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Relevo en la Secretaría

Comienza este lunes la Asamblea de otoño de la Conferencia Episcopal Española y la atención se centra en el obligado relevo de su Secretario General. Juan Antonio Martínez Camino ha cumplido dos quinquenios en esta delicada tarea y los Estatutos de la CEE imponen un recambio. Han sido diez años largos de coordinación y representación de los obispos españoles, diez años que han incluido una amplia dosis de marejadas político-sociales y que han visto nada menos que tres pontificados.

En junio de 2003 el teólogo jesuita Martínez Camino recibía inesperadamente el encargo de los obispos de ocupar la Secretaría General de la CEE. Conocía bien aquella casa, dado que había sido secretario de la Comisión para la Doctrina de la Fe durante largos años, pero su llegada a la cabina de pilotaje de la CEE supuso una verdadera sorpresa. Y bien podemos decir que su servicio no ha dejado a nadie indiferente.


En aquellos días el P. Martínez Camino tenía 50 años y era conocido por su rigor teológico y su arrojo para el debate. Despuntaba también su libertad de palabra y su poca afición a formalismos tanto civiles como eclesiásticos. Era un hombre de pensamiento y doctrina pero resultaban una incógnita sus dotes para la gestión y para la comunicación, tarea en principio adosada al encargo de la Secretaría. Él mismo ha contado que el encargo le sorprendió a través de una llamada que pudo atender (tras numerosos intentos fallidos) mientras esperaba en un taller la reparación de su utilitario. Pero la decisión y empuje con que se ha entregado a la labor han sido notables, y eso lo reconocen amigos y enemigos.


La memoria suele ser flaca y casi nadie recuerda aquellos primeros años de Secretaría desenvuelta y creativa en los que Martínez Camino recibía sonrisas y parabienes desde izquierda y derecha. Nunca le faltaron altura intelectual ni perspicacia, tampoco fortaleza para empuñar la vara de gobierno en el sentido más amplio del término. Bien es verdad que pronto empezaron a escucharse voces que decían que esa vara era demasiado alta. No existe el “manual del buen Secretario” y caben muchas encarnaciones diversas. La de Martínez Camino fue desde el principio una Secretaría de alto perfil público y de fuerte coordinación de las dependencias de la CEE. Con las ventajas e inconvenientes que eso conlleva.


A partir de 2005 se delinea la nueva política de ingeniería social del Ejecutivo presidido por Rodríguez Zapatero. La CEE, que había felicitado públicamente al nuevo gobierno socialista, contempla y sopesa la magnitud de un desafío que en términos culturales y morales apenas encuentra respuesta en el ámbito político. El discurso del laicismo agresivo se hace cotidiano; llega la revolución del matrimonio que suprime sin más la nota de la diferencia sexual, se impone una Educación para la Ciudadanía que atenta descaradamente contra la libertad de conciencia de padres y alumnos, y se convierta al aborto en un derecho en flagrante contradicción con la doctrina del Constitucional. No hace falta ser Ortega y Gasset para entender cómo las circunstancias marcan el devenir de personas e instituciones. Lo cierto es que el liderazgo civil que asume la CEE en estos campos ásperos y minados ha determinado en buena parte el curso de la Secretaría de Martínez Camino durante casi ocho años, el ochenta por ciento de su trayectoria.


Y así la novedad de algunas iniciativas de presencia y de diálogo que caracterizaron los primeros años de su Secretaría hubieron de ceder protagonismo a otras urgencias que imponía la agresiva agenda gubernamental. El rostro del Secretario de la CEE empezó a identificarse con un nadar contracorriente que la mayoría de los Medios no tardaron en caricaturizar como el de una especie de Míster Niet. Por otra parte la personalidad de Martínez Camino es de aquellas que no sólo no se amilanan, sino que hasta se alimentan de la batalla. Y esta lo fue larga y dura, dejando sus inevitables cicatrices.


Conviene advertir aquí que un Secretario porta consigo sus factores personales, pero es sólo eso, un Secretario. Y sería absurdo adjudicarle responsabilidades aisladas tanto en los aciertos como en los errores. De hecho los obispos tuvieron oportunidad de refrendar su gestión en 2008 y así lo hicieron por mayoría.


Todos estamos caracterizados por nuestra historia, decía hace pocas semanas el Papa Francisco al Cardenal Bertone, en el momento de ceder el testigo como Secretario de Estado. Y haciendo un paralelismo con aquel discurso pontificio podemos decir que el servicio de Mons. Martínez Camino a la Iglesia, tanto en la enseñanza como en el ministerio de obispo auxiliar y en el trabajo como Secretario General y Portavoz, ha tenido como hilo conductor su vocación de hijo de San Ignacio, que le ha dotado de una piedad recia y austera, una robusta obediencia y una notable inteligencia del momento histórico ligada a una rápida disposición para la batalla. En todo caso, tras la bandera y la armadura (siempre en términos ignacianos) está el hombre de profunda fe que se conmueve ante las necesidades y extravíos de sus contemporáneos. Como he visto y sentido su vibración puedo dar aquí testimonio de ella.


Él mismo decía en una reciente entrevista que ni el periodo que ahora se cierra ha sido perfecto ni debemos esperar ahora una especie de paraíso eclesial en la tierra. El Señor gusta de usar a los suyos tal como son, en cada momento. No sabemos el futuro que espera ahora a Mons. Martínez Camino pero me parece claro que la Iglesia en España necesita, junto a otras notas en su pentagrama, la que toca este singular jesuita cuya trayectoria y cuya cepa conoce por cierto muy bien el Papa Bergoglio.


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