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La militancia política le toca a los laicos

  Durante el pontificado del beato Pablo VI; sobre todo, en los primeros momentos del postconcilio, algunos sacerdotes, religiosos y religiosas sintieron que su papel en la política era nulo y, dejando atrás los votos, entraron a la militancia. En aquel momento, el Papa Montini, dejó claro que esa no era la vía establecida por el Vaticano II. Actualmente, con el caso Forcades en España, el tema ha vuelto a ponerse sobre la mesa; sin embargo, el origen es la confusión sobre el rol de cada una de las vocaciones que existen en la Iglesia. La teología paulina entiende a la comunidad eclesial como un cuerpo. Pues bien, apoyándonos en San Pablo, podemos decir que cada órgano tiene una función específica. Por ejemplo, al corazón no se le puede pedir que coordine neuronas, como tampoco al cerebro que se ocupe de bombear sangre. Lo mismo a nivel vocacional. En este sentido, la militancia política; es decir, integrarse a un partido y, desde ahí, presentarse en las próximas elecciones, es prerrogativa exclusiva de los laicos. La vida consagrada tiene derecho a ejercer responsablemente su voto, tal y como lo garantizan las legislaciones electorales de vanguardia, pero de ahí a buscar un puesto en la administración pública, existe una prohibición tajante porque podría ponerse en riesgo la sana separación entre Iglesia y Estado. Decimos que es sana, debido a que ambas cosas deben coordinarse, pero sin perder independencia y acabar confundiendo “peras con manzanas”.

 Ahora bien, aceptando que los religiosos no pueden ser votados, ¿cuál es su papel en la política? Ciertamente, tienen una palabra que decir y llevar a la práctica, pero desde el estilo de vida concreto que han elegido. A ellos no les toca hacer campaña, estar tras las pancartas, pero sí orar, formar y acompañar a los laicos que valientemente se lancen a buscar el cambio desde la política. Con tantas instituciones educativas que tienen en sus manos, la tarea formativa de construir liderazgos profesionales y, al mismo tiempo, sensibles a la causa de los pobres, es algo fundamental y constituye un rasgo propio de incidencia en el cambio social.

 Entonces, si algún religioso quiere presentarse para la próxima elección, debe hacer un proceso de discernimiento, sobre salir o permanecer en su instituto, porque no se pueden vivir dos vocaciones al mismo tiempo. El Código de Derecho Canónico prevé las exclaustraciones temporales, pero evidentemente no se refiere a permisos para enrolarse en un partido político. No es válido hacer del convento una casa que se tiene como “plan b” en caso de perder la elección. La vida religiosa implica un “si” a Dios que perdure hasta el final del camino.

  Los laicos, al tener la tarea de ocuparse de las realidades temporales, pueden contribuir en la política a través del voto activo y pasivo. No se trata de restaurar el “nacionalcatolicismo”, sino de incidir a favor de los valores fundamentales que, de hecho, van en la línea del Evangelio, beneficiando a toda la humanidad, porque respetar la dignidad de la persona, contribuye al bien común de la sociedad. Vale la pena recordar las palabras del Papa Pablo VI, cuando afirmó que “la política es la expresión más alta de caridad”.
 

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