Un obispo valiente
Maiduguri es la capital del Estado nigeriano de Borno, donde campan a sus anchas los fanáticos de Boko Haram, la versión africana del yihadismo que ha puesto patas arriba Siria e Irak.
Hace cuatro días del último gran atentado perpetrado por los seguidores de Abubakar Sheaku. Los mismos que perpetraron el cruel secuestro de 200 estudiantes en Chibok, tras el cual, todas las escuelas del Estado de Borno fueron cerradas.
De su última atrocidad, conocemos que han sido asesinadas cerca de cien personas, como consecuencia de la demolición de varias aldeas, casas, puentes, escuelas y hospitales, según detallan algunas informaciones.
Pero sabemos algo más. Sabemos que los habitantes que salieron huyendo del terror, están retornando poco a poco. ¿Qué puede llevar a estas personas a permanecer, cuando, habiéndolo perdido todo, la huída hacia un lugar de refugio se presenta como una opción razonable?
Seguro que pueden darse muchas explicaciones de tipo político, demográfico o migratorio. Pero parece que se hace evidente que hay otra razón de mayor calado.
Monseñor Oliver Dashe Doeme, al que tuvimos la oportunidad de conocer en Madrid la pasada primavera, durante el I Congreso Internacional sobre Libertad Religiosa organizado por MasLibres.org, ha tomado una decisión esencial.
Jose María Gil Tamayo, GádorJoya, Ignacio Arsuaga y monseñor Oliver Dashe Doeme.
Lejos de retirar a sus sacerdotes de las zonas de peligro, ha decidido enviar nuevos sacerdotes a las zonas de mayor peligro, porque es allí donde más falta hacen.
La decisión de monseñor Doeme no me extraña. Fui premiado de forma totalmente inmerecida con la posiblidad de conocerle un poco más de cerca durante su estancia en Madrid.
Nunca vi ni el más mínimo indicio de que su sonrisa, blanca y cautivadora, pudiera llegar a apagarse. Es la sonrisa más sincera que recuerdo. Y esta sonrisa en medio de tanta sangre, dolor, incomprensión y tragedia sólo es posible por la fuerza que transmite una profundísima vida de fe.
Les haré una confidencia. Algo que hasta ahora no se ha contado de forma pública. Durante los días que estuvo en Madrid, monseñor Doeme tuvo la oportunidad de visitar el Valle de los Caídos durante una mañana. En ese tiempo, sin dejar de atender las explicaciones sobre el sentido y la historia de la Abadía de la Santa Cruz. rezó ocho rosarios. ¡En una mañana!
Parece evidente. La sonrisa valiente de los santos hunde su raíz en la humildad en ponerse, junto a María, a los pies de la Cruz.
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