Header Ads

Unidad en la diversidad e Iglesia accidentada (I) BXVI

¿Qué unidad es por la que Cristo ora al Padre?

…y no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos .Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste. (Jn 17, 20-21)


La unidad es importante. Tal como indica Cristo es necesaria para que el mundo crea que Cristo es hijo de Dios que las personas crean la palabra de los evangelizadores. Hoy en día hablar de unidad es casi un insulto. Todos queremos la independencia persona, grupal, comunitaria, regional, etc. El valor importante es la diversidad, parecer diferente aunque en la sociedad nos imponga una homogenización interior.

¿Cómo conciliar la unidad y la diversidad? Vivimos en una sociedad postmoderna que se basa, en gran medida, en que todo vale y al mismo tiempo carece de valor. La unidad se ha convertido en algo estético, aparente, simulado, que nos permite seguir a los nuestro, sin interesarnos realmente por quien es “diferente”.

La postmodernidad nos impone aceptar la tolerancia, la solidaridad y la diversidad. Para detener cualquier tentación de rebelarse ante esta dictadura ideológica utilizamos la socorrida frase “no juzgues”. Un “ámame tal cual soy” y no entres a valorar lo que hago o digo. La palabra amor pierde todo su significado cuando lo virtualizamos y desvinculamos de la persona que tenemos delante.

La unidad no puede ser un “no juicio”, una apariencia, una etiqueta que nos podemos y creemos que existe. Esta unidad aparente, es nominalismo intravenoso que nos destruye por dentro.

Es evidente qu no tenemos capacidad para crear unidad por nosotros mismos, por mucha voluntad que pongamos sobre las mesa. Nuestra naturaleza herida, limitada y fragmentada no puede dar lugar a la unidad verdadera. Por eso nos quedamos en apariencias cómodas que nos permiten vivir como queremos sin que nadie nos venga a mover la hamaca durante la siesta. ¿Quién es el que crea la unidad? Evidentemente sólo puede crear unidad quien es unidad: Dios, en este caso, el Espíritu Santo viene a auxiliarnos siempre que aceptemos que intervenga.

Los rompecabezas o puzzles no se solucionan haciendo que todas las piezas sean iguales. Esta es la solución más sencilla, la solución trivial tal como la llaman los matemáticos. Homogeneizando se pierde toda la información y contenido que hay en el rompecabezas. Esta es la primera trampa a la que nos ofrece el enemigo: uniformidad que nos destruye y destruye los dones que Dios nos ha regalado. Además, para más maldad, el enemigo nos hace actores directos de la homogeneización. Nos obliga a destruirnos a nosotros mismos por medio de un ideal que se convierte en ideología.

Lo cierto es que la Iglesia y la sociedad se han dado cuenta de la primera trampa y poco a poco ha ido creando defensas para no caer en ella. La respuesta que el enemigo nos da es ofrecernos justo lo contrario. Siguiendo con el símil del rompecabezas, se trata de ver todas las piezas separadas y desordenadas y decirnos a nosotros mismos: “así lo tenemos, así es como Dios quiere que sea. Nos dicen que esta es la unidad que Dios nos ofrece y hasta ahora no nos hemos dado cuenta”. Entonces aparece otra ideología que busca llegar al ideal. La indiferencia y la tolerancia toman parte fundamental en todo esto. Indiferencia y tolerancia que se nos intentan imponer por la fuerza de forma directa o sutil. Por ejemplo desconfiando del diálogo y del contraste de puntos de vista.

Si no dialogamos no nos daremos cuenta de nuestros errores y no podremos buscar verdaderas respuestas que no nos esclavicen. Cada uno de nosotros tenemos sombras y pequeñas luces. Si nos unimos las sombras desaparecen porque las luces “del otro” llenan el espacio vacío que nuestra naturaleza no puede llenar por sí misma. Pero no se trata sólo de unir luces, sino de cohesionarnos sin perder lo que nos diferencia. Esta es la labora maravillosa del Espíritu Santo.

…el Espíritu Santo se manifiesta mediante otros signos: un viento impetuoso, lenguas de fuego, y los Apóstoles hablando todas las lenguas. Este es un signo de que la dispersión de Babilonia, fruto de la soberbia que separa a los hombres, ha quedado superada por el Espíritu, que es caridad y da unidad en la diversidad. Desde el primer momento de su existencia la Iglesia habla todas las lenguas —gracias a la fuerza del Espíritu Santo y a las lenguas de fuego— y vive en todas las culturas, no destruye nada de los diversos dones, de los diferentes carismas, sino que lo reúne todo en una nueva y gran unidad que reconcilia: la unidad y la variedad. (Benedicto XVI. Audiencia general. Miércoles 7 de mayo de 2008)

La unidad no destruye los diferentes dones, sino que los integra de forma que unos se sumen a los demás. La unidad reconcilia, nunca se impone por decreto o se desdeña como ya conseguida.

Dejar que el Espíritu nos guíe requiere valentía y templanza. Podemos temer equivocarnos de camino y despeñarnos en la oscuridad. Aquí aparecen dos posturas extremas: salir como locos a lo que sea ó quedarnos en nuestro cómodo, homogéneo espacio de confort. Los más deseosos de salir corriendo dirán que Papa Francisco nos dijo que prefería una “Iglesia accidentada”… pero hay que poner esta exhortación en su lugar o el enemigo nos llevará rápidamente al precipicio. Esto lo trataré en el siguiente post.

This entry passed through the Full-Text RSS service - if this is your content and you're reading it on someone else's site, please read the FAQ at http://ift.tt/jcXqJW.

No hay comentarios.

Con tecnología de Blogger.