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Amar como Cristo nos amó. Benedicto XVI

Cristo nos legó un mandamiento nuevo que es evidente en lo superficial pero conlleva un terrible y maravilloso misterio. “…deben amarse de la misma manera que yo los amo” (Jn 13, 34). 

Es evidente porque toda la vida de Cristo evidencia un profundo e incondicional amor. Incluso cuando reprendía fariseos e hipócritas, lo hacía para remover las murallas de sus corazones. Pero ¿esto es todo? ¿Cómo nos ama Cristo? Miremos a nuestro alrededor.

Hoy en día se promociona el amor aparente, discontinuo y esporádico como un valor positivo. Un amor que busca sentirnos útiles y satisfechos cuando ayudamos a los demás. Un amor en el que nos miramos más a nosotros mismos que a quien tenemos delante en el día a día. 

La grandeza de la humanidad viene determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y el que sufre. Esto es válido tanto para cada uno como para el que sufre. Una sociedad que no consigue aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir, mediante la compasión, a hacer que el sufrimiento  sea compartido y soportado interiormente, es una sociedad cruel e inhumana... La palabra latina «con-solatio», consolación, lo expresa de manera muy bella, sugiriendo un «ser-con» en la soledad, que entonces ya no es soledad. La capacidad de aceptar el sufrimiento por amor al bien, a la verdad y a la justicia, es constitutiva de la grandeza de la humanidad porque, en definitiva, si mi bienestar personal, mi integridad son más importantes que la verdad y la justicia, entonces prevalece el dominio del más fuerte; entonces reina la violencia y la mentira... 

Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor a la verdad y a la justicia; sufrir a causa del amor para llegar a ser una persona que ama de veras, son elementos fundamentales de humanidad; su abandono destruiría al mismo hombre. Pero una vez más surge la pregunta: ¿somos capaces de ello?...  La fe cristiana nos ha enseñado que la verdad, la justicia y el amor no son simplemente ideales, sino realidades de una enorme densidad. En efecto, nos ha enseñado que Dios –la Verdad y el Amor en persona- ha querido sufrir por nosotros y con nosotros. (Benedicto XVI, Encíclica « Spe salvi », § 38-39) 

El texto de Benedicto XVI es para releerlo con tranquilidad muchas veces, ya que nuestra ese misterio que nunca podremos comprender completamente y en el cual, sólo podemos sumergirnos. La solidaridad, tan de moda, sólo es capaz de mojarse los pies en el pozo del amor, ya que busca satisfacernos a nosotros mismos al hacer un bien a los demás. La solidaridad no comprendería estar junto al que sufre, aunque no se pueda aportar nada a su sufrimiento, ya que busca cambiar el mundo sin contar con el mundo. A la solidaridad le falta explorar los túneles de la compasión, el consuelo y la aceptación de la Voluntad de Dios: “si mi bienestar personal, mi integridad son más importantes que la verdad y la justicia, entonces prevalece el dominio del más fuerte”. Si en mis acciones filantrópicas busco solucionar problemas ajenos para sentirme bien conmigo mismo, es imposible que Dios actúe a través nuestra y cure la herida del que sufre. La solidaridad es una reedición, edulcorada y políticamente correcta, del dominio del más fuerte. La Caridad, que es Dios que se entrega a través de nosotros, parte de nuestro corazón para ascender hacia el que sufre y dejarnos conducir por la Gracia de Dios. 

La fe cristiana nos ha enseñado que la verdad, la justicia y el amor no son simplemente ideales”. Son mucho más que ideas susceptibles de ser adaptadas a nuestros egoísmos a través de las ideologías del momento. Verdad, Justicia y Amor son Dios mismo que se manifiesta a través de nosotros y llegan a nuestros hermanos.Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8) lo verán actuar a través de sí mismos y entonces lo podremos llegar a ver en los demás. Si somos capaces de ver a Dios en los demás, podremos empezar a amar como Cristo nos amó.

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