El Papa critica las ideologías que «usan a los pobres, no asumen al pueblo y terminan en dictaduras»
“Las ideologías tienen una relación, o incompleta, o enferma o mala con el pueblo. Las ideologías no asumen al pueblo”, señaló Francisco, y recordó que en el siglo pasado las ideologías siempre terminaron “en dictaduras”. Dicen que “piensan por el pueblo”, pero en realidad “no lo dejan pensar”, indicó el Papa.
En el estadio León Coundou estuvieron presentes más de 2000 personas, entre líderes políticos, autoridades locales, artistas, representantes deportivos, dirigentes de organizaciones sindicales, campesinas e indígenas. También asistió el presidente Horacio Cartes.
Luego de la ceremonia de bienvenida, el Santo Padre escuchó atentamente los testimonios de algunos representantes locales que dieron su parecer sobre la realidad del país.
Francisco respondió cada una de estas inquietudes, entre estas una que se refirió a cómo “acoger el clamor de los pobres para construir una sociedad más inclusiva”.
“Un aspecto fundamental para promover a los pobres está en el modo en que los vemos”, indicó el Papa a los más de dos mil representantes. El Santo Padre señaló que “no sirve una mirada ideológica que termina usando a los pobres al servicio de otros intereses políticos o personales”, sino que “para buscar efectivamente su bien, lo primero es tener una verdadera preocupación por su persona, valorarlos en su bondad propia”.
Francisco también dijo que uno debe estar dispuesto a aprender de los pobres, porque “tienen mucho que enseñarnos en humanidad, en bondad, en sacrificio, en solidaridad”.
Además, los cristianos tenemos “un motivo mayor para amar y servir a los pobres: Porque en ellos vemos el rostro y la carne de Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”.
En ese sentido, el Papa indicó que cuando se da limosna, se debe mirar a los ojos del pobre, tocando su mano, porque desviar la mirada “es despreciar al pobre”.
"No coimeen al réferi"
“La juventud es tiempo de grandes ideales. A mí me viene decir muchas veces que me da tristeza ver un ‘joven jubilado’”, expresó el Papa, que destacó la abundante población joven del país.
Por ello, dijo que es importante que los jóvenes “vayan intuyendo que la verdadera felicidad pasa por la lucha de un país más fraterno” y vean “que felicidad y placer no son sinónimos (…). Sino que la felicidad exige el compromiso y la entrega”.
Francisco los animó a no tener miedo de aspirar “a cosas que valgan la pena”. “Esa es la vocación de la juventud. No tengan miedo de dejar todo en la cancha. Jueguen limpio, jueguen con todo. No tengan miedo de entregar lo mejor de sí. No busquen el arreglo previo para evitar el cansancio y la lucha. No coimeen al réferi. Eso sí, no lo hagan solos. Busquen charlar, aprovechen a escuchar la vida, las historias, los cuentos de sus mayores y de sus abuelos. Que hay sabiduría allí”.
Asimismo, les aconsejó a buscar “consuelo en la fuerza de la oración, en Jesús. En su presencia cotidiana y constante. Él no defrauda”.
Crecimiento económico y corrupción
En su discurso, Francisco dijo que el crecimiento económico debe incluir a todos y que la creación de riqueza “debe estar siempre en función del bien común, de todos y no de unos pocos. Y en esto hay que ser muy claros”.
“Las personas cuya vocación es ayudar al desarrollo económico tienen la tarea de velar para que este siempre tenga rostro humano. El desarrollo económico tiene que tener rostro humano, ¡no a la economía sin rostro! En sus manos está la posibilidad de ofrecer un trabajo a muchas personas y dar así una esperanza a tantas familias”, afirmó.
Francisco recordó el papel de las reducciones jesuíticas en el Paraguay, iniciadas en el siglo XVII y que fue “una de las experiencias de evangelización y organización social más interesantes de la historia”.
“En ellas, el Evangelio fue alma y vida de comunidades donde no había hambre, no había desocupación, ni analfabetismo, ni opresión. Esta experiencia histórica nos enseña que una sociedad más humana también hoy es posible. Ustedes la vivieron en sus países acá, es posible”, afirmó.
En el encuentro el Santo Padre también condenó el chantaje, que es una forma de corrupción. “La corrupción es la gangrena de un pueblo”, denunció.
En su discurso, el Papa se dirigió de manera fraternal al presidente Cartes y a los políticos y recordó que al entrar al auditorio “alguien me dijo, ‘mire, fulano de tal está secuestrado por el ejército, hago algo’”. En ese momento, desde las tribunas corearon el nombre del suboficial Edelio Morínigo, secuestrado hace más de un año por el Ejército del Pueblo Paraguayo, grupo terrorista de ideología marxista-leninista.
“Yo no digo si es verdad, si no es verdad, si es justo, si no es justo, pero uno de los métodos que tenían las ideologías dictatoriales del siglo pasado a las que me refería hace un rato era apartar a la gente, o con el exilio o con la prisión o, en el caso de los campos de exterminio nazis o estalinistas, la apartaban con la muerte”.
“Para que haya una verdadera cultura en un pueblo, una cultura política y de bien común, rápido juicios claros, juicios nítidos. Y no, no sirve otro tipo de estratagemas. La justicia es nítida, clara, eso nos va a ayudar a todos”, indicó.
Para concluir, Francisco afirmó que había sido “una gran alegría ver la cantidad y variedad de asociaciones que están comprometidas en la construcción de un Paraguay cada vez mejor y próspero. Pero si no dialogan, no sirve para nada, si chantajean, no sirve para nada”.
Hablen “y busquen caminos de solución. Amen a su Patria, a sus conciudadanos y, sobre todo, amen a los más pobres. Así serán ante el mundo un testimonio de que otro modelo de desarrollo es posible”, aconsejó finalmente Francisco, quien encomendó a los dirigentes a la Virgen de Caacupé.
Texto íntegro del discurso del Papa a los representantes de la sociedad civil paraguaya
(Las partes en cursiva son los momentos en los que Papa improvisó.)
Queridos amigos, buenas tardes.
Yo escribí esto en base a las preguntas que me llegaron que no son todas las que hicieron ustedes, así que las que me faltan las voy completando en la medida que voy hablando. De tal manera que, en la medida en que yo pueda, logre dar mi opinión sobre las reflexiones de ustedes.
Estoy contento de estar con ustedes, representantes de la sociedad civil, para compartir sueños e ilusiones en un futuro mejor y problemas. Agradezco a Mons. Adalberto Martínez Flores, Secretario de la Conferencia Episcopal del Paraguay, esas palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos. Le agradezco a las seis personas que han hablado, cada una de ellas presentando un aspecto de su reflexión.
Verlos a todos, cada uno proveniente de un sector, de una organización de esta querida sociedad paraguaya, con sus alegrías, preocupaciones, luchas y búsquedas, me lleva a hacer una acción de gracias a Dios. O sea, parece que Paraguay no está muerto. Gracias por ello. O sea, porque pueblo que vive, un pueblo que no mantiene viva sus preocupaciones, un pueblo que vive en la inercia de la aceptación pasiva, es un pueblo muerto. Por el contrario, veo en ustedes la savia de una vida que corre y que quiere germinar. Y eso siempre Dios lo bendice.
Dios siempre está a favor de todo lo que ayude a levantar, mejorar, la vida de sus hijos. Hay cosas que están mal, sí. Hay situaciones injustas, sí. Pero verlos y sentirlos, me ayuda a renovar la esperanza en el Señor que sigue actuando en medio de su gente. Ustedes vienen desde distintas miradas, distintas situaciones y búsquedas, todos juntos forman la cultura paraguaya. Todos son necesarios en la búsqueda del bien común. «En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas iniquidades y cada vez más las personas son descartables» (Laudato si’ 158) verlos a ustedes aquí es un regalo. Es un regalo porque en las personas que han hablado vi la voluntad por el bien de la patria.
1. Con relación a la primera pregunta, me ha gustado escuchar en boca de un joven la preocupación por hacer que la sociedad sea un ámbito de fraternidad, de justicia, de paz y dignidad para todos. La juventud es tiempo de grandes ideales. A mí me viene decir muchas veces que me da tristeza ver un joven jubilado. Qué importante es que ustedes los jóvenes, y vaya que hay jóvenes en Paraguay, vayan intuyendo que la verdadera felicidad pasa por la lucha de un país más fraterno.
Qué bueno que ustedes jóvenes, vean que felicidad y placer no son sinónimos. Una cosa es la felicidad, el gozo que viene de... y otra cosa es un placer pasajero. La felicidad construye, es sólida, edifica. La felicidad exige, compromiso y la entrega. Son muy valiosos y por eso el compromiso, la entrega son muy valiosos y no son como para andar por la vida como anestesiados.
Paraguay tiene abundante población joven y es una gran riqueza. Por eso, pienso que lo primero que se ha de hacer es evitar que esa fuerza se apague esa luz que hay en sus corazones desaparezca y contrarrestar la creciente mentalidad que considera inútil y absurdo aspirar a cosas que valgan la pena.
No, no te metas, eso no se arregla más, esa mentalidad que pretendéis más adelante es considerada como absurda. A jugársela por algo, a jugársela por alguien. Esa es la vocación de la juventud. No tengan miedo de dejar todo en la cancha. Jueguen limpio, jueguen con todo. No tengan miedo de entregar lo mejor de sí. No busquen el arreglo previo para evitar el cansancio y la lucha. No coimeen al réferi.
Eso sí, no lo hagan solos. Busquen charlar, aprovechen a escuchar la vida, las historias, los cuentos de sus mayores y de sus abuelos. Que hay sabiduría allí. Pierdan mucho tiempo en escuchar todo lo bueno que tienen para enseñarles. Ellos son los custodios de ese patrimonio espiritual de fe y valores que definen a un pueblo y alumbran el camino.
Encuentren también consuelo en la fuerza de la oración, en Jesús. En su presencia cotidiana y constante. Él no defrauda. Jesús invita a través de la memoria de su pueblo, es el secreto para que su corazón, el de ustedes se mantenga siempre alegre en la búsqueda de fraternidad, de justicia, de paz y dignidad para todos. Que esto puede ser un peligro, sí, sí, yo quiero fraternidad, justicia, paz, dignidad, pero puede convertirse en un nominalismo, pura palabra, ¡no! la justicia, la paz y la dignidad son concretas, si no, no sirven, son de todos los días, se hacen todos los días.
Entonces yo te pregunto a ti joven, cómo lo amasas día a día en lo concreto, aunque te equivoques, lo corriges y vuelves a andar, pero en lo concreto. Yo les confieso que a veces a mí me da un poquito de alergia o como para decirlo en un término no tan fino un poco de moquillo, al escuchar discursos grandilocuentes con todas estas palabras, cuando uno conoce la persona que habla dice, ¡qué mentiroso que eres!. Por eso, palabras solas no sirven. Por eso, si dices una palabra comprométete con esa palabra, amásala día a día, sacrifícate por eso, comprométete.
Me gustó la poesía de Carlos Miguel Giménez, que Mons. Adalberto Martínez ha citado. Creo que resume muy bien lo que he querido decirles: «[Sueño] un paraíso sin guerra entre hermanos, rico en hombres sanos de alma y corazón y un Dios que bendice su nueva ascensión». Sí, es un sueño y hay dos garantías, que el sueño se despierte y que sea realidad de todos los días y que Dios sea reconocido como la garantía de la dignidad nuestra de hombres.
2 La segunda pregunta se refirió al diálogo como medio para forjar un proyecto de nación que incluya a todos. El diálogo no es fácil. También está el diálogo teatro, es decir representemos al teatro, juguemos al diálogo y después hablamos entre nosotros dos y aquello quedó borrado. El diálogo es sobre la mesa, claro, si vos en el diálogo no dices realmente lo que sientes, lo que piensas y no te paras a escuchar al otro e ir ajustando lo que vas pensando y vas ajustando y conversando, el diálogo no sirve, es una pinturita.
Ahora también es verdad que el diálogo no es fácil, hay que superar muchas dificultades y a veces parece que nosotros nos empecinamos en hacer las cosas más difíciles todavía. Para que haya diálogo es necesaria una base fundamental. Una identidad. Por ejemplo, yo pienso en el diálogo interreligioso, donde representantes de las diversas religiones hablamos, nos reunimos a veces para hablar diversos puntos de vista. Pero cada uno habla desde su identidad, yo soy budista, yo soy evangélico, yo soy ortodoxo, yo soy católico, pero cado uno dice su identidad, no negocia su identidad.
O sea para que haya diálogo es necesaria esa base fundamental. Y cuál es la identidad en un país, estamos hablando de un diálogo social, el amor a la Patria. La Patria primero, después mi negocio. Esa es la identidad. Yo desde esa identidad voy a dialogar. Si yo voy a dialogar sin esa identidad el diálogo no sirve. Además el diálogo presupone, nos exige buscar esa cultura del encuentro. Un encuentro que sabe reconocer que la diversidad no solo es buena: es necesaria.
La uniformidad nos anula, nos hace autómatas. La riqueza de la vida está en la diversidad por lo que el punto de partida no puede ser voy a dialogar pero aquel está equivocado. No, no, no podemos presumir que el otro está equivocado, yo voy con lo mío y voy a escuchar qué dice el otro, en qué me enriquece el otro, en qué el otro me hace caer en la cuenta que yo estoy equivocado, y en qué cosas le puedo dar yo al otro, es un ida y vuelta, ida y vuelta pero con el corazón abierto con presunciones de que el otro está equivocado, mejor irse a casa y no intentar un diálogo.
El diálogo es para el bien común y el bien común se busca desde nuestras diferencias dándole posibilidad siempre a nuevas alternativas, es decir, buscar algo nuevo siempre cuando hay verdadero diálogo, se termina en un (permítanme la palabra, pero la digo noblemente) en un acuerdo nuevo donde todos nos pusimos de acuerdo en algo. ¿Hay diferencias? quedan a un costado, en la reserva, pero en ese punto en que nos pusimos de acuerdo, o en esos puntos en que nos pusimos de acuerdo, nos comprometemos y los defendemos, es un paso adelante, esa es la cultura del encuentro.
Dialogar no es negociar, negociar es procurar sacar la propia tajada, a ver como saco la mía, no, no diálogo, no, no pierdas tiempo, si vas con esa intención no pierdas tiempo. Es buscar el bien común para todos, discutir juntos pensar una mejor solución para todos. Muchas veces esta cultura del encuentro se ve envuelta en el conflicto, es decir, vimos un ballet precioso recién, todo estaba coordinado y una orquesta que era una verdadera sinfonía de acordes, todo andaba bien.
Pero en el diálogo no siempre es así no todo es un ballet perfecto, una orquesta coordinada, en el diálogo se da el conflicto y es lógico y esperable porque si yo pienso de una manera y vos de otra y vamos andando, se va crear un conflicto. No le tenemos que temer, no tenemos que ignorar el conflicto, por el contrario somos invitados a asumir el conflicto. Si no asumimos el conflicto, si no asumimos el conflicto nos va a dar dolor de cabeza. Que vaya con su idea a su casa y yo me quedo con la mía. No podemos dialogar nunca.
Esto significa: «Aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en un eslabón de un nuevo proceso» (Evangelii gaudium 227). Vamos a dialogar, hay conflicto, lo asumo, lo resuelvo y es un eslabón de un nuevo proceso. Hay un principio que nos tiene que ayudar mucho. La« unidad es superior al conflicto» (ibíd. 228). El conflicto existe, hay que asumirlo hay que procurar resolverlo, hasta donde se pueda, pero con miras a lograr una unidad pero no es uniformidad, sino es una unidad en la diversidad.
Una unidad que no rompe las diferencias, sino que las vive en comunión por medio de la solidaridad y la comprensión. Al tratar de entender las razones del otro, al tratar de escuchar su experiencia, sus anhelos, podremos ver que en gran parte son aspiraciones comunes. Y esta es la base del encuentro: todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre celestial, y cada uno con su cultura, su lengua, sus tradiciones, tiene mucho que aportar a la comunidad. Ahora yo estoy dispuesto a recibir esto; si estoy dispuesto a recibir y dialogar con eso, entonces si me siento a dialogar, si no estoy dispuesto, mejor no perder el tiempo.
Las verdaderas culturas no están cerradas en sí mismas, sino que están llamadas a encontrarse con otras culturas y crear nuevas realidades. Cuando estudiamos historia, encontramos culturas milenarias que ya no están más, han muerto por muchas razones pero una de ellas es haberse cerrado a sí misma.
Sin este presupuesto esencial, sin esta base de hermandad será muy difícil arribar al diálogo. Si alguien considera que hay personas, culturas, situaciones de segunda, tercera o de cuarta algo seguro saldrá mal porque simplemente carece de lo mínimo, del reconocimiento de la dignidad del otro. Que no hay primera de tercera, de segunda ni de cuarta, somos de la misma dignidad.
3. Y esto me da pie para responder a la inquietud manifestada en la tercera pregunta: acoger el clamor de los pobres para construir una sociedad más inclusiva. Es curioso, el egoísta se excluye. Nosotros queremos incluirnos. Acuérdense de la parábola del Hijo Pródigo, ese Hijo que le pidió la herencia al Padre, se llevó toda la plata, la malgastó y al cabo de un largo tiempo que había perdido todo porque le dolía el estómago de hambre, se acordó de su Padre, y su Padre lo esperaba, es la figura de Dios que siempre nos espera y cuando lo ve venir lo abraza y hace fiesta.
En cambio, el otro hijo, el que había estado en la casa se enoja y se autoexcluye. “Yo con esta gente no me junto, yo me porte bien, yo tengo una gran cultura, estudié en tal y en tal universidad, tengo tal familia y alcurnia así que con esto no me mezclo”. No excluir a nadie, pero no autoexcluirse porque todos necesitamos de todos. También un aspecto fundamental para promover a los pobres está en el modo en que los vemos.
No sirve una mirada ideológica, que termina usando a los pobres al servicio de otros intereses políticos o personales (cf. Evangelii Gaudium 199). Las ideologías terminan mal, no sirven, las ideologías tienen una relación o incompleta, o enferma o mala con el pueblo, las ideologías no asumen al pueblo, por eso fíjense en el siglo pasado, en qué terminaron las ideologías, en dictaduras, siempre, siempre, piensan por el pueblo, no dejan pensar al pueblo. O como decía aquel agudo crítico de la ideología cuando le dijeron pero esta gente tiene buena voluntad y quieren hacer cosas con el pueblo, todo por el pueblo pero nada con el pueblo, esas son las ideologías.
Para buscar efectivamente su bien, lo primero es tener una verdadera preocupación por su persona, valorarlos en su bondad propia. (Estoy hablando de los pobres) Pero, una valoración real exige estar dispuestos a aprender de ellos. Los pobres tienen mucho que enseñarnos en humanidad, en bondad, en sacrificio, en solidaridad. Los cristianos además tenemos además un motivo mayor para amar y servir a los pobres: porque en ellos vemos el rostro y la carne de Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9).
Los pobres son la carne de Cristo. A mí me gusta preguntarle a alguien, cuando confieso gente, (ahora no tengo tantas oportunidades de confesar como tenía antes en mi diócesis anterior pero me gusta preguntar) Usted ¿ayuda a la gente? “Sí, sí, sí”. Dígame, cuando da limosna, ¿le toca la mano al que da limosna o tira la moneda y hace así? (el Papa agita la mano), son actitudes. Cuando usted da limosna, ¿lo mira a los ojos o mira para otro lado? Eso es despreciar al pobre. Son los pobres, pensemos bien, es uno como yo y si está pasando un mal momento por miles de razones, económicas, políticas, sociales, o personales yo podría estar en ese lugar y podría estar deseando que alguien me ayude. Y además de desear que alguien me ayude si estoy en ese lugar tengo el derecho de ser respetado. Respetar al pobre, no usarlo como objeto para lavar nuestras culpas. Aprender de los pobres con lo que dije con las cosas que tienen, con los valores que tienen, y los cristianos tenemos ese motivo que son la carne de Jesús.
Ciertamente, es muy necesario para un país el crecimiento económico y la creación de riqueza, y que esta llegue a todos los ciudadanos sin que nadie quede excluido. Eso es necesario. La creación de esta riqueza debe estar siempre en función del bien común, de todos y no de unos pocos. Y en esto hay que ser muy claros. «La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin rostro» (Evangelii gaudium 55).
Las personas cuya vocación es ayudar al desarrollo económico tienen la tarea de velar para que éste siempre tenga rostro humano. El desarrollo económico tiene que tener rostro humano, ¡no a la economía sin rostro! En sus manos está la posibilidad de ofrecer un trabajo a muchas personas y dar así una esperanza a tantas familias.
Traer el pan a casa, ofrecer a los hijos un techo, salud y educación, son aspectos esenciales de la dignidad humana, y los empresarios, los políticos, los economistas, deben dejarse interpelar por ellos. Les pido que no cedan a un modelo económico idolátrico que necesita sacrificar vidas humanas en el altar del dinero y de la rentabilidad. En la economía, en la empresa, en la política lo primero siempre es la persona y el hábitat donde vive.
Con justa razón, Paraguay es conocido en el mundo por haber sido la tierra donde comenzaron las Reducciones, una de las experiencias de evangelización y organización social más interesantes de la historia. En ellas, el Evangelio fue alma y vida de comunidades donde no había hambre, no había desocupación, ni analfabetismo, ni opresión. Esta experiencia histórica nos enseña que una sociedad más humana también hoy es posible. Ustedes la vivieron en sus países acá, es posible.
Cuando hay amor al hombre, y voluntad de servirlo, es posible crear las condiciones para que todos tengan acceso a los bienes necesarios, sin que nadie sea descartado. Y buscar, buscar acaso las soluciones por el diálogo. Yo estoy por terminar lo que tenía escrito pero no quiero que se me quede nada de lo que me han preguntado.
4. En la cuarta pregunta he respondido con esto de una economía toda en función de la persona y no en función del dinero y hablaban de la poca efectividad, la señora empresaria, hablaban de la poca efectividad de ciertos caminos, mencionaba uno que yo había mencionado en la Evangelii Gaudium, que es el populismo irresponsable, ¿no es cierto? y parece que no dan efecto, que hay tantas teorías.
¿Cómo hacerlo? Creo que con esto que digo yo con una economía con rostro humano está la inspiración para responder a esa pregunta. 5. En la quinta pregunta. La respuesta está dada a lo largo de lo que dije cuando hablé de las culturas, hay unas culturas ilustradas, que es cultura, y es buena y hay que respetarla o por ejemplo en una parte del ballet se tocó música de una cultura ilustrada y buena, pero hay otra cultura que tiene el mismo valor que es la cultura de los pueblos, de los pueblos originarios, de las diversas etnias, una cultura que me atrevería a llamarla (pero en el buen sentido), una cultura popular.
Los pueblos tienen su cultura y hacen su cultura, es importante ese trabajo por la cultura en el sentido más amplio de la palabra, no es cultura solamente haber estudiado, poder gozar de un concierto o leer un libro interesante sino también es cultura mil cosas. Hablaban del tejido de Ñandutí por ejemplo, eso es cultura, y es cultura nacida del pueblo, por poner un ejemplo. Y hay dos cosas que antes de terminar quisiera referirme.
Y en esto como hay políticos aquí presentes, está el Presidente de la República, lo digo fraternalmente. Alguien me dijo, mire, “fulano de tal está secuestrado por el ejército, haga algo”. Yo no digo si es verdad, si no es verdad si es justo si no es justo, pero uno de los métodos que tenían las ideologías dictatoriales del siglo pasado a las que me refería hace un rato era apartar a la gente o con el exilio o con la prisión o en el caso de los campos de exterminio nazis o estalinistas, la apartaban con la muerte.
Para que haya una verdadera cultura en un pueblo, una cultura política y de bien común, rápido [debe haber] juicios claros, juicios nítidos. Y no, no sirve otro tipo de estratagemas. La justicia es nítida, clara, eso nos va a ayudar a todos. Yo no sé si acá existe eso o no, lo digo con todo respeto, (la gente responde fuerte, pero no se entiende bien) No, no pregunto (responde el Papa), me lo dijeron cuando entraba, me lo dijeron acá y que pidiera por no sé quien, no oí bien el apellido y después, después está otra cosa que también con honestidad quiero decir: un método que no da libertad a las personas para asumir responsablemente su tarea de construcción de la sociedad y es el chantaje.
El chantaje siempre es corrupción. Si tú haces esto te vamos a hacer esto, con lo cual te destruimos. La corrupción es la polilla, es la gangrena de un pueblo. Por ejemplo ningún político puede cumplir su rol, su trabajo si está chantajeado por actitudes de corrupción. Anda dame esto, dame este poder, dame esto o sino yo te voy a hacer esto o aquello otro. Eso que se da en todos los pueblos del mundo, porque eso se da. Si un pueblo quiere mantener su dignidad tiene que desterrarlo. Estoy hablando de algo universal.
Y termino. Para mí es una gran alegría ver la cantidad y variedad de asociaciones que están comprometidas en la construcción de un Paraguay cada vez mejor y próspero. Pero si no dialogan, no sirve para nada, si chantajean, no sirve para nada. Los veo como una gran sinfonía, cada uno con su peculiaridad y su riqueza propia, pero buscando la armonía final. Esto es lo que cuenta. Y no le tengan miedo al conflicto pero háblenlo y busquen caminos de solución.
Amen a su Patria, a sus conciudadanos y, sobre todo, amen a los más pobres. Así serán ante el mundo un testimonio de que otro modelo de desarrollo es posible. Estoy convencido por la propia historia de ustedes de que tienen la fuerza más grande que existe: su humanidad, su fe, su amor, ese ser del pueblo paraguayo que lo distingue tan ricamente entre las naciones del mundo.
Pido a la Virgen de Caacupé, nuestra Madre, que los cuide, que los proteja, que les aliente en sus esfuerzos. Que Dios los bendiga y recen por mí.
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