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Fagor, fin de una utopía

Sigo con gran tristeza los problemas económicos de Fagor, que me temo que puedan acabar con la liquidación de esta maravillosa utopía, a la que estuve afectivamente unido desde casi el inicio de su andadura, hacia finales de los años cincuenta.

La primera cooperativa de aquella iniciativa fue creada por cinco miembros del centro parroquial de la JOC (Juventud Obrera Cristiana) de Mondragón, dirigidos por su consiliario, don José María Arizmendi (luego Ariztmendiarrieta), instigador y alma de aquello y de todo lo que vino después. Se llamó ULGOR, un acrónimo formado por las iniciales de los apellidos de sus fundadores: Ugarte, Larrañaga, Gorroñogoitia, Ormaechea y Robles, que empezaron dedicándose, si no recuerdo mal, a la fabricación de linternas para la minería.


Su gran negocio fue en los años sesenta, la fabricación de condensadores eléctricos o algo así, que les costaban diez céntimos de producir y los vendían a peseta, es decir, con un mil por cien de beneficio, lo que permitió su despegue definitivo en el campo de los electrodomésticos. Aunque no se detuvieron ahí. Anteriormente habían creado ya la Caja Laboral Popular y posiblemente los supermercados Eroski, todo en régimen cooperativo.


Mi relación con su directivos, especialmente con don José María y con Alfonso Gorroñogoitia –me costó un triunfo aprenderme de carrerilla este enrevesado apellido vaso-, no recuerdo ya como empezó, pero sí guardo en la memoria mi colaboración con ellos en ciertas actividades suyas que sería prolijo detallar. No les costó nada atraerme a su campo, ya que era un decidido partidario de la fórmula cooperativa, o sea, de la economía autogestionada como alternativa a la empresa capitalista, pero con una condición, que fuese de iniciativa enteramente libre y no como el paripé autogestionario que montó el dictador Tito en la Yugoslavia comunista.


En cierta ocasión tuve que desplazarme a San Sebastián por no sé qué de mi trabajo, y le pedí a Goyi, mi mujer, que me acompañara para disfrutar de unos días de descanso. Una vez en la capital donostiarra, entonces entrañable y acogedora, decidimos subir a Mondragón a saludar a mis amigos. El padre Arizmendi hizo de cicerone y nos llevó a visitar las instalaciones de Fagor, la Escuela de Formación Profesional, de donde salió más de un etarra y hasta tomamos un chiquito en la taberna del hermano de un terrorista que había muerto hacía poco en un encontronazo con la Guardia Civil. Luego comimos todos, con Alfonso y algún directivo más, en el comedor de la factoría, que funcionaba en régimen de autoservicio, y nos atuvimos a las normas de todos los operarios de la fábrica. No había comedor exclusivo para directivos ni distinción alguna entre altos ejecutivos y el resto del personal. Con nosotros tuvieron solamente la excepción de no dejarnos pagar el condumio, que abonó de su bolsillo el propio “Gorroño”. Mayor igualitarismo no podía caber.


Con el tiempo perdí contacto con aquellos excelentes amigos. Me enteré, ya viviendo en Valencia, que don José María había fallecido a finales de 1976. Tenía 61 años de edad. De los cinco “chicos” fundadores de Ulgor, no sé lo que habrá sido de ellos. Alfonso Gorroñogoitia, que debe de tener ahora cerca de noventa años, creo que todavía vive, aunque, como es de suponer, totalmente retirado de las funciones directivas que ejercía.


Tampoco sé que haya podido pasar para que aquel imperio cooperativo, agrupado en la Corporación Cooperativa Mondragón, se haya venido en parte abajo. La quiebra de Fagor, su buque insignia, si finalmente se produce, ignoro si arrastrará consigo a otras cooperativas del grupo, pero me temo lo peor. El pinchazo de la burbuja inmobiliaria, con la crisis económica consiguiente que ha terminado afectando a todo el país, ha debido de dañar gravemente las ventas de electrodomésticos, aunque otras empresas del sector se mantienen en pie. Pero Fagor estaba demasiado escorado hacia el nacionalismo vasco, y ello ha jugado en su contra, porque la deriva separatista del PNV y los terroristas ahora dejados libres, producen rechazo en el consumidor del resto de España, lo mismo que sucede con los productos catalanes y por parecidas razones, aunque no haya terroristas por medio. En fin, que no sólo son motivos coyunturales los que lastran la supervivencia de Fagor y su filial Edesa, sino la torpeza de los políticos aranistas, ensimismados en la contemplación de su propio ombligo, aunque ello lleve a la ruina a muchas de las empresas de esa región.



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