La envidia de los buenos
Ahora bien, ¿por qué Dios permite la incomprensión? En realidad, es producto de la libertad humana. No quiere decir que él la provoque. Lo que hace es saberla aprovechar en beneficio del que está dispuesto a seguirlo, pues sirve para ejercitarlo en la paciencia y en la humildad. Obviamente, no significa que la persona incomprendida deba sentirse menos, tampoco que asuma un papel de víctima, al punto de volverse victimaria. Simple y sencillamente, ha de saber aprovechar el obstáculo que se le pone para superarse y, desde ahí, asumir las mismas actitudes de Jesús.
¿Hasta dónde toca insistir cuando la situación –personas o circunstancias- son contrarias a un proyecto que se afirma viene de Dios? Obedecer es el camino más seguro. La Iglesia, con más de dos mil años de experiencia, sabe acompañar. Siempre habrá alguien que escuche y tenga elementos para orientar. Irse por la libre, lejos de ayudar, significa que la experiencia de fe a la que se apela no es auténtica, pues el individualismo, lleva a una búsqueda desmedida del “yo”. Ahora bien, la obediencia no es enemiga de la audacia y del carácter. Teresa de Jesús tenía esa combinación tan interesante. Obedecía, pero sabía buscar, encontrar razones y, cuando venía la autorización, se ponía en camino sin sentirse menos delante de los retos. Muchas veces, confesaba estar segura, pero aun así sabía ponerse en manos de los que, ella, llamaba “letrados”; es decir, personas con experiencia sobre cuestiones humanas y espirituales.
Por lo tanto, tomemos nota y evitemos obstaculizar. Si, por el contrario, en algún punto del camino, nos toca que nos obstaculicen, entender el proceso, evitando una actitud de choque o ruptura. Carácter y obediencia. De eso se trata. ¿Nuestro modelo? Jesús.
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