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De la envidia según la representó tan acertadamente el Giotto

 
 
            Si bien no es la primera vez que nos referimos en esta columna a ese pecado inefable que es la envidia, quiero hacer hoy un comentario de texto (en este caso de pintura) sobre la que estimo una de las mejores representaciones sobre el pecado en cuestión, que no es sino la que realiza el Giotto en la serie de frescos con los que adornó los muros de la Capilla Scrovegni en Padua, en un trabajo que terminó hacia los años 1305-1306, es decir cuando contaba con unos 38-39 años de edad.
 
            Se trata de la ornamentación total de la capilla, presidida por una Anunciación de la Virgen en el arco triunfal de acceso al ábside, y un Juicio Final en la pared opuesta.
 
  
 
           En los muros laterales de la capilla, los frescos están dispuestos en tres bandas horizontales, cada banda con seis obras, lo que representa un total de treinta y seis escenas (dieciocho a la izquierda, dieciocho a la derecha) con un orden narrativo idéntico al de la lectura, a saber, de izquierda a derecha y de arriba a abajo.
 
            En las bandas superiores, la vida de San Joaquín y Santa Ana en el muro izquierdo; la historia de la Virgen en el muro de la derecha.
 
            En las bandas intermedias, escenas del nacimiento e infancia de Jesús en el muro izquierdo; escenas de su vida pública en el muro derecho.
 
            En las bandas inferiores de ambos muros, escenas de la Pasión y la Resurrección. Y por debajo de dichas escenas, catorce figuras representando los Vicios, en el muro izquierdo contiguo a la escena del Juicio Final en el que aparecen los pecadores, y las Virtudes en el muro derecho contiguo a la escena del Juicio Final en el que aparecen los bienaventurados, con un mensaje evidente y sencillo: los vicios conducen al infierno, las virtudes a la salvación.
 
            Entre esas figuras la de la envidia que hoy comentamos, personificada en una vieja de grandes orejas, las que presta el envidioso a toda maledicencia, y cuernos retorcidos, los que utiliza para hacer tanto daño como puede al que es objeto de sus envidias. La vieja -curioso que siempre se haya representado la envidia en femenino, siendo como es tan masculino como femenino- tiene los pies en una hoguera que no es otra que la del infierno que le espera, infierno del que por otro lado, añadiría yo, recibe anticipo ya en la tierra, con solo cargar con un pecado que, por el contrario que otros, ofrece en el mundo muchos más sinsabores que satisfacciones.
 
            Dos símbolos me parecen especialmente relevantes en la representación, por lo que me detendré algo en su comentario. El primero es la bolsa que la vieja sostiene en la mano izquierda, que parece ser de monedas. La metáfora me parece desacertada. Primero, por cuanto parece aludir más bien a la avaricia que a la envidia. Pero segundo y sobre todo, porque en mi visión sobre la envidia, éste es el menos económico de todos los pecados: el envidioso no requiere otro beneficio que el de ver padecer al envidiado, y en ese altar, está dispuesto a sacrificar su propia riqueza y hasta su propio bienestar. En eso, el envidioso es, por el contrario que el avaro, hasta “desprendido”, razón por la que en su día afirmábamos que uno de los antídotos de la envidia podía llegar a ser el egoísmo (pinche aquí si le interesa el tema).
 
            El segundo es la serpiente (presumiblemente una víbora) que le sale de la boca y se vuelve contra el rostro de la vieja, como para morderla. Este sí, por el contrario, acertadísimo, por muchas razones. Primero, por lo bien que se ciñe al relato del Génesis en el que la serpiente introduce en la tierra el primer pecado, que no es otro que la envidia: la envidia que siente el hombre, Adán y Eva en este caso, a Dios en el Paraíso; la envidia que siente el hombre contra el hombre, la que lleva a Caín a matar a su hermano Abel porque halla el favor de Dios más que él. Segundo, porque de la boca del envidioso de la que en la representación del Giotto surge la víbora, no sale más que veneno e inmundicia, siendo la maledicencia, precisamente, uno de los pecados más allegados a la envidia. Y tercero, porque como representa perfectamente la víbora que se dobla sobre sí misma para picar a la vieja en la que mora, la envidia es efectivamente un veneno que puede hacer mucho daño a sus víctimas, pero que sobre todo ataca y daña a su propio poseedor.
 
            Y sin más por hoy y deseándoles como siempre que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos, les despido hasta mañana.
 
 
            ©L.A.
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