¿Vuelve el comunismo?
Uno, que vivió en los mejores años de su juventud y con el apasionamiento propio de la edad, la caída de todos los regímenes comunistas del planeta menos el chino y el cubano en los años 1989 y siguientes, llegó a pensar que tal vez, el comunismo estaba definitivamente derrotado, y que jamás volveríamos a contemplar la implementación de un régimen comunista en ningún lugar del mundo.
Los que alguna vez habían profesado el comunismo se escondían, y hasta negaban, cuando les era posible, haberlo hecho; se almacenaban hoces y martillos y banderas rojas; se arrinconaban anquilosadas siglas; se derribaban oprobiosos muros… Todo ello mientras en los países excomunistas, que habían permanecido herméticamente cerrados precisamente para que el mundo no conociera lo que pasaba tras las fronteras que los separaban del mundo libre, afloraba impúdicamente la inmensa pobreza que después de sólo siete décadas, en muchos aún menos, se había acumulado en ellos, y la enorme tristeza que impregnaba hasta los más íntimos aspectos de la vida en su interior.
Pues bien, bien al contrario, cuando todavía no ha transcurrido ni un cuarto de siglo desde que uno tras otro caían derribados todos y cada uno de los regímenes que habían hecho bandera del comunismo, lo vemos renacer de sus cenizas, y a decir verdad, pavonearse por las calles del mundo con mayor desvergüenza y menor disimulo cada día. Ayer mismo, un impertinente dirigente de un país del mundo, le regalaba nada menos que al Papa un Jesucristo clavado sobre una hoz y un martillo cuyo significado no termina de quedar claro, pero que en todo caso, revela a todas luces la reivindicación de unos símbolos que hicieron posible durante más de siete décadas en Europa y en el mundo entero, tanta miseria, tanta sangre, tanta desolación, tanta muerte, tanta tristeza, tanto odio, tanta opresión, tanta persecución, tanta indignidad…
Entender por qué el comunismo nunca desaparece es difícil si se intenta hacerlo con los argumentos y los criterios que una persona capaz de manejar un mínimo de lógica lo haría: no produce riqueza, no produce bienestar, no produce felicidad… Pero a lo mejor es más fácil conseguirlo si se acepta que el comunismo se alimenta del primero de los pecados del ser humano, del más inconfesable pero al mismo tiempo, el más destructivo y maléfico de todos, un pecado innato y consustancial a la naturaleza humana, y generador de odio como el que más: ¿qué pecado sino la envidia? Una envidia que sólo repara en que todos seamos iguales, y que, con tal de que ello sea así, prefiere una sociedad en la que todos tengamos cero, que otra en la que unos tengan cinco y otros tengan diez, como aquel envidioso que preguntado sobre lo que quería recibir como regalo con la única condición de que el envidiado recibiría el doble, respondió: “que me saquen un ojo”.
El comunista sabe bien a qué conduce el comunismo: decenas y decenas de regímenes comunistas cayeron en los años 80 y 90 y ninguno de ellos -¡¡¡ninguno de ellos!!!- había ofrecido a sus ciudadanos otra cosa que la muerte, la pobreza, la opresión y la tristeza. Todos lo vimos, a nadie se le ocultó, ¡¡¡nadie lo negó!!! tampoco los que hoy profesan el neocomunismo del s. XXI. Pero es que amigos míos, hay gente, hay demasiada gente, que está dispuesta a pasar por todos esos males con tal de que los pasemos todos, y el comunismo es, hasta la fecha, el sistema que mejor camino ha ofrecido para conseguirlo. Aceptémoslo como es: mientras haya envidia habrá comunismo.
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Vengan a verme mañana: les estaré esperando con el Termómetro de persecución religiosa, que por cierto, puede conocer también, en formato audio en el programa "Con otros ojos" que emitimos en Radio María hoy a las 15:00 hs.
©L.A.
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