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Sobre el amor y el perdón

SOBRE EL AMOR Y EL PERDÓN
¿Qué mueve a un cristiano a amar y perdonar a otra persona?  Pues el deseo de imitar a Cristo, de parecerse a Él lo más posible, de ser como Él, de tener sus mismos sentimientos y actuar como Él.
Cuando iba al colegio, en 1º de B.U.P. (13-14 años, hoy sería 2º o 3º de E.S.O.) había en mi clase una niña con la que chocaba a menudo, no íbamos juntas pero teníamos roces; la verdad es que me sacaba de quicio y terminaba diciéndole cosas de las que luego me arrepentía. 
A mí me parecía que era una niña con problemas y eso podría explicar por qué siempre estaba seria, nunca sonreía y parecía estar siempre enfadada.  El caso es que me daba pena y cada vez que discutíamos yo terminaba acercándome a pedirle perdón.  Me costaba un Congo belga porque me caía fatal pero me daba lástima pensar que tenía problemas (no lo sabía, sólo lo intuía) y supongo que quería darle un poco de amabilidad.
Una de esas veces me contestó de malos modos, harta de mí: “¿Y qué pasa, que pidiéndome perdón ya está todo arreglado?”.  Me sentó a cuerno quemado y sentí que con esa niña no había nada que hacer salvo no acercarse.
El caso es que ahora tengo 40 años y me sigue pasando lo mismo, no aprendo.  Tiendo a pensar bien de todo el mundo, a ser amable y servicial, a querer a los más próximos, a las amigas…  y alguna vez alguien hace algo que me molesta, o que me duele o me falla en un momento de necesidad y no me lo esperaba, y me enfado o me disgusto. 
En esos momentos pienso o digo de  todo de esa persona y me convenzo a mí misma de que no volveré a tratarle ni volveré a hacerle un favor y durante un tiempo es así: estoy distante, soy fría, incluso mordaz.  Pero no dura mucho porque  ¡no me sale!  No soy rencorosa, tengo que violentar mi naturaleza para portarme así y no estoy a gusto conmigo misma.  Y ante todo deseo tener paz en mi interior, por eso acaba pareciendo que “aquí no ha pasado nada”, porque vuelvo a tratar a esa persona, la que sea, con normalidad.  No me resulta fácil pero seguir siendo borde me es aún más difícil.
Habrá quien opine que soy tonta (yo misma lo pienso a veces) y que me está bien empleado volver a llevarme un chasco con la misma persona otra vez.  Habrá quien piense que soy débil y no me enfrento con quien me hace daño y tal vez sea así pero me siento mejor cuando intento devolver bien por mal, me siento mejor cuando sonrío que cuando pongo cara de vinagre.  Aunque no siempre me sale, ¡tendrías que verme cuando me enfado!: puedo jurar en arameo como el que más y gritar como un hooligan en una final. 
Pero no puedo estar enfadada mucho tiempo y esto me ha traído problemas toda la vida, desengaños afectivos con las amigas sobre todo.  Actualmente tiendo a distanciarme de quien me hace daño pero no me gusta, y además a veces no se puede.
Hay santos que hablan de ahogar el mal en abundancia de bien o de poner amor donde no hay amor para sacar amor.  Eso es muy bonito pero es difícil y además no dicen cuánto es “abundancia” ni cuándo “sacarás amor”, ¡con lo que cuesta ser amable con alguien tras un enfado o un roce, no te fastidia! 
Y una va con toda su buena intención, con un saco de buenos propósitos y sentido sobrenatural, después de haber orado y pedido consejo al Señor y se acerca a la persona en cuestión a disculparse y te suelta lo que esa niña: “¿Y qué pasa, que pidiéndome perdón ya está todo arreglado?”, o algo peor.
A mí se me deshincha el globo, siento que me enciendo como en los dibujos animados, desde los pies a la cabeza que empieza a echar humo, ¡y me dan unas ganas de soltarle un sopapo…!  Me siento imbécil y frustrada, ¡es inútil querer ser buena con quien te hace daño porque siempre va a ser así, volverá a pasar una y otra y otra vez!
Pero yo soy así, prefiero esforzarme por intentar romper la cadena del “ojo por ojo” o “¡pues anda que tú!”, alguien tiene que parar la discusión o la pelea, cortar el mal rollo.  Aunque quede de tonta.
Yo no creo que Cristo fuera tonto ni débil y cuando estaba agonizando en la cruz gritó su perdón a sus torturadores y verdugos.  ¡Eso sí que es abundancia de bien, eso sí que es poner amor donde no lo hay!
¿Sacó amor de ahí, ahogó el mal?  Pues no sé qué decirte…  miras a cualquier lado y ves gente que hace cosas malas, incluso ves personas malas… ¿Cuándo sacará Jesús amor de donde no lo había pero Él lo puso?   A mí me parece que Jesús de Nazaret recogió mucho amor durante su vida en la Tierra y mucho más desde su Ascensión al Cielo y eso seguirá pasando siempre. 
Y que gracias a esas personas que aman y perdonan aun a costa de parecer idiotas o débiles el mal se va ahogando poco a poco, quizá no EL MAL, así en abstracto, pero sí pequeñas cosas del día a día:  una sonrisa a tu jefe que te acaba de hacer la puñeta ahoga una mala respuesta o un dedo que quiere sobresalir entre los otros cuatro; una llamada telefónica alguien que te cae mal ahoga un “¡ahí se pudra!”; un “buenos días” a la vecina que se mete contigo porque tienes cinco hijos ahoga su comentario mordaz antes de que lo diga en voz alta…
¿Cuánto se tarda en ahogar el mal en abundancia de bien, en sacar amor de donde no lo había hasta que tú empezaste a ponerlo?  Créeme, toda una vida.
 
 

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