Alegraos (4)
“Alegraos, regocijaos, llenaos de alegría…” Esa es la primera parte del Documento. Luego hay una segunda parte, que es muy bonita, que dice “consolad, consolad a mi pueblo”, y después unas preguntas que deja ahí el Papa Francisco para la reflexión. Pero lo primero es alegrarnos y, una vez alegres, dedicarnos a consolar.
Todo es este Documento “Alegraos” está apoyado en el profeta Isaías. Isaías es el profeta de la alegría y de la consolación de Dios.
El Documento comienza así: “Alegraos, regocijaos, llenaos de alegría…” y con este texto precioso de Isaías: “Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; porque así dice el Señor: ‘Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolare yo, y en Jerusalén seréis consolados. Al verlo se alegrará vuestro corazón, y vuestro huesos florecerán como un prado. La mano del Señor se manifestará a sus siervos.’ ” (Is 66, 10-14)
El Documento en esta primera parte -que es “alegraos, regocijaos, llenaos de alegría…”- tiene después como si dijéramos diferentes apartados: uno es “a la escucha”, después el siguiente es “Ésta es la belleza”, siguiente es “Al llamaros…”, siguiente “encontrados, alcanzados, transformados…”, y por último en esta primera parte “en la alegría del SÍ fiel”.
A la escucha
Lo primero que le estamos escuchando al profeta que nos está diciendo es que nos alegremos, que festejemos, que celebremos.
“Con el término alegría, la Sagrada Escritura expresa una multiplicidad de experiencias colectivas y personales, relacionadas en particular con el culto religioso y las fiesta, reconociendo el sentido de la presencia de Dios en la historia de Israel.” Ese es el sentido del término “alegría” en la Escritura.
La presencia de Dios con su pueblo es la fuente de la verdadera alegría y toda la exhortación que nos hace Isaías a alegrarnos, a regocijarnos y a estar felices y a festejar es porque Dios es presente en nuestra vida, porque Dios está con nosotros, ¿no?
Y ahora mi pregunta que os hago a vosotras y me hago yo y queda ahí en el aire para que reflexionemos es: ¿de dónde brota nuestra alegría? Mi alegría, cuando la tengo -¡la debería tener siempre!- ¿de dónde brota nuestra alegría? ¿En qué consiste nuestra alegría?
El fundamento de nuestra alegría debe ser siempre la presencia de Cristo en nuestras vidas. Y que nuestras vidas transcurren en su presencia. ¡Esa es nuestra alegría! Por eso tenemos que estar siempre alegres y si no lo estamos es porque no estamos bien situadas, porque... la presencia de Cristo en mi vida no va a faltar nunca, a no ser que yo le expulse de mi vida. Y mi vida va a transcurrir siempre en su presencia, a no ser que yo decida otra cosa. Luego... estar alegre o no estar alegre es una decisión personal mía, no es un estado de ánimo.
Yo puedo sentir lo que sienta, pero mi alegría no me la puede robar nadie, porque mi alegría es Jesús, mi alegría es Cristo. Y solamente yo le puedo alejar de mí si pierdo la gracia, pero soy yo que le pongo barreras y le alejo de mí. Él no se aleja, ¿eh?, aunque yo peque y aunque yo pierda la gracia de Dios -que vale más que la vida (Sl 63)-, la pierdo porque yo la quiero perder, me alejo porque decido alejarme, pero lo grande es que Él no se aleja de mí. ¡Nada ni nadie puede impedir a Dios estar conmigo, estar cerca de mí!
El amor de Dios es invencible y el amor de Dios no se detiene nunca, no frena nunca, no para nunca. Ni mi pecado frena o limita el amor de Dios, mi amor hacia Él, mi cercanía de Él, pero a Él no. El amor de Dios es más fuerte que todo, es omnipotente y, por supuesto, es más fuerte que mi pecado. Y el amor de Dios es mi alegría. Si pierdo la alegría... es porque yo libremente decido perderla. ¡Esto es muy importante!
La alegría no es el follón, el jolgorio… ¡No! Eso solo pueden ser -en determinados momentos- manifestaciones externas de la alegría, pero la alegría es algo mucho más grande, mucho más profundo y mucho más sólido.
“La alegría es el don mesiánico por excelencia, como Jesús mismo nos promete: ‘para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea colmada’”. “¡Es un don mesiánico!”. Cuando Jesús se entrega a Sí mismo en la Última Cena nos entrega la alegría; se entrega para que la alegría de Él esté con nosotros y nuestra alegría sea colmada (Jn 15, 11; 16, 24; 17, 13). Jesús nos habla ahí de la alegría en el discurso de la Cena, en la oración sacerdotal, cuando “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1), ahí está el colmo de su alegría: amarnos hasta el extremo, darse. “¡Es el don mesiánico por excelencia!”
Y ahora viene la gran pregunta para una Samaritana: ¿Yo soy portadora de ese don? “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber, le pedirías tú a él y Él te daría un agua viva” (cf. Jn 4, 10), una alegría viva, eterna. ¡Y tú tienes que portar el don y yo tengo que portar el don, el don mesiánico por excelencia! Y evidentemente no puedo dar a nadie lo que yo no tengo.
Podríamos decir que una Samaritana triste es una mentira mayúscula, no tiene razón de ser, no existe ningún consagrado triste. Pero una mujer que está llamada a ser portadora del don de Dios... si “la alegría es el don mesiánico por excelencia”, somos portadoras de alegría, portadoras de amor, portadoras de esperanza. De verdad ¿soy portadora del don?
“San Pablo dice que la alegría es fruto del Espíritu (cf. Ga 5, 22), es una nota típica y estable del Reino (cf. Rm 14, 17) que se refuerza en la tribulación y en las pruebas (cf. 1Ts 1, 6).”
O sea, que cuantas más tribulaciones y más pruebas, más fuerte es nuestra alegría.
No lo digo yo, lo dice San Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses, que en la tribulación y en las pruebas se refuerza nuestra alegría. Cuanto más os chinchen…, más alegres, más don para portar.
Y ahora pregunto yo. No intento dar puñetazos en el hígado a nadie, ¿eh?, pero tengo que preguntarlo: ¿Es estable nuestra alegría o son momentos, subidones, ratitos y luego me vengo abajo? ¿Es estable nuestra alegría?
Nuestra alegría debe ser un modo de vivir, una atmósfera, un ambiente, un ecosistema, no un estado de ánimo fluctuante, cambiante. ¡Nuestra alegría es Jesús! Y Jesús ni pasa ni cambia, porque el don de Dios es Jesús y somos portadoras de Él.
El Documento sigue diciendo: “Para captar el sentido pleno del texto citado, ofrecemos una breve explicación de Is 66, 10, cuando dice: “alégrate, Jerusalén, y regocijaos por ella todos los que la amáis. Llenaos de alegría por ella”, dice el profeta Isaías.
En los capítulos 65 y 66 de Isaías se evoca el tema del pasado -todas las averías y fechorías que el pueblo había hecho- y lo evoca con imágenes a veces un tanto crudas, fuertes, pero lo evoca invitándonos a olvidarlo, porque Dios quiere hacer brillar una nueva luz, una confianza que sanará toda infidelidad y crueldad. Desaparecerá la maldición, fruto de la inobservancia de la alianza, porque Dios desea hacer de Jerusalén un regocijo y de su pueblo una alegría (cf. Is 65, 18).” Si podéis luego buscad las citas, porque son francamente preciosas. “Y prueba de esto es que la respuesta llegará antes incluso que la súplica”. Is 65, 24 dice así: “antes de que me llamen, Yo les responderé”. ¡Qué bonito es eso! Antes de que tú me llames, ¡Yo ya te estoy respondiendo! Ese es nuestro Dios, el que nos invita a la alegría.
Es muy sugestiva la analogía de Jerusalén como madre, que se inspira en las promesas de Is 49, 18-29 (cuando empieza diciendo que nos lleva tatuados en la palma de sus Manos y que de mis ruinas y de mis desolaciones emergerá nuevamente Jerusalén): pues el país de Judá se llena de pronto de cuantos regresan de la dispersión después de haber vivido una gran humillación. Esto equivale a decir que los rumores de ‘liberación’ han ‘fecundado’ a Sión de nueva vida y de esperanza, y Dios, que es Señor de la vida, llevará hasta el fin la gestación, dando a luz sin fatiga a hijos nuevos. De este modo Sión-madre –Jerusalén- se ve rodeada de hijos, siendo para ellos nodriza tierna y generosa.”
Esto -lo dice el Documento- es una imagen clara y evocadora de nuestra maternidad, de lo que tiene que ser nuestra maternidad, porque la nodriza no es una madre. Una nodriza alimenta a sus pechos aquellos que les son confiados, pero no son sus hijos, los adopta y les alimenta. Y esa es nuestra llamada: alimentar con nuestra vivencia íntima -de nuestro pecho- a nuestros hijos adoptivos.
Sigue diciendo el Documento “Alegraos”: “Nos encontramos una multiplicidad de vocablos repletos de significado: ‘alegraos, exultad, regocijaos’, y también ‘consuelo, delicia, abundancia, prosperidad, caricias’, etc. Ante la carencia de una relación de fidelidad y amor, se había caído en tristeza y esterilidad; ahora la potencia y la santidad de Dios restablecen sentido y plenitud de vida y de felicidad, expresada con términos pertenecientes a las raíces afectivas de todo ser humano, que despiertan emociones únicas de ternura y seguridad.”
Todas estas expresiones que acabamos de leer en Isaías y que el Documento nos recuerda, nos hace caer en la cuenta de que están ahí, son expresiones que adelantan ya la esencia del cristianismo en el modo, en Isaías está prefigurado como va a ser una alianza nueva: sobre qué valores, sobre qué sentimientos, sobre qué realidades humanas se va a edificar la alianza nueva.
¿Cuál va a ser la esencia del cristianismo? Pues la esencia del cristianismo va a ser la Humanidad de Jesús a través de la cual Dios entra a participar de los sentimientos y de las vivencias humanas. A través de Jesús, Dios exulta, se alegra, se regocija, experimenta consuelo, la abundancia, las caricias, la ternura… todo eso Dios se hace partícipe en la humanidad sirviéndose de Jesús, en Jesús. Necesitaba un cuerpo humano, una humanidad para vivir todo eso, para experimentar todo eso.
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