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Con lo mejor de mí mismo

 
Oro, poder y riquezas
muriendo has de abandonar,
al cielo sólo te llevas
lo que des a los demás.
-Eduardo Marquina-
-Estoy emocionado, profe.
-¿Y cuál es la causa?
-Mi familia.
-Cuéntame.
-Resulta que el otro día en una reunión informal, se pusieron a hablar de los abuelos y contaron cosas increíbles.
-¿Como por ejemplo?
-Como por ejemplo un detalle del 25 aniversario de boda.
-Me estás intrigando, Pedro. Gracias a Dios hay muchas familias que llegan a celebrar las bodas de plata y es para emocionarse, ciertamente, pero...
-Que no, profe, que no es eso, escuche:
         Mis abuelos eran un matrimonio pobre. Mi abuela tenía un pelo negro, largo, sedoso que era su tesoro y la envidia de todos los vecinos. Mi abuelo vivía de un pequeño puesto de frutas, que en invierno casi desaparecía, y ocupaba su tiempo sujetando entre sus dientes su vieja cachimba, casi siempre vacía por falta de dinero para tabaco.
         Se aproximaba el día del aniversario y, por más vueltas que daban, no encontraban el regalo porque siempre llegaban al mismo punto: no hay dinero.
         La víspera del aniversario mi abuela tuvo una idea que le produjo, según contó después, un escalofrío; pero poco a poco el escalofrío se fue
transformando en gozo: vendería su pelo para comprar un poco de tabaco oloroso al abuelo.
         Sólo obtuvo por su pelo unas cuantas monedas, pero eligió con cuidado el más fino estuche de tabaco. El perfume de las hojas arrugadas compensaba largamente el sacrifico de su pelo.
         Mi abuelo que había ido a un pueblecito cercano a vender frutas, también encontró la forma de hace un regalo a su mujer. Vendió su cachimba y con el dinero compró un cepillo de pelo.
         Cuando llega a casa todo radiante con su paquetito, se queda perplejo al ver a la abuela sin su cabellera y con una cajita en la mano. La abuela, a su vez, se queda asombrada al ver al abuelo sin cachimba y con otra cajita en la mano.
Al abrir las cajitas los dos encuentran un papelito con el mismo rótulo:
         -Con lo mejor de mí mismo.
Se miran los dos, sonríen los dos, se abrazan, lloran y se funden en un abrazo mientras dan rienda suelta a su emoción y cariño los dos.
Pedro está visiblemente emocionado y le cuesta seguir hablando.
 
         -Yo creo, Pedro, que tus padres también pertenecen a este género de personas.
         -Yo también lo creo, profe, me dice Pedro mientras una tímida lágrima inunda sus emocionados ojos.

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