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Se confesó a los 50 años, por primera vez en su vida, y fue a comer con el Papa: Dios le llamaba

Rubén Nahuelpán, de etnia mapuche, se está preparando para recibir su primera comunión, ser confirmado como católico y recibir el matrimonio como sacramento católico. El pasado 17 de enero fue uno de los invitados que comieron con el Papa en su visita a Chile.

"El Papa me hizo llegar a Dios, junto, obviamente al padre Patriciom, con quien me confesé antes de asistir, todos mis pecados. A los cincuenta años. Primera vez en mi vida que lo hacía”, explicaba al portal católico chileno Portaluz.

Rubén llevaba alejado de Dios desde su infancia, y la visita del Papa fue una reafirmación de su acercamiento a la fe. 

Nació en San José de la Mariquina, pequeña ciudad del sur de Chile. Siendo aun pichiche (niño), su familia, de etnia mapuche, se trasladó a la caleta de pescadores Mehuín, a orillas del Gran Lafken (mar). Lleva más de 30 años trabajando como buzo mariscador y es también dirigente social en la Caleta de pescadores Nehuentúe, donde vive con su esposa Cecilia. El producto estrella de la zona son los ‘choros maltones’ (mejillones maltones), sabrosos, suaves al paladar y de gran tamaño. La zona es también rica en otros mariscos y pescados. 

Una discusión que casi rompe la familia
Rubén y Cecilia no están casados sacramentalmente, pero cuando se casó uno de sus hijos en septiembre de 2017, ella escribió en Facebook: "Lo que une el Señor Jesús, que no lo separe el hombre". Una apreciación de la necesidad de Dios para el lazo matrimonial.

En diciembre, semanas antes de Navidad, Rubén y Cecilia tuvieron una dura discusión. Se dijeron palabras extremas teñidas de juicios, rabia y dolor. Pasaron días distanciados y la situación amenazaba incluso con llegar a la separación o divorcio. El día 25 de diciembre, ante todos sus hijos, Rubén expresó su pesar por las palabras que dijo ofuscado. Trataba de iniciar una reconciliación, pero Cecilia se resistía. 

Hablar con un sacerdote y rezar
Rubén no tenía ninguna relación con Dios ni la Iglesia desde que fue bautizado con 14 años. Pero en esta situación decidió buscar a un sacerdote y le pidió hablar bajo secreto de confesión. “Pensé:Dios me conoce, sabe cómo estoy, lo que sucede. No se va a burlar de mí, Él me va a escuchar, sólo Él me puede ayudar", explica.

Rubén rezó. "Le supliqué a Nuestro Señor, me arrodillé, lloré. No sé si me quedó alguna palabra para suplicarle piedad por mí, por mi matrimonio, que me ayudara. Y Dios me fue mostrando cosas que nunca había visto porque el mejor abogado que puedo tener es mi Dios todopoderoso y como Dios es tan hermoso, me consolaba. Él me conocía de mucho tiempo”, recuerda Rubén.

"Si estás con dolor, entrégaselo a Dios"
El sábado 13 de enero viajó en su vehículo a Temuco por asuntos de trabajo. En una calle de la ciudad, un pastor evangélico predicaba en la vía pública a viva voz. “«Si estas con dolor entrégaselo a Dios, si tienes pena entrégasela a Dios», decía. 

"¡Me está hablando a mí!", pensó Rubén. "Me bajé de mi vehículo y terminé arrodillado, quedé totalmente abatido con Dios. Me abatió desde la una hasta las tres de la tarde. Cuando terminó la predicación, el coro y todo, se me acercó una señora preguntándome quien era yo, entregándome en un papelito la dirección y horarios del templo invitándome a ir”.

Un paso de reconciliación familiar... y un cura que llama
Al llegar de regreso a Nehuentúe, Rubén se desbordó emocionalmente contándole a Cecilia lo que había vivido y ella, viendo la sinceridad espiritual de su esposo, se alegró con él. En la tarde cuando quiso buscar el trozo de papel, sin saber cómo -y hasta ahora-, había desaparecido.

“En ese momento me llama el padre Patricio Gutiérrez y dice en tono de broma: «Usted hizo unas maldades y quiero ir a conversar con usted a las seis y media de esta tarde». Llega el padre a mi casa y de inmediato oró bendiciendo el hogar, nuestro matrimonio, la familia. Casualmente estaba toda la familia aquí en casa”.

El sacerdote le traía una invitación personalizada para que él y su familia participaran de la Eucaristía que el Papa Francisco celebraría el día 17 de enero siguiente en el Aeropuerto de Maquehue cercano a Temuco. 

“Yo no voy nunca a la Iglesia, padre, dije. Pero si usted me trae esta bendición a mi casa, lo acepto. Todos en la familia estaban felices y aunque con el paso de los días yo dudaba, Cecilia y mis hijos me animaban a ir”.
 
No solo a misa: invitado a comer con el Papa
El día 16, previo a la misa que celebraría el Papa, toda la familia ya estaba en Temuco. Rubén había permanecido solo en casa cuando casi a las seis de la tarde sonó el celular. Era el rector de la Universidad de Temuco, Aliro Bórquez, quien le comunicó estaba invitado además a compartir al día siguiente el almuerzo con Papa Francisco, junto a otras diez personas…
 
“¡Dios mío! dije y me puse a llorar de alegría. ¡Qué grande Dios! Sin dudarlo entré en ayuno, no dormí nada y estuve orando todo el tiempo. Me fui a la una y media de la mañana a Temuco. Diez para las seis estaba donde don Aliro me había indicado. Fueron todas horas de gozo y alegría ese día 17, porque este almuerzo no era para los santos, sino para los miles que estaban en las calles, en la misa, con vidas como la mía… Sobre esos momentos del almuerzo, Dios era el que andaba ahí". 

"El Papa es sereno. No puso barreras de nada. «Háblenme, cuéntenme», dijo. Se quedó como quince minutos en silencio con sus manos aquí (apoyadas) en la pera (mentón, barbilla) y nos miraba a cada uno de nosotros fijamente mientras nos presentamos.  Sentí que el Papa me miró de igual a igual… con mi vocabulario, él con su vocabulario. Le dije del dolor grande vivido en mi corazón y que por intermedio de él quería decirle a Dios: 'Padre, muchas gracias por lo que hizo por Rubén Nahuelpán'. Yo lo abracé (al Papa) y me dieron ganas de quedarme dormido en su hombro porque era un relajo tan hermoso, tan de paz, ¡tan de paz! (llora emocionado al recordar Rubén). El Papa me hizo llegar a Dios, junto obviamente al padre Patricio, con quien me confesé antes de asistir, todos mis pecados. A los cincuenta años. Primera vez en mi vida que lo hacía”.

Preparándose para recibir a Dios 
Rubén continúa encontrándose al menos una vez por semana con su cura párroco. Va a misa cada domingo y dice es “por hambre de Cristo, no hay domingo que falte”. Está en preparación para recibir en algunos meses más su Primera Comunión, Confirmarse y Dios mediante también junto a Cecilia vivir el sacramento del matrimonio. “Lo más importante es que con mi señora recibamos a Nuestro señor Jesucristo en el corazón y nos unamos para siempre. Dios me salvó, me hizo este milagro. ¡Amo a Dios! Sé que muchos problemas se evitan si somos sinceros y considerando en todo la fe, sin temer al qué dirán”.
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