Caram y Forcades: estamos preocupados
Aunque por responsabilidad preferiríamos que todo este espectáculo desapareciera, aunque nuestras visitas se vean perjudicadas.
No, nuestra preocupación es otra y es doble. Una radica en cómo las actitudes de las dos monjas inciden sobre aspectos esenciales de la vida de la fe en el mundo, en cómo es entendida y practicada.
La fe cristiana tiene como núcleo central la gracia. Para ser más exactos el misterio de la gracia. El ser humano la necesita porque por sus solas fuerzas no consigue vencer al mal en la naturaleza; necesita de Dios, y en el centro de esta gracia está la Encarnación y Jesucristo.
La gracia de Dios exige de la persona la aceptación de su inconmensurabilidad, y por tanto de su misterio, y eso solo es posible con la humildad y el desasimiento mundano. Esta es la razón del monje y la monja de clausura, de meditación oración y trabajo, apartados del mundo, al que se dirige con la fuerza de su oración, de la gracia de Dios.
Cuando se cambia el claustro por la acción se insiste en la lógica mundana, del nulo valor de la gracia, y de la redención por el simple acto humano. Ese es el mensaje “religioso” que trasmite el ejemplo de las dos monjas.
Santa Teresa insiste una y otra vez a sus monjas en que “el verdadero humilde ha de desear con verdad ser tenido en menos” (Camino de Perfección 22.2)
Esta es la esencia de la vocación de los religiosos y religiosas, de congregaciones como las benedictinas a la que pertenece la hermana Forcades, y la orden de clausura por la que optó Sor Caram. Pero tal humildad y desasimiento se hallan ausentes de su práctica a ojos de todos.
Para empezar, tienen el orgullo sobrado para ignorar las indicaciones que reciben de sus obispos, o del nuncio.
¿Se puede ser humilde sin ser obediente? La respuesta es obvia.
El relato cristiano en el que coinciden ambas monjas es el de la subjetividad más desatada: lo bueno es lo que ellas dicen y prefieren, para nada lo que pueda decir la Iglesia. Y esta actitud recibe beneplácitos, porque está es la cultura hegemónica de la sociedad desvinculada y lejos de la cultura de la Iglesia. Trasplantada a su seno es totalmente destructiva.
De esto surge nuestra segunda preocupación. Es una evidencia que ambas monjas han sido advertidas en momentos distintos, es una evidencia que sus respectivos obispos han intentado buenamente conseguir reconducir su exhibicionismo y ambición personal, pero también lo es la anuencia de sus monasterios, más grave en el caso de las Benedictinas, porque se trata de un centro mayor, del silencio de sus congregaciones, y en último término de la autoridad en sus niveles superiores de responsabilidad institucional.
Parece mentira, pero después de tantos sucesos terribles, es como si la Institución eclesial no haya asumido la evidencia de que trampear los problemas graves, por miedo a la opinión publicada, en unos casos buscando el secreto, en este pasado de perfil sobre los hechos, solo termina por agravar la situación.
En realidad, lo que necesitamos es una respuesta pública y clara. Tan pública y notoria como la presencia de las dos monjas. Si nos equivocamos en nuestras interpretaciones no es por mala voluntad. Solo leemos los hechos, y si la lectura es deficiente a la luz de la Iglesia, que sea dicha al pueblo fiel. Pero cuando planteamos el tema solo recibimos improperios de unos, y prohibiciones de otros.
¿Tan difícil es exponer la dimensión positiva que justifique las andanzas de las dos monjas, que se superan en cada una de sus últimas actuaciones, desde la razón y la gracia de la fe?
Una, autoproclamándose candidata a la presidencia de la Generalitat; la otra, iniciando un reality show, perfectamente demagógico, que juega a contraponer el lujo desmedido con la presencia de la Caram. Doblemente demagógico, cuando la fundación para la que labora es la de los primeros joyeros de España, como si esto no fuera lujo desmedido, como si no lo fuera el estándar de vida de sus propietarios. No era necesario viajar muy lejos para mostrar el lujo que denuncia Caram. Bastaba con rodar un programa en una de las mansiones de los Tous, y otra con una de sus colecciones de joyas de alta gama.
Si todo esto no es un circo estaremos muy contentos de rectificar, pero antes los concernidos deberían explicarlo.
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