La pornografía degenera y destruye a la persona
La pornografía daña al cerebro. Es como una droga que crea adicción y es muy difícil de erradicar. Se consume y siempre se quiere más y nunca se sacia. Cuanto más se consume, más grave es el daño al cerebro. Crea una situación en la que la persona se enfrasca y se aficiona de tal forma que el cerebro no tiene capacidad de reaccionar con libertad, está atado como la presa en la trampa. De ahí se llega al comportamiento extremo donde se desnaturaliza el acto sexual y se convierte en un juego normalizado considerándolo como algo común y sin relevancia en aspectos morales. “Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material pornográfico” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2354). Y esto por el bien de la persona; después no nos lamentemos.
La pornografía mata al amor. Estudios recientes han encontrado que después de que un individuo ha estado expuesto a la pornografía, se califican a sí mismos con menor capacidad de amor que aquellos individuos que no tuvieron contacto con la pornografía. El verdadero amor queda relegado, puesto que la pasión se convierte en utilizar a la otra persona como un objeto de placer y nada más. Por eso es una mentira, que bajo capa de satisfacción y consideración del otro, se utiliza de tal forma que se cosifica y se despersonaliza. No existe el amor puesto que es un placer lleno de egoísmo.
La pornografía conduce a la violencia. Nunca produce efectos positivos. Es violenta y es una de las fuentes de la violencia de género. Al maltratar el cuerpo, se maltrata a la persona. Da ideas torcidas sobre el sexo y se propaga con intereses creados. Los medios de comunicación están –a través de los móviles o tabletas– propagando el fenómeno del sexting (envío de contenidos eróticos). Es un grave momento que requiere poner freno, pues de lo contrario se llegará, como ya sucede, a perder la dignidad humana. El auténtico humanismo nada tiene que ver con este pecado muy grave que se ha convertido en un divertimento.
Hay instituciones que trabajan para atajar esta vorágine, que no sabemos hasta dónde puede llegar. La educación en el amor requiere una pedagogía sana y sin ambages, poniendo como finalidad la auténtica castidad. Se requiere retomar las catequesis que el Papa Juan Pablo II hizo sobre el amor, la sexualidad humana y el amor. Como dice el Papa Francisco: “La castidad expresa la entrega exclusiva al amor de Dios, que es la roca de mi corazón. Todos saben lo exigente que es esto, y el compromiso personal que comporta. Las tentaciones en este campo requieren humilde confianza en Dios, vigilancia y perseverancia”. Para el que ama a Dios nada hay imposible porque “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4, 13).
Monseñor Francisco Pérez González es arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela.
Enviar comentario