Seguridad personal y seguridad nacional
En un caso con escasos precedentes que recoge este mismo medio Religión en Libertad, la oficina de Prensa de la Santa Sede ha hecho público un discurso que va a ser pronunciado ¡¡¡dentro de medio año!!! Para ser exactos, el 18 de enero del año 2018: se trata del que leerá el Papa con ocasión de la celebración de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Un texto que, firmado el pasado 15 de agosto, trata sobre uno de los temas más delicados del momento, sometido a los veleidosos vaivenes de una actualidad voluble, caprichosa e impredecible que para enero del año que viene puede haber sufrido el más inesperado de los giros, y en el que sin esperar a conocerlos, se deslizan ya afirmaciones como la siguiente:
“El principio de la centralidad de la persona humana nos obliga a anteponer siempre la seguridad personal a la nacional”.
“Anteponer siempre la seguridad personal a la nacional”. Extraña afirmación difícil de comprender, si les soy sincero, ni siquiera en clave de “provocación llamada a remover conciencias”: un auténtico disparate inesperable en un documento pontificio, que me lleva a realizarme la pregunta que da título a este artículo: ¿pero acaso son diferentes la seguridad personal y la seguridad nacional?
Pues no, porque la seguridad nacional bien entendida no es otra cosa que la más amplia expresión de la seguridad personal que ha conseguido implementar hasta el momento histórico presente el ser humano. En términos matemáticos, la seguridad nacional es igual a seguridad personal multiplicada por una variable, en cualquier caso millonaria. Para mayor claridad del asunto, en España la seguridad nacional es lo mismo que la seguridad personal multiplicado por cuarenta y cinco millones; en el caso de Estados Unidos, la seguridad nacional es lo mismo que la seguridad personal multiplicado por cuatrocientos millones; en el caso de China, la seguridad nacional es lo mismo que la seguridad personal multiplicado por mil cuatrocientos millones. Y hasta en el caso del Vaticano, la seguridad nacional viene a ser lo mismo que la seguridad personal multiplicado por 793. Por cierto, que en mi reciente visita al Estado Vaticano no hace aún un mes, me lo encontré vallado y atestado de soldados y de policías como no lo había visto jamás, lo que ya al día de hoy parece condecirse poco con la afirmación que se pretende poner en boca del Papa dentro de cinco meses.
Del afán existente en la actualidad por desvirtuar las palabras para que abarquen extraños significados que nada tienen que ver con el verdadero, no escapa, a lo que se ve, tampoco, el concepto de “seguridad nacional”, relegado, como tantos otros, a una especie de conceptualización “fascista” -cuántas engorrosas explicaciones nos evita la utilización de la palabrita en cuestión-, una suerte de ente demoníaco sin otro objeto que el de anular a la persona y someterla a extraños intereses capitalistas, oligárquicos y toda la parafernalia bien conocida que acompaña el discurso simplista de determinados actores políticos que, después de todo, no aspiran a otra cosa que a derruir unas naciones para imponer aquéllas en las que manden ellos.
Las naciones no son perfectas, por supuesto que no lo son, pero con todas sus limitaciones y con sus muchas deficiencias, la nación y la seguridad nacional son, hasta la fecha, el mejor instrumento que ha encontrado el ser humano para organizarse pacíficamente, para convivir dentro de unas reglas y de un orden y para ofrecer a las personas seguridad y bienestar. Para decirlo como realmente es, no es el que sea el mejor, es que, por suerte o por desgracia, es el único. Tanto así, que hasta la propia Iglesia de Cristo, que podría haber elegido mil otros, una sociedad anónima, una ONG, una fundación, una comunidad de vecinos, se ha constituído en nación y, grande o chica, nación es y no otra cosa al día de hoy.
Y ahora respóndanme Vds.: en el actual momento de la historia humana: ¿estaría mejor el mundo si todas las naciones del mundo colapsaran? ¿Acaso no es el colapso de la nación, precisamente el colapso de la nación, el que ha llevado a la ruina, al hambre, al odio y a la miseria a las personas que vivían en lugares del mundo como Libia, Siria, Afganistán, Sudán, Somalia o Etiopía, por poner solo unos ejemplos? ¿De verdad se puede creer que si semejante desgracia le ocurre a todas las naciones del mundo, alguna persona o grupo de personas puede esperar estar mejor?
Desengañémonos. Hasta donde el ser humano ha sido capaz de alcanzar en su recorrido por la historia, del fracaso de las naciones no sólo no cabe esperar beneficio alguno para las personas que forman parte de ellas, es que no cabe esperar beneficio ni siquiera aquellas personas que, según el documento, deberían ser las llamadas a beneficiarse de la supremacía de “la seguridad personal sobre la seguridad nacional”, se supone que en este caso, migrantes y refugiados.
Dígase que es necesario conciliar los intereses de determinadas personas o grupos de personas con los diferentes intereses nacionales; háblese de solidaridad, de caridad cristiana, de derechos humanos… pero desarticular la seguridad de millones de personas para articular la seguridad de una sola, de dos, o de cien, que es lo que “anteponer la seguridad personal a la seguridad nacional” significa y no otra cosa, no es de recibo en un documento de la importancia y rigor de los que a lo largo de la historia ha venido emitiendo, por lo general, la Santa Sede. Sorprende, por eso mismo, todavía más, tanta impaciencia por hacerlo público, incluso cinco meses antes de ser pronunciado. Porque díganme Vds: ¿conocemos acaso el discurso de la delegación norteamericana? ¿y el de la delegación española? ¿o el de ACNUR y las agencias de Naciones Unidas? ¿Conocemos el discurso inaugural? ¿Por qué entonces conocemos el que va a pronunciar nada menos que el Papa?
Y bien amigos, sin más por hoy me despido hoy de Vds., no sin desearles, eso sí y como siempre, que hagan mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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