El secuestro de niñas en Nigeria, producto del Islam
Se dirá con alguna razón, pero no mucha, que no todos los musulmanes son así. Efectivamente, no en todas las naciones y regiones de predominio islámico se raptan niñas y adolescente para someterlas a las más bárbaras de las esclavitudes, pero hay otras formas de sometimiento de la mujer a los intereses y egoísmos de los varones. Por lo pronto son excluidas de las ceremonias religiosas en las propias mezquitas, teniendo que hacer rancho aparte. En el hogar su papel no va mucho más allá de sirvienta, muñeca hinchable de carne y huesos, paridora y responsable de la guardería infantil doméstica. En la vida pública no tiene ninguna participación salvo rarísimas excepciones. La ablación o mutilación genital femenina está todavía ampliamente extendida en muchos países musulmanes e, incluso, entre los emigrantes de esta religión en Europa y EE.UU. En los lugares más bárbaros, como Afganistán, se las encierra dentro del burka, que sólo les permite ver el mundo a través de un enrejado en los ojos, sin que el mundo pueda verlas en absoluto a ellas. Son mujeres totalmente anónimas, como ectoplasmas.
Sigo: aun siendo muy futboleros, los países árabes no permiten que las damas asistan, ni siquiera acompañadas, a los campos de fútbol. Tienen además prohibido conducir vehículos de “tracción mecánica”, según define a los automóviles la jerga administrativa de nuestros escribas fiscales. En España, ciertamente los moros que nos invaden no llegan a tales extremos, pero entre mi vecindad, donde abundan los muslimes, conozco y veo a numerosos vecinos moros trajinando con sus coches, nuevos o de segunda mano, pero no atisbo a ninguna de sus mujeres con el volante entre las manos.
Tampoco he visto ni oído que las naciones musulmanas o sus instituciones de cualquier tipo hayan puesto el grito en el cielo por las atrocidades que están ocurriendo en Nigeria, cometidas por el grupo terrorista Bako Haram (“la educación no islámica es pecado”) que pretende imponer en el gran país africano la sharía o ley islámica a todo el mundo. Pero de igual modo no he detectado ninguna protesta ruidosa a las que son tan dados los amigos de mucho progreso, como los define el socarrón murciano Pablo Molina de “Libertad Digital”, o sea, esos que quieren meter de clavo el superguay y avanzadísimo culto mahometano en la catedral de Córdoba, so pretexto de que alguna vez fue mezquita, allá por los tiempos de marícastaña. Me refiero, obviamente a los Antonio Gala, Mayor Zaragoza, Caballero Bonald, Muñoz Molina, Elvira Lindo, Aitana Sánchez Gijón, Rosa Montero y demás compañeros de viaje de los “Cayo Lara” cordobeses, ahora mudos como muertos ante las atrocidades desatadas en Nigeria. Bueno, aclaro: a lo mejor sí han abierto el pico, pero yo, como estoy medio sordo, no los he oído. Será cuestión de aumentar el volumen de mis audífonos, que me costaron un pastón, sin que la Seguridad Social me echara una manita. Lo entiendo, ayudar a que los sordos oigan, no es prioritario; en cambio, si lo son las operaciones de cambio de sexo, que deben de costar a la Sanidad Pública un riñón y la yema del otro. Hechos y omisiones de los abanderados del mucho progreso, siempre en vanguardia del futuro, como es el Islam más radical, que anda a tortas con medio mundo, empezando por los hermanos de su propia fe, aunque tal vez de distinta cofradía.
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