¿Sabes bien cómo era Jesús, tu amigo? (I)
Señorío: Quizá es una de sus cualidades que más me impresionan. En su vida e, incluso en su pasión, se le ve como el Señor, como el protagonista. Siempre. Es impresionante. En el prendimiento, cuando Judas le traiciona. "Les preguntó de nuevo: « ¿A quién buscáis? » Le contestaron: « A Jesús el Nazareno ». Respondió Jesús: « Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos. »" (Jn. 18, 7- 8). ¿Cómo es posible qude los dejasen marchar? Ante quien le abofetea en presencia de Anás. "Jesús le respondió: « Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas? »" (Jn. 18, 23). Y ante Pilato, ante Herodes, ante el pueblo que pide su condena, ante quienes le insultan cuando ya está clavado en la cruz responde con el señorío del silencio. Es el Señor.
Sin doblez: Decía y hacía. En otras palabras, hacía lo que decía. Por eso cautivaba a la gente. Como decían, habla con autoridad. Era íntegro, con una vida transparente: A ver quién es capaz de decir, como Él a sus enemigos: )Quién de vosotros me argüirá de pecado? Su actitud de integridad, y de llamar a las cosas por su nombre es compatible con la simpatía en la acogida que dispensaba a quienes se acercaban a Él.
Habla sin ambigüedades. Dice las cosas claras, sobre todo a quienes mal interpretaban conscientemente el mensaje del Padre: « ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad" (Mt. 23, 27-28). Y, en esa línea, se puede leer todo el capítulo 23 de San Mateo.
Da la cara. No tiene miedo. Es consciente de que el Padre está con Él. Ya llegará el momento de entregarse para dar su vida por la salvación de todos. Una vida limpia como la suya no tiene precio. No está en venta.
Fuerte: En la incomprensión y en la soledad, y a la vez, Sencillo en su vida, en sus palabras y en su acogida a quienes se acercaban a Él. Podemos pensar que toda su vida fue una cruz.
Sensible ante los problemas del hombre: llora mirando a Jerusalén, llora ante la muerte de Lázaro, se compadece de los enfermos, de la viuda que está enterrando a su hijo, de la gente que le sigue y multiplica los panes y los peces.
Acoge y defiende a los pecadores: Preciosas las escenas de su encuentro con la mujer pecadora y con la mujer adúltera.
Misericordia: Es su autorretrato: Son preciosas las tres parábolas de la misericordia que nos pone San Lucas en su capítulo 15: las de la oveja perdida, la del dracma extraviado y, sobre todo, la del hijo pródigo. En el fondo de todas; la alegría de Dios al encontrarnos.
Caná. Quiere a su madre y accede a sus deseos. En Caná vemos la intervención de la todopoderosa suplicante, como alguien llama a la Virgen. Ni Él ni la Virgen quieren que los novios guarden un mal recuerde del día de su boda por faltar el vino en el banquete
Aguante: Con una paciencia enorme aguantando las torpezas e ignorancias de los Apóstoles, la presión de la gente cuando estaban junto a Él. Sólo recordemos aquella escena de la hemorroísa que toca la orla de su manto y "Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y dijo: « ¿Quién me ha tocado los vestidos? »Sus discípulos le contestaron: « Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: "¿Quién me ha tocado?" »" (Mc. 5, 30-31). Aguanta la presencia continua de los fariseos, buscando siempre motivos para condenarlo; aguanta la presencia de Judas, siempre junto a él; y señalamos la capacidad de aguante que tuvo durante su pasión.
Sereno: Nunca pierde los nervios. Decía y actuaba siempre con seguridad. Al leer el Evangelio y verle a la hora de tomar una decisión o una respuesta ante algún problema, lo vemos con una gran seguridad, sin dudar ni consultar con nadie, ni dejarse aconsejar por nadie. Vemos que es el Señor.
Defiende a sus apóstoles: Sale siempre en su defensa cuando ve que les acosan o no saben qué responder o qué hacer. Recordemos la escena de cuando los apóstoles arrancaban unas espigas, las frotaban y se comían los granos en sábado. Jesús los defiende, diciendo entre otras cosas que es Señor del sábado; y no se le ocurre otra cosa que pasar de allí e irse “a la sinagoga de ellos" (Mt. 12, 9). Los defiende también al prenderle en el huerto. Valiente que era, y Señor.
Exigente: porque se ha dado totalmente. Y nos pide que nos demos totalmente a Él. Nada de medias tintas en nuestro seguimiento y amistad. Fijémonos en lo que dice: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará" (Mt. 10, 37-39).
Capta también la descortesía, Cuando cura a diez leprosos y uno solo vuelve a darle las gracias, pregunta: “¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero" (Lc. 17, 17-18). No sé si también podría preguntárnoslo cuando somos conscientes de haber recibido alguna gracia en algún momento crucial de nuestra vida. Es muy ante las descortesías..
(Continuará)
José Gea
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