La Iglesia, muñeco del pim-pam-pum
En España la participación subió ligerísimamente, pero se mantuvo en unos niveles también bajos. Del 44’90% en 2009, al 45’85% de estas últimas, por la entrada en el juego de los indignados y compañía que, como adalides del antisistema, rechazan habitualmente participar en las “farsas” electorales de la democracia “burguesa”. En cambio en esta ocasión se han volcado en las urnas. Un fenómeno semejante se registró en las elecciones generales de febrero de 1936, cuando los anarquistas, que estaban en contra de las formalidades “democráticas” de la II República, decidieron apoyar en masa al Frente Popular, para derrotar sobre todo a la derecha católica capitaneaba por Gil Robles. Su odio a la Iglesia era mayor que su desprecio al, según ellos, sainete de las urnas.
Esta asistencia masiva de los antisistema ha producido el fenómeno insólito de que un partido –Podemos- creado hace escasamente cuatro meses por un tal Pablo Iglesias, haya conseguido el 10% de los votos y cinco eurodiputados. Dado el talante chavista de esta estrella emergente en el firmamento político español, su irrupción súbita en el coto de la casta política, ha causado una gran sorpresa y, sobre todo, una verdadera conmoción en las filas de izquierda, que ven aparecer con fuerza a un competidor capaz de arruinar más de un negocio hasta ahora sólido.
Este brote de aparente rebeldía coincide con la guerra interna que se ha desatado en el PSOE para sustituir en la cabeza del cartel al fracasado Pérez Rubalcaba, incapaz de frenar el continuo declive de este partido, que dejó hecho unos zorros el incompetente pero sectario Rodríguez Zapatero. Sus dirigentes, sumidos en un profundo estado de desorientación ideológica, están demostrando que no saben qué camino tomar para remontar el vuelo.
De ser hegemónicos en la izquierda, sufren ahora una pérdida constante de militantes y votos, en beneficio de otras formaciones de su misma madera, pero todavía más demagogas y radicales. Este hecho puede empujar a los socialistas a posiciones mucho más izquierdosas y sectarias, en un intento de recuperar votos a babor, originando una especie de competición a ver quién es el más gallito del barrio en eso de ser de izquierdas. Y ahí empieza el peligro para la Iglesia. La izquierda, todas las izquierdas, en sus desafueros populistas y verbales, siempre ha considerado a la Iglesia como un muñeco del pim-pam-pum, al que se puede disparar impunemente porque a la postre, la Iglesia, ante los ataques y agravios de los que se tienen por sus enemigos, nunca paga con la misma moneda, sino que, finalmente acaba poniendo la otra mejilla.
Ante estas batallitas “fraternas” pero cainitas de los “gochistas”, en las que “nosotros” no tenemos arte ni parte, hemos de estar sin embargo alertados, porque podemos terminar pagando los platos rotos, recibiendo palos de los unos y los otros, sin comerlo ni beberlo. La señora Valenciano –hija del doctor Valenciano, subsecretario del ministerio de Sanidad en un gobierno de Adolfo Suárez cuando el escándalo del aceite de colza y firme defensor del derecho a la vida- ya enseñó la patita durante la campaña electoral, exhibiendo una posición radicalmente abortista y feminista. No le ha servido de nada, pero la patada en la espinilla nos la llevamos los que compartimos el criterio científico de su padre. El recurso demagógico aumentado pero en absoluto corregido, puede repetirse por cualquiera o por todos los que están inmersos en estas pugnas. Como les sale gratis, por qué no insistir en recurso tan facilón.
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