palabra que da sentido a todo y todos. No creo que seamos muchos los que nos reunamos poniendo el Nombre de Cristo por delante del acto socio-religioso-cultural que hemos convocado. Evidentemente, para la mayoría de los católicos, la presencia de una deidad hinduista en un templo católico, es más de lo mismo, pero con otra estética. Para el católico medio actual, el cristianismo es un agnosticismo socio-cultural con fuerte tendencia a convertirse en una ONG.

Actualmente somos indiferentes al Misterio Cristiano que se celebra y se vive, por medio de los sacramentos. Para nosotros, hablar de símbolo es hablar de algo falso que aceptamos por conveniencia socio-cultural. Pasemos al segundo texto. ¿Somos incapaces de entender la dinámica del Misterio tal como Melitón de Sardes la muestra en el siglo II?:

Lo que se ha dicho y lo que ha ocurrido no es nada, amadísimos, si se separa de su simbolismo y de su modelo. Todo lo que se realice y se diga, participa del simbolismo—la palabra, del simbolismo; el hecho, de la prefiguración—para que, así como el hecho se manifiesta por la prefiguración, así también la palabra se ilumine por el simbolismo.

Una obra no se construye sin un modelo. ¿O no se ve lo que ha de ser a través de la imagen que la prefigura? Por eso, el modelo que se va a realizar se modela primero con cera, o con arcilla, o con madera, a fin de que se pueda ver lo que va a ser construido más alto en grandeza, más fuerte en resistencia, y bello de forma y rico en instalación, gracias a una pequeña maqueta, destinada a perecer. Porque cuando se ha realizado aquello para lo que había sido destinada la figura, entonces, lo que hasta aquí portaba la imagen del futuro es destruido, por haberse hecho inútil, al haber cedido su imagen a una realidad verdadera. Pues aquello que en otro tiempo era de valor se devalúa una vez aparecido lo que es verdaderamente precioso.

Efectivamente, cada cosa tiene su propio tiempo: al modelo su propio tiempo, al material su propio tiempo. Haces el modelo de la obra real. Lo deseas porque ves en él la imagen de lo que va a ser. Suministras el material para el modelo. Lo deseas por lo que se va a construir gracias a él. Ejecutas la obra, a ella sola la deseas, a ella sola quieres, viendo en ella solo el modelo y el material y la realidad. (Melitón de Sardes. Oíd la dinámica del Misterio)


Soy consciente que escribir lo que escribo es una provocación, tal como un amable lector me indicó hace algunos posts. Acepto la etiqueta de contracultural y en cierta forma, antisistema. Difundir trozos del Evangelio y de los Padres de la Iglesia, es una provocación. Es similar a hablar, en chino, sobre cómo construir un avión. En conclusión, todo un atrevimiento para el católico medio del siglo XXI. ¿Cuál es la dinámica del Misterio? Tomar el modelo de Cristo para ser vivido en nosotros. Vivirlo de forma que nos impregnemos del Logos por la Gracia de Dios. Edificar la santidad en nosotros, según el modelo que Dios nos ha dado. La Iglesia del siglo XXI ha decidido colocar a Dios en una esquina, dentro de una preciosa urna de museo. Un lugar donde admirarlo o venerarlo entre otras reliquias de nuestra cultura pasada. Hace un par de días releía la obra “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley. En el capítulo XVII se pude leer una conversación que evidencia justo lo que tenemos entre manos:
—Entonces, ¿usted piensa que Dios no existe? —preguntó el Salvaje.
—No, yo creo que probablemente existe un dios.
—Entonces, ¿por qué...?
Mustafá Mond le interrumpió.
—Pero un dios que se manifiesta de manera diferente a hombres diferentes. En los tiempos premodernos se manifestó como el ser descrito en estos libros. Actualmente...
— ¿Cómo se manifiesta actualmente? —preguntó el Salvaje.
—Bueno, se manifiesta como una ausencia; como si no existiera en absoluto.
—Esto es culpa de ustedes.
Llámelo culpa de la civilización. Dios no es compatible con las máquinas, la medicina científica y la felicidad universal. Es preciso elegir. Nuestra civilización ha elegido las máquinas, la medicina y la felicidad. Por eso tengo que mantener estos libros encerrados en la caja fuerte. Resultan indecentes. La gente quedaría asqueada si...
El Salvaje le interrumpió.
—Pero, ¿no es natural sentir que hay un Dios?

La conversación no tiene desperdicio. Muestra a un Dios ausente e ignorado porque no es “útil” al ser humano postmoderno. Sin un Dios vivo y activo, la Iglesia se ve a sí misma como un espacio de colaboración/tolerancia social. No puede ser un sacramento divino porque ignoramos que es lo sagrado y lo divino. Pero ¿Qué sentido tiene ser católico en el siglo XXI. No lo diré yo, se lo dejo a una autoridad más cualificada dentro de la Iglesia. Hace pocos días leía un discurso del Cardenal Cupich (Chicago) que lo define perfectamente:

Algunos de los más grandes cristianos que conozco son personas que en realidad no tienen ningún tipo de sistema de fe con el que creer. Pero, por su actividad, la forma en que se comportan, hay allí bondad.

Puede que no se articule en un contexto de fe como el mío, pero hay una bondad allí que es testimonio que me anima. Así que trato de encontrar eso y alentarlo en las personas. Si eso está sucediendo en su vida, vale la pena alentarlo. (Card. Blase Cupish)

Cristianos sin fe, que son ejemplo a seguir. Comportamientos humanos llenos de bondad, pero vacíos de sentido sobrenatural. Los católicos actuales buscamos ser buena gente, nada más. Ser colaboradores del nuevo orden de los siglos. Personas bien vistos por la sociedad, que nos rodea.

Tengo el convencimiento que este post será leído por pocas personas y que de estas pocas, muchas menos llegarán a entender la profundidad del abismo en el que la Iglesia actual está sumida. Muchos católicos se quedarán con el disgusto de ver cómo una autoridad eclesial impide que un grupo de hinduistas tenga una convivencia fraternal con nosotros. Otros, de forma automática, se sentirán heridos porque se ha profanado una iglesia. La mayoría no verá más que los síntomas e ignorará la enfermedad ¿No vivimos ya en una Iglesia humana e inmanente? El sentido del templo ha quedado en una especie de casa de comunidad. Por eso resulta chocante que se prohíba recibir a “los diferentes” con hospitalidad y que todos podamos rezar y cantar al honor de unos u otros dioses.

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