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Químico ordenado


 

P. José Luis López Varona, S. I.
 (Quintanabaldo, Burgos, 02/11/1922 – Valladolid 30/10/2015)
 
Si alguien preguntara cuál era la característica, que más resaltaba en el P. José Luis,
tendríamos que decir que era el orden y la organización, siempre fiel, desde la mañanita, a un horario prefijado, que era básicamente el horario comunitario y el de su trabajo. Así, durante los largos años, en que fue fiel capellán de las Hijas de Jesús, comenzaba invariablemente el día con su misa a las siete y media de la mañana. Luego, cuando por razones de salud tuvo que quedarse en casa y la decía a la comunidad y siempre estaba a esa hora, las siete y media, en el altar, nunca hubo que ir a buscarlo a su habitación. Y así a lo largo del día, hasta la noche, cuando a las 9,30, después de las principales noticias del telediario y de su invariable visita a la capilla, iba a su habitación a descansar. 
 
A las diez de la mañana era frecuente, casi a diario también, verle salir por la portería
con su carpeta de apuntes camino de la Universidad. El P. José Luis no llevaba vistosa cartera de profesor universitario. Había estudiado la licenciatura en Ciencias Químicas en el Magisterio y, hacia finales de la década de los sesenta, hizo su tesis doctoral. Luego, dejando las clases del colegio, invitado por la universidad comenzó a dar clases en la Facultad de Química de Valladolid y con ellas siguió hasta varios años después de su jubilación. Se arreglaba mejor con los alumnos mayores que con los adolescentes del Bachillerato. Su espíritu de trabajo y su bondad le llevó, después de jubilado, a continuar su labor de profesor, yendo varios años casi todas las mañanas del curso, sin retribución alguna, a la Facultad para ayudar en el departamento, y especialmente a los alumnos que preparaban sus tesis doctorales. Hasta su ida a la enfermería de Villagarcía mantuvo su vocación profesional de químico; todos los meses veíamos en la mesa del correo, delante de la capilla, la revista Estudios de Química del C.I.C. a la que estaba suscrito. Y aunque nunca hizo alarde de su categoría de profesor universitario, este quehacer le ayudó a ser más seguro de sí mismo.
 
El P. José Luis fue, además de una persona ordenada y trabajadora, una persona callada
y especialmente humilde, y también muy amiga de hacer favores sin que trascendiera. Tendría uno que oír a un antiguo y modesto empleado del colegio hablar, al preguntarle yo por sus hijos, de cómo le ayudó a uno de ellos a hacer una magnífica carrera de Química. Pero el P. José Luis no quería que estas cosas ni otras parecidas se supieran, y siempre, con ánimo de quitarse importancia, tuvo separada su tarea de profesor universitario de su residencia en el colegio. Esta humildad del P. José Luis le llevaba a no discutir nunca, a no hablar mal de nadie, ni a murmurar, no le oí nunca hacerlo durante tantos años de vida juntos; y a dar siempre la preferencia a los demás en el uso de las pequeñas cosas de la vida comunitaria. Una prueba de esta humildad fue siempre su manera muy modesta de vestir, era una persona pobre, y su desprendimiento de esos medios de comunicación que a todos nos gustaron siempre y de primera calidad. A él le fue suficiente un muy modesto transistor, renunció al móvil, y por austeridad y espíritu de pobreza no quiso aprender a conducir, a pesar de la libertad que daba;
no lo creía necesario para el ejercicio de su principalísima ocupación docente.
 
La faceta, tal vez la más simpática del P. José Luis era su amor a la naturaleza, su interés  y preocupación por el desarrollo del país: seguía con gran interés el desarrollo industrial, la evolución demográfica…, la creación de empleo, y especialmente el desarrollo de las comunicaciones. Esta afición, que respondía a su deseo y su alegría por la mejora del bienestar de la gente, tenía su reflejo en los cuadros estadísticos y en los mapas que de estas actividades guardaba en su habitación.
 
 
 Su amor a la naturaleza, quedaba reflejado en su gusto por las excursiones a sitios
recónditos y hermosos. Gozaba enseñándolos y haciéndonos gozar a los demás de su
contemplación. Yo mismo le acompañé a alguna de estas excursiones: a la comarca de Babia en León o al este de la provincia de Soria con el pueblo abandonado de Rello… Preparaba estas salidas, siempre en vacaciones, confeccionando noticias y mapas detallados…, con el cuidado y perfeccionismo de quien prepara una clase de prácticas de química para estudiantes de quinto de carrera. Por eso era especialmente feliz en las vacaciones de Celorio, a las que siempre fue los quince días mientras se lo permitió la salud. Allí se pasaba la mañana tratando de pescar entre las rocas, y por la tarde le gustaba invitar a los compañeros y a algún conductor de automóvil, además de a la obligada excursión a Covadonga, a conocer los numerosos lugares pintorescos de los alrededores del pueblo, que tenía magníficamente estudiados. 
 
Desde que vino a Villagarcía su vida se hizo todavía más sencilla, más austera y más
sobria. Fue un enfermo modelo, siempre paciente, sin una queja por sus achaques, como si su lema fuera el de no molestar, no dar quehacer; siempre lleno de paz, sin una protesta y siempre contento. Aunque procuraba seguir las noticias de la Comunidad por el tablón de anuncios que miraba despacio cada día, estaba muy metido en su habitación, en su vida de oración y sus lecturas. Fuera de media hora, a comienzos de la tarde, para ver El Norte de Castilla, el periódico que estaba a esa hora en la sala, o alguna revista de las que nos llegan, como Alfa y Omega, o El Mensajero… se contentaba con leer después más despacio en su habitación la prensa del día anterior. Nunca protestaba por las pequeñas incidencias que, a veces ocurrían en este tema de los periódicos. 
 
Por supuesto que era siempre de los primeros que llegaba a la misa, para concelebrarla
devotamente con el preste que la decía. Y un detalle bonito, que muestra su devoción a la Virgen: al día siguiente de su fallecimiento el P. Hoyos, que es quien generalmente nos dirige la eucaristía, nos hizo caer en la cuenta, lo tenía bien observado, que los sábados, que siempre se termina, haciendo sonar en un magnetófono un canto a Nuestra Señora,  mientras va saliendo la gente, el P. José Luis nunca se había levantado hasta que este canto había terminado.
 
Algo como esto fue, creo yo, la vida del P. José Luis, un jesuita, humilde y sufrido,
volcado hacia su interior, religioso observante y lleno de amabilidad y cariño para todo el que volcado hacia su interior para todo el que se acercó a él.
 
Aniano Moreno Gil, s.j.
Villagarcía de Campos (Valladolid), 20.11.2015  
 

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