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En voz alta

 

«El cristianismo es una mirada

adelante; si es auténtico, no

sufre de tortícolis.»

-Horrillo García-

          El famoso compositor austriaco, Franz Joseph HAYDN, fue un devoto católico que a menudo recurría a su rosario cuando tenía problemas durante la composición, una práctica que habitualmente encontraba efectiva. Normalmente comenzaba el manuscrito de cada composición con la frase «in nomine Domini » («en nombre de Dios») y lo finalizaba con «Laus Deo» («gloria a Dios»).

          Un día, uno de sus discípulos más aventajados le insistió para que escuchase su nueva composición: una misa. Todo iba bien hasta llegar al Credo. El joven compositor daba al Credo un tono «piano», que algunas veces no era más que un murmullo apenas perceptible.

          Haydn se contuvo durante un rato, pero al fin llegó a gritar:

         -¡Hombre, por Dios, por Dios! ¡Tocar así el Credo! ¿Es que no quieres confesar tu fe en voz alta?

          Por desgracia, hoy día, una falsa prudencia nos lleva a vivir nuestra fe, «piano», «piano» cuando las fuerzas anticristianas o, simplemente, ateas tienen una beligerancia aplastante. La gente buena se asusta, teme ser ridiculizada, se calla y no dice lo que cree y lo que piensa. Vive acomplejada por el ruido de los sin Dios.

          Otras confesiones religiosas no tienen el más mínimo complejo de manifestar públicamente su fe. Alguno católicos, sí; ¿por qué? Cada día se hace más palpable entre los creyentes, el deseo de espabilar. Hay mucha gente que está decidida a decir quiénes somos, qué creemos y que estamos orgullosos de ello en el mejor sentido de la palabra.

          No es que seamos menos humildes, porque nuestra verdad no es nuestra, es de Dios. Pero estamos contentos y felices de ser lo que somos y creer lo que creemos. Si la gente está orgullosa del fútbol porque cree en la selección española, ¿por qué no voy a estar yo orgulloso de ser católico porque creo en Dios?

          Si yo estoy convencido que mi fe es un gran bien para mí y la sociedad porque, entre otras cosas, me enseña a amar al prójimo como a mí mismo, ¿qué debo hacer? ¿imitar al discípulo de Haydn actuando «piano», «piano» o seguir el consejo del maestro elevando la voz?

          Con obras y palabras, por supuesto.

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