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El peligroso juego de un matrimonio yo-yo

Yo. Tú. Él. Nosotros. Vosotros. Ellos. Ese es el orden de los pronombres personales tal y como nos los enseñaron en el colegio. Siempre ha sido claro que el “Yo” encabeza la lista de todos con lo cual podemos unir a él los respectivos reflexivos “mi”, “me”. Nunca nadie podría olvidar que el idioma es claro en poner a cada parlante como principio de toda relación. El “Yo”, afirma la filosofía, es clave en toda relación humana.

¿Pero qué sucede cuando ese “Yo” se encuentra con un “Tú” y establecen una relación de amor? ¿Es posible que los pronombres continúen conservando ese orden enseñado por el idioma? NO, no es posible. Por el contrario, se convierte en un atentado al amor el pensar que el “Yo” sigue antecediendo los demás pronombres; pero claro, pensarás que en una relación de amor y más específicamente de esposos lo más importante es el “Tú”; pues tampoco. El peligro de un “Tú” incondicional e irrevocable entre esposos está en que el “Yo” se diluya poco a poco hasta llegar a la aniquilación de la identidad y del principio de individualidad y unidad que hay en cada ser humano. No hay un “Yo” sin un “Tú” ni un Tú” sin un “Yo”. Entonces aclaremos un poco: en una relación esponsal el pronombre que viene a encabezar la lista de todos es el “Nosotros” pues en éste se encuentran incluidos los dos primeros, sin mezclarlos, sin anularlos, sin desconocerlos, simplemente uniéndolos en una relación de oblación y de entrega mutua en donde ambos empiezan a vivir con dos cerebros y un solo pensamiento. ¿Extraño, no?


No se pueden construir relaciones entre esposos en donde cada uno considere que el “Yo” o su respectivo “mi, me” sean lo más importante de todo. Ahora es lo “nuestro” lo que viene a enriquecer la relación y a darle una nueva dimensión. Ya no debe ser “mi” dinero, mis problemas, mi tiempo, mi vida; éste no es lenguaje de amor sino de egoístas casados que en algún momento pensaron erróneamente que el matrimonio estaba hecho sólo para un: “sé tú MI mujer”.


“Somos esposos, somos nueva familia, somos una sola carne, somos un proyecto de Dios juntados no solo por el amor humano sino por la Gracia del Señor, que avala y bendice dicho amor para hacerlo sobrenatural. Aquí no se trata de morir a nada (por lo menos no es un morir como equivocadamente lo interpretan muchos), se trata es de un nuevo vivir, de un nuevo nacimiento, de un nuevo vocabulario, pues todo es nuevo entre esposos. Quien esto no lo logra asimilar adecuadamente siempre hablará como los solteros que no han aprendido a amar: “mi novia (o), mi reloj, mi…mi…mi…” y cuando algo no marche bien, el otro sólo existirá para hacerle recordar todo el daño que hizo o por no haber colmado las expectativas.


Es que para casarse hasta el idioma hay que revisarlo, reestructurarlo, recomponerlo.


El matrimonio no puede ser constituido entre dos “Yo-Yo” pues sus vidas quedarían unidas, como aquel juguete que todos hemos tenido, por una corta e irrompible cuerda que los haría vivir a modo de sube y baja o cuando más entretenido está, a modo de péndulo. Por experto que sean muchos para usar el juego del yo-yo, por numerosos malabares que sepan hacer con él, siempre permanecerán en el mismo lugar y la cuerda se enrollará sobre sí misma en un eterno retorno sobre la nada y el hastío.


El “nosotros” tiene capacidad de extensión, se abre a la vida, revisa siempre sus metas, evalúa sus estrategias, tiene capacidad de inventiva, sabe rehacerse cada día, sabe hacer de la rutina un trampolín para madurar pues les hace echar raíces; el “nosotros” no le tiene miedo a los hijos pues conoce perfectamente que ellos son consecuencia natural de la elección de este nuevo pronombre. El Yo-yo o el Yo-Tú tienen el peligro de encerrarse egoístamente pensando sólo en el beneficio personal y en la comodidad. Sólo el “nosotros” permite un “él” que se dice “nuestro”; sólo el nosotros concibe la vida como un don de Dios y como una materialización de ese amor que ha sido consagrado por el Creador. Cuando sientas que el “nosotros” se empieza a destruir lucha por el “tú” para que el “él” quede preservado. En una crisis matrimonial, los hijos necesitan ver cómo sus padres luchan por conservarse mutuamente. Hay que cuidar primero al cónyuge (“tú”) sin descuidar a los hijos (“él”). Si saben cuidarse entre ambos como un “nosotros” tendrán todo el poder para cuidar los “él” de su relación.

Por todo esto hago una nueva propuesta para los esposos cristianos: tenemos un nuevo orden entre los pronombres personales: Nosotros, tú, yo, él, vosotros, ellos.


Juan Ávila Estrada



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