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Rusofobia

Se glosan en estos días con gran regocijo las dificultades que atraviesa la economía rusa, tras las sanciones económicas planificadas desde Estados Unidos y secundadas por sus colonias europeas. En este regocijo trágico y desdentado se resume el camino de perdición que tantas veces Europa ha adoptado ante Rusia, pensando ridículamente que, haciéndola sufrir, acabará poniéndola de rodillas. Cuando lo cierto es (y la Historia lo ha probado repetidamente) que el alma rusa siempre saca del fondo de su sufrimiento un vigor espiritual que la hace más resistente. Ese vigor que, a lo largo de la Historia, Rusia ha extraído de sus padecimientos tiene, además, una vocación «evangelizadora»: a veces, el evangelio luminoso de la Santa Alianza; a veces, el evangelio negro del comunismo. Sólo una época que ha alcanzado la mayor atrofia espiritual de la historia humana puede ignorar esta evidencia; y así se explica que las democracias coloniales europeas, lacayas del Nuevo Orden Mundial, estén cometiendo el error vertiginoso de arrojar a Rusia en brazos de China. Rusia es nuestro único dique de contención contra la barbarie musulmana y el fatalismo asiático; esto es una enseñanza teológica perenne que sólo los espíritus religiosos sabrán entender, pero es también una evidencia geoestratégica que hasta las mentes más gangrenadas por el nihilismo pueden alcanzar, mientras chapotean en su vómito. En la coyuntura presente (como ya ocurrió en otras coyunturas anteriores) el fallo definitivo sobre una Europa podrida corresponde inevitablemente a Rusia; y si Rusia resolviera fallar a favor de Asia (como se le está obligando a hacer) seremos reducidos a una esclavitud aún más oprobiosa que la que ya padecemos.

El regocijo europeo ante el «aislamiento» que obliga a Rusia a volverse hacia Asia es suicida. También lo es la «putinofobia» que los corifeos del neopaganismo de izquierdas y derechas tratan de extender entre las gentes sencillas, presentando a Putin como un sátrapa sediento de poder, cuando en realidad lo odian por su propósito de rehabilitar las maltrechas tradiciones cristianas. Odian al hombre que ha osado afirmar: «En la actualidad, muchos países están revisando sus normas morales, borrando sus tradiciones nacionales y las fronteras entre las diversas etnias y culturas. No sólo se pide a la sociedad respeto al derecho de cada uno a la libertad de pensamiento, a las opiniones de índole política y a la vida privada, sino que también se le exige que haga una equivalencia entre el bien y el mal, lo cual es en verdad extraño, pues son conceptos opuestos. Y tal destrucción de los valores tradicionales no sólo tiene efectos demoledores sobre las sociedades, sino que es también radicalmente antidemocrática, pues es contraria a lo que una mayoría de gentes piensan. Sabemos que cada vez más personas en el mundo apoyan nuestra visión, que tiene como objetivo proteger los valores tradicionales que han constituido a lo largo de milenios el cimiento espiritual y moral de nuestra civilización: los valores de la familia tradicional y de la vida humana genuina, que comprende la vida espiritual de los individuos, no solamente los valores materiales».

Este es el meollo del odio que, a izquierda y derecha, la Europa neopagana profesa a Putin, que no es sino odio (por persona interpuesta) a una Rusia capaz de abrazarse otra vez a su vocación histórica. Y estos odiadores prefieren dejar a Europa desvalida frente al infierno asiático antes que permitir una resurrección de los valores tradicionales que Rusia enarbola, los únicos que pueden salvar a Europa de la esclavitud de hoy y de mañana.

Publicado en ABC.

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