Sobre la comunión de los divorciados vueltos a casar: una carta desde Bangladesh
Durante años ha llevado adelante su misión totalmente solo sin conseguir convertir a nadie; pero después llegaron los primeros bautismos, sucesivamente nacieron las primeras familias católicas. Una gota en un mar de musulmanes.
Se ha dedicado siempre a los más pobres, como en el caso de las poblaciones tribales, convirtiéndose en su abogado gratuito con el fin de conseguir la devolución de las tierras que les habían sustraído ilegalmente. Ha sido golpeado con palos y le han tirado piedras, ha afrontado las adversidades, ha recorrido centenares de kilómetros en moto para llegar a las aldeas más lejanas. Ha vivido junto a las poblaciones tribales y a los intocables llegados de la India para trabajar como albañiles en la construcción de un puente sobre el Brahmaputra, obstaculizado por los musulmanes del lugar. Ha construido escuelas, ambulatorios, iglesias. Y cuando las han derribado, las ha vuelto a construir.
Siempre con el anuncio del Evangelio en el centro de su misión. Evangelio predicado y vivido de la manera más esencial, genuina, sin ningún tipo de atenuación.
Todo esto se intuye en la carta que ha escrito al responsable de esta página web, que fue compañero suyo de colegio en un pequeño pueblo de Lombardía.
La ha escrito con la voluntad de decir lo que piensa, como misionero comprometido en el terreno, sobre el debate a propósito de la comunión a los divorciados vueltos a casar, que ha seguido en www.chiesa desde la ciudad en la que vive, Sirajganj, a orillas del Brahmaputra.
Y la ha escrito mientras en los Estados Unidos el cardenal Walter Kasper – adalid de los favorables a dar la comunión a los divorciados vueltos a casar –, en una amplia entrevista al semanario católico de New York "The Commonweal" confirmaba y enfatizaba las tesis por él mismo expuestas, por encargo del Papa Francisco, en el consistorio del febrero pasado.
LO QUE PIENSO SOBRE LA COMUNIÓN A LOS DIVORCIADOS VUELTOS A CASAR
de Carlo Buzzi
Queridísimo Sandro,
Aquí, en Bangladesh, nosotros enseñamos el catecismo y para ser claros decimos que cada sacramento tiene cuatro elementos: el ministro, la materia, la fórmula, el acontecimiento milagroso.
En el bautismo, el ministro es cada persona, la materia el agua, la fórmula "Yo te bautizo…" y el acontecimiento milagroso es que nos convertimos en hijos de Dios.
En la confirmación el ministro es el obispo, la materia el óleo sagrado, la fórmula "Yo te signo… y te confirmo…" y el acontecimiento milagroso es que se recibe la fuerza del Espíritu Santo.
En la confesión el ministro es el sacerdote, la materia los pecados, la fórmula "Yo te absuelvo…" y el acontecimiento milagroso es el perdón de los pecados.
En la eucaristía el ministro es el sacerdote, la materia el pan y el vino, la fórmula "Este es mi cuerpo…" y el acontecimiento milagroso es que el pan y el vino se convierten en cuerpo y sangre de Jesús.
En el matrimonio el ministro son los propios esposos, la materia su cuerpo y su alma, la fórmula es la promesa y el acontecimiento milagroso es que se convierten en una sola persona.
Enseñamos que el sacramento se llama así porque produce un acontecimiento sobrenatural que no vemos con nuestros ojos, pero que es grandioso y real a los ojos de Dios.
En lo que respecta al matrimonio explicamos que lo milagroso es, precisamente, que tras la promesa frente a Dios los dos esposos se convierten en una sola persona como si hubieran sido unidos con cola o soldados a 5.000 grados.
Ahora bien, si se elimina este acontecimiento milagroso del matrimonio católico ¿qué debemos poner en su lugar?
Esta es la reflexión que yo he hecho.
Sabemos que existe el bautismo "de sangre" y también el bautismo "de deseo", tan válidos ambos como el del agua.
Las personas divorciadas que se han vuelto a casar, si de verdad son conscientes de su situación, pueden hacer la comunión de deseo.
Cuando se recibe un sacramento hay una parte objetiva y una subjetiva. Se sabe que lo más importante es la gran gracia vinculada al sacramento. Pero yo podría estropear esta gracia e incluso ser sacrílego si me acerco a la comunión de manera superficial o indigna.
Ahora bien, es un poco presuntuoso por parte de estas personas divorciadas que se han vuelto a casar y que en general han pisoteado un poco el sentido cristiano del sufrimiento, del sacrificio, de la resistencia, de la penitencia, olvidándose que Jesús subió a la cruz y que la cruz, cuando llega, es la vía para que cada cristiano se acerque al Redentor, apelarse a la misericordia de Dios, al que no han tenido en cuenta antes.
Subjetivamente, pienso que para ellos es mucho más esencial limitarse al deseo de la comunión, en lugar de recibir la comunión misma.
Aceptar voluntariamente este ayuno hará mucho bien a su alma y a la santidad de esa comunidad cristiana que es la Iglesia.
En cambio, si se procede por el camino trazado por el cardenal Walter Kasper los daños serán graves:
1. Se convertirá a la Iglesia en algo superficial y acomodadizo;
2. Se tendrá que negar la infalibilidad de la cátedra de Pedro, porque es como si todos los Papas precedentes se hubieran equivocado;
3. Se tendrán que considerar estúpidos a todos los que han dado la vida como mártires para defender este sacramento.
Tal vez he dado mi contribución a esta diatriba, que espero que acabe pronto.
Hasta pronto y afectuosos saludos desde Bangladesh, país emergente en muchas cosas y que no hay que descartar.
Padre Carlo
Sirajganj, 5 de mayo de 2014
(Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España).
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