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¡Gracias, muchísimas gracias!

La inmensa mayoría de los españoles, si no la casi totalidad, nos hemos sentido con una profunda conmoción al escuchar la noticia de que nuestro Rey Juan Carlos anunciaba su renuncia al trono de España. Mis palabras seguramente resultarían torpes e insuficientes para manifestar mi profunda admiración y agradecimiento por su grandísimo e impagable servicio que ha entregado con verdadera abnegación y ejemplo a España a lo largo de su reinado. España ha sido y continúa siendo, su gran pasión y su indeclinable amor.

Así lo ha expresado él mismo en sus palabras que ha dirigido institucionalmente al pueblo español.


Palabras hermosísimas y verdaderas, llenas de sinceridad y de sentido de responsabilidad,

que corresponden por completo a los hechos de su reinado que tanto han contribuido al bien común de todos los españoles, a nuestro inmediato pasado, al presente, y contribuirá para un futuro, que va a tener tanto que ver con su ingente, y al tiempo sencilla y humilde obra. Porque ha sido un Rey que con humildad, es decir, con verdad, ha sido capaz, sobre todo de servir, de ponerse al servicio de todos y de la unidad entre todos. Deja paso, ha señalado, a una nueva generación, a una generación joven. Hemos de reconocer que su gran preocupación, –así lo ha manifestaba él en muchas ocasiones– han sido los jóvenes, y son los jóvenes.


Como homenaje sincero y agradecido, al tiempo que uniéndome por completo a esta preocupación suya, traigo sus palabras ante el Papa Benedicto XVI, en la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, hace poco más de dos años: «No son estos tiempos fáciles para una juventud tantas veces frustrada por falta de horizontes personales y laborales, y que se rebela ante los graves problemas que aquejan al ser huma no y al mundo de hoy». Y añadía: «En el trasfondo de todo ello se percibe una profunda crisis de valores. Los jóvenes necesitan no solo oportunidades, sino también la ejemplaridad de sus mayores; no sólo razones, sino actitudes que motiven, llenen e impulsen su existencia y alienten su esperanza».


«Como ha afirmado vuestra Santidad en el Mensaje para esta Jornada Mundial: ‘‘Sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven’’. No podemos defraudar a los jóvenes en su legítimo anhelo de hacer realidad sus sueños Sus aspiraciones y problemas deben ser nuestras prioridades. En ello nos va su propio porvenir que es también de toda la sociedad. Es hora de redoblarles nuestro apoyo;

de aportarles todos los medios disponibles para que logren abrirse camino; de acabar con el intolerable paro juvenil; y de animarlos a tomar la antorcha de los valores que hagan grande a la humanidad». Estas palabras de nuestro Rey Juan Carlos, en agosto de 2011, han venido a mi recuerdo cuando le escuchaba, en la mañana de ayer, sus palabras que, en el fondo, también trasparentabas este sentir suyo hacia los jóvenes, hacia un futuro nuevo para ellos, dentro de una España nueva y renovada, que constituye el gran desafío y reto que nos deja a todos nuestro gran Rey. Un gran Rey al que siempre han animado y animan sus profundas convicciones cristianas, que nunca ocultó, base del rico patrimonio español que necesitamos también para abrir ese gran futuro que nos deja abierto como herencia el Rey Juan Carlos, quien también ahora, en estos momentos cruciales, me hace recordar aquellas otras palabras suyas, verdadero y cumplido compromiso suyo, cuando, en noviembre de 2011, acompañado de S. M. la Reina Sofía, visitaba la Conferencia Episcopal Española: Nos sentimos convocados «a custodiar activamente el rico patrimonio de fe cristiana y de cultura que ha impregnado notablemente nuestra historia. Nuestra dedicación puede caracterizarse por el esfuerzo en conciliar por una parte la fi delidad a esa rica herencia y por otra el ofrecimiento a nuestra sociedad de los valores que representamos e invitamos a todos a compartir y vivir, en el respeto a las legítimas opciones que cada ciudadano toma o puede tomar libremente».


Y es así, porque la aportación del cristianismo ha sido y es «clave para comprender la personalidad histórica de España», como el mismo rey reconocía en su discurso de despedida del Papa Benedicto XVI en su último viaje a Barcelona, para consagrar el templo-basílica de la Sagrada Familia. Así es el Rey que acaba de anunciar su renuncia al trono de España. Sólo palabras

de agradecimiento, de admiración y de alabanza surgen de nuestros labios; y al mismo tiempo, de lo hondo de mi corazón surge una plegaria honda y confiada al Señor por Su Majestad el Rey Juan Carlos y la S.M. la Reina Sofía: que Dios siga acompañándolos siempre, los proteja y sientan su ayuda que nunca les deja; lo hago además pidiendo la intercesión de San Juan Pablo II, que tanto quiso a nuestros queridísimos Reyes y a sus hijos. Mi oración, mi apoyo y lealtad por el Príncipe de Asturias, Don Felipe, heredero de la Corona de España, y su esposa, la Princesa Letizia, que contarán siempre con la ayuda del cielo y con la lealtad y el apoyo de los españoles, entre los que tan honradamente me encuentro.


© La Razón



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