Animales y humanos.
Me niego a pensar que se pueda ser defensor de los derechos de los animales y pisoteemos los de los humanos, especialmente los de los no nacidos. Que nos rasguemos las vestiduras cada vez que publican un video en el que son sacrificados sin misericordia miles de delfines o se descubren mataderos de perros para ser llevados a las mesas de los comensales en países de oriente, pero al mismo tiempo pregonamos la defensa del derecho de la mujer para hacer con su cuerpo lo que quiera por ser su dueño, aunque en ese concepto de pertenencia quiera meterse a la fuerza un bebé en gestación.
No concibo ser parte de una sociedad “civilizada” que masacra a los suyos porque los otros se han vuelto incómodos para la buena vida, para el confort y la acumulación de bienes. Elevo mi voz de protesta ante quienes en un nuevo “paraíso” construido con los restos de la mezquindad humana han encontrado en los animales “compañía adecuada” y los humanos son sólo nuevos “Abel” que deben ser quitados de en medio por ese afán de pretender dar a Dios lo mejor de sí mismos.
Nos aterra pensar en Hitler, a quien consideramos el gran asesino de la humanidad; nadie tan perverso como él. Pero ¿y qué es lo que vemos cuando nos miramos en el espejo y pensamos que también hoy hay quienes consideran que los otros son amenaza para el bien? Ese otro que nos roba el aire, vuelve medio la hogaza de pan y sus latidos sólo aceleran angustiosamente los míos. No entiendo esta humanidad de la que nos sentimos orgullosos y engreídos, la raza superior que masacra a los suyos, especialmente a los más indefensos.
Pero somos civilizados, seguro que sí. Ahora nos desvelamos por ser más democráticos en nuestras decisiones, en buscar por consenso la verdad, por definir por mayoría lo que es bueno y lo que es malo, por desconocer los principios eternos que están inscritos en la naturaleza humana. ¡¡¡Dios ha muerto, viva el súper hombre!!! Esta certeza de poder pensar y decidir es lo que nos asegura que estamos haciendo correctamente las cosas. Ya no importan los humanos, “el hombre es lobo para el hombre” dirá Hobbes, todos quieren devorarnos, mejor asegurarnos un amigo que nos lama la mano aunque le golpeemos, que mueva su cola cada vez que nos ve, pero sobre todo que no pese, que no pida compromisos, que no reclame nada, que sea siempre sumiso e incondicional, no en su amor, sino en su instinto. ¿De qué sirve el amor humano si hay un perro que “ama”?
Saltarán quienes crean que escribo contra los animales, pero no es cierto, escribo a favor de los humanos; escribo para que no hagamos de este mundo humano un mundo animalizado donde vale más ser perro que gente, donde aquellos son cuidados con esmero pero estos otros deben dormir en la calle pero lejos de nuestras puertas para que no cuestionen nuestra comodidad.
Me gustan los animales, pero amo a las personas, es con ellos que he encontrado mi humanidad, con quienes he aprendido a crecer, a ser mejor y luchar por vencerme a mí mismo en mi pequeñez. Ningún animal, por bello y tierno que sea, podrá jamás equipararse con otro ser humano. Es por nosotros y sólo por nosotros que un Dios se hizo hombre, se hizo niño y murió en la cruz.
Si esto lo entendemos entonces nunca olvidaremos que estamos llamados a cuidar nuestro entorno natural y con ello a todos los seres vivos que pueblan la tierra, pero en los demás humanos encontraremos siempre a semejante por quienes se puede dar sentido a todo.
Toda sociedad que defiende los animales y tiñe su cuerpo de rojo para defenderlos del comercio, de la extinción y de la diversión sangrienta, pero también tiñe de sangre su torso para defender el derecho a abortar, ha caído en una contradicción difícil de entender. Es imposible mantener un discurso en el que la sangre de los animales nos escandalice y la de los humanos nos bestialice.
“Que la reseca muerte no nos encuentre vacíos y solos sin haber hecho lo suficiente…”.
Juan Ávila Estrada Pbro.
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