"El Señor del mundo" por un mártir
El Siervo de Dios nos sorprende desde el minuto uno cuando comenta, ni más ni menos, el Amo del mundo del sacerdote inglés Benson.
Cuarto hijo del entonces arzobispo de Canterbury, Robert Hugh Benson (1871-1914), se convirtió al catolicismo y se ordenó sacerdote en Roma. El libro fue publicado en 1907. Recordamos que se trata de la novela que el Papa Francisco ha recomendado leer públicamente, por lo menos en dos ocasiones, ficción apocalíptica con cuya lectura también Benedicto XVI quedó impactado.
Don Francisco Javier hace su recensión en 1914 (aparece en febrero y el sacerdote inglés fallecerá en octubre). Dice así:
La debatida novela El amo del mundo
No hace muchos días recibí una carta, en la que un querido amigo me decía poco más o menos lo siguiente:
“Querido amigo: He leído en El Universo el anuncio de que va a publicar en su folletín la novela El amo del mundo. Mucho le agradecería que Ud., que ya otras veces ha escrito a El Universo, lo hiciera ahora también en ruego de que se suspendiera tal propósito”.
Yo, que siempre abundé en el sentir -en lo que están conformes teólogos, moralistas, psicólogos y fisiólogos- de que leer novelas es perder el tiempo, y que lo más que pueden hacer -igual que el tabaco- es no hacer daño; por lo que solamente había leído aquellas que realmente obtuvieron extraordinarias resonancia, como Fabiola de Wisseman; Los últimos días de Pompeya, de E. Bulwer; Quo Vadis?, de Sienskiewik, y pocas más; conocía El amo del mundo muy someramente, por lo que, deseando obrar a conciencia, tomé la pluma y escribí:
Sr. D. Enrique Hernández
Madrid
Muy señor mío: Ruégole, vuelta correo, mande El amo del mundo.
D. Enrique, exacto como siempre, cumplió mi pedido.
Inmediatamente empecé su lectura, leyéndola con gran interés y atención esmerada. Sus páginas volaban, por lo que, a pesar de sus repletas 434, pronto se vio el cabo.
¿Impresión?
Estupenda.
El amo del mundo es genial, de colosal fuerza.
Su autor, el sacerdote inglés Roberto Hugo Benson, se muestra en ella tal cual es, estilista maravilloso, pensador profundo y vidente condensador de las maléficas doctrinas desparramadas en el mundo, plastificándolas maravillosamente en el Humanitarismo, la nueva religión, ¡la terrible enemiga del Catolicismo!, que, con sacudidas de infierno, pugna por vertiginosa y totalmente derrocarle, por su jefe el gran Felsemburhg, ¡el fatídico y subyugador personaje! -misteriosa encarnación del espíritu del mal que casi totalmente lo consigue, haciéndole pasar por calamitosísimas fases, pero que últimamente es confundido con su muerte estrepitosa y la de toda la formidable escuadra de aeroplanos que, en son de triunfo, Él mismo, personalmente, mandaba para exterminar al ¡último Papa!”, que con su pequeño Colegio, que a duras penas -después de horrible persecución, finalizada por el espantoso bombardeo de Roma- había conseguido congregar en torno de sí, con el cual celebraba “Consistorio secretísimo”, fueron todos trasportados al Cielo, como al mágico influjo de las últimas palabras del Papa, las que, por decirlo así -en frase del cultísimo sacerdote traductor Juan Mateos, en su Proemio Galeato- “cortan la existencia de cuantos los escuchan, trasportándolos a la vida sobrenatural del éxtasis, estado en el que se les manifiesta un mundo trascendente y superior a cuanto la imaginación es capaz de concebir, un mundo de voluntades e inteligencias, en comparación del cual “el universo físico, con sus nebulosas, soles y sistemas planetarios, es un montón de polvo disperso”.
Lo que alguien ha dicho de que son muy cortos los discursos que el autor pone en labios del gran Felsemburhg, después de hacérselos al lector ansiar tanto, tantísimo, lo estimo, más que reparo, un recurso admirable que al experto observador habla muy alto de la gran valía de ese misterioso personaje que con tan poco, tanto obtiene.
Dios, supremo e infinito poder, al solo portentoso “Fiat” hace surgir las maravillas todas…
Yo considero esta novela como una producción de un vidente filósofo que se ha esforzado -como él mismo confiesa en sus Cuatro palabras al lector- en exteriorizar del mejor modo que le ha sido factible, las altas concepciones que en su mente bullían –por lo que la estimo hermosísima para las personas cultas-.
Para las no tan cultas, puede resultar peligrosa en algunos pasajes, en que la seducción del estilo y razonamiento que el autor en boca de algunos personajes pone, les aprisionaría totalmente, sin poderse desenvolver, por lo que juzgo que es obra más para el gabinete del pensador que para el periodístico folletín; medio por el cual puede caer en inhábiles manos, máxime cuando su lectura así sería a trozos, siendo por el contrario obra que requiere continuada atención y seguida constancia en su lectura y suspensión de juicio durante la misma, para formarle exacto después, una vez terminada en su totalidad-conjunto, pues el no haber tenido en cuenta esto, consiste, a mi juicio, el que algunos críticos han formado juicio desfavorable –por la desglosación de pasajes- de una obra que considero honra esclarecida de la literatura católica, por lo que a su preclaro autor, hermano en el sacerdocio, ex toto corde (de todo corazón), felicito.
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