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Yo creo en los Reyes Magos

 Yo creo en los Reyes Magos

Cuentan de una monjita que entró en Clausura siendo niña. Sus hermanas cada noche del 5 de enero le dejaban algo, año tras año. La religiosa se hizo mayor, pero jamás supo el secreto de sus hermanas y murió convencida de que cada noche de Reyes, Melchor, Gaspar y Baltasar se acercaban al convento a obsequiarla con sus regalos.

En mi caso, mi madre fue la encargada de darme la gran sorpresa. Me llamó cuando contaba yo nueve años –hace 41- y me dio la noticia. La primera noche de Reyes, sabiendo ya el tema, me quedé con mis padres a colocar los regalos (soy el hermano mayor) y, poco antes de que terminaran, me mandaron a dormir. Por la mañana, además de todo lo que habíamos puesto, había una bicicleta para toda la familia y yo, por un momento, estuve convencido de que los Reyes pasaban y solo dejaban un gran regalo por casa…. Vamos, que si mi madre no me adelanta de qué iban las cosas, quizá ahora me encontraría igual que la monjita del párrafo anterior.

Todas las fiestas son especiales, pero la de los Reyes lo es aún más. Es el colofón de las celebraciones navideñas, de unos días en que, gracias al nacimiento del hijo de Dios, todos somos un poco mejores. Recordar a aquellos Magos de las Sagradas Escrituras es un ejercicio maravilloso. Yo admiro su fe, su decisión y su perseverancia. Cuántos habrán visto aquella estrella y ni siquiera pusieron atención en ella. Cuántos la vieron y hasta quizá tomaron la decisión de seguirla –yo me siento, vergonzosamente, muy identificado en este grupo-, pero no fueron consecuentes con ella, y evitaron con uno y mil pretextos, iniciar el camino hasta su encuentro. Cuántos, ante tantas vicisitudes (pérdida continua de la estrella, senderos abruptos, debate con Herodes…), hubieran abandonado la noble empresa. La lección de los Magos es contundente, porque el premio que obtuvieron fue el máximo que uno puede ganar: ver a Jesús.

Hoy, sí, especialmente hoy, 7 de enero, justo antes de la vuelta al colegio, los padres se encuentran (Loles y yo hemos pasado esta etapa, pues nuestra hija pequeña, Blanca, cuenta ya con doce años) con uno de los momentos más difíciles de su vida: dar la noticia. Piensan que sus hijos se llevarán un terrible chasco cuando se enteren de que los Reyes no existen. ¡Qué complicados somos los adultos! ¡Cuánto nos cuesta ver las cosas, como sugirió el mismo Jesús, desde el prisma de los niños ¡ Probablemente, si así lo hiciéramos, nos iría bastante mejor.

Yo, en lo personal –el que me quiera tildar de loco o iluso tiene todo el derecho- creo firmemente en los Magos, en que existen, en que tienen poder para bajar del Cielo (ahora no vienen de Oriente ni en barco ni en bicicleta) cuando les dé la gana y regalar lo que más necesite a cualquier niño o adulto dispuesto a ser como niño. Por supuesto, en casa, Loles y yo seguimos poniendo los regalos, pero los Reyes vienen y trabajan en nuestra vida de una forma mucho más activa de la que somos capaces de imaginar. Si fuéramos como niños, si en una noche tan maravillosa como la del 5 de enero nos animáramos a vestirnos de descubridores -como decía Pablo Domínguez- o de buscadores -como explicó Pau Roger en su espectacular homilía de Nochebuena-, seguramente encontraríamos a más de un Rey Mago caminando por nuestra ciudad, preparado para cambiar la vida de cualquiera que sea capaz de creer. 

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