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Vamos hacia una guerra generalizada y cruenta. por Jon Lee Anderson. La Vanguardia

 “Vamos hacia una guerra generalizada y cruenta”

“Sólo se acaba con el yihadismo como se hizo con el nazismo: tomando Berlín”, afirma el periodista Jon Lee Anderson. JOSEP MASSOT, Guadalajara (México) 01/12/2015

Jon Lee Anderson es un veterano relator de guerras, desde las guerrillas latinoamericanas a la caída de Bagdad. Acaba de regresar de Libia y se advierte una profunda fatiga en sus ojos, un terrible cansancio en su tono de voz. Nunca habían muerto tantos amigos suyos, corresponsales de guerra, en los últimos años. Ha visto demasiado cerca y demasiadas veces la barbarie. Viene del caos y necesita rodearse de un cierto sentido de orden. Nunca deshace del todo su gastada maleta de viajero, en la que en su interior todo está perfectamente empaquetado, lo único lógico en un exterior donde reina el caos.

En la Feria de Guadalajara presenta su libro Crónicas de un país que ya no existe. Libia, de Gadafi al colapso (Sexto Piso). Su relato es aterrador. Y sus conclusiones, dan escalofrío. “Creíamos que el ciclo de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría se había acabado tras 25 años. Que en Occidente ya habíamos superado las guerras. Hace cuatro años los jóvenes de las primaveras árabes creían que podían expulsar a sus dictadores gritando en las plazas principales de sus ciudades.¡Qué broma! Otra vez vuelve una ideología milenaria, cuyos seguidores buscan la muerte. Hay una crisis dentro del Islam, y cada país tiene que tomar su decisión, con un yihadismo que resucita las guerras de religión del siglo XIV”.

Anderson, contra las teorías del buenismo, es rotundo: “No se trata de izquierdas o derechas. El yihadismo es como el nazismo. El mundo está abocado a una guerra frontal y más generalizada en la que habrá cientos de miles de muertos, es sólo cuestión de tiempo, porque sólo se acaba con una ideología así arrasando a Estado Islámico. Los aliados sólo acabaron con el nazismo y el III Reich cuando tomaron Berlín, y antes tuvo que haber un Dresde y tuvo que haber un Hiroshima y un Nagasaki”.

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Anderson puntualiza: “Cuando hablo de guerra, me refiero a una guerra mayor, implicando una coalición de envergadura inevitable y que incluiría países de la Unión Europea y EE.UU., además de Rusia e Irán, que ya están en activo contra Estado Islámico, pero tomando ciudades como Raqqa, Mosul, etc., privándoles de su califato”.

¿No es en primer lugar una guerra entre árabes? “En parte si –contesta Anderson–, porque los terroristas en general y Estado Islámico en particular son chovinistas sunitas, pero eso es sólo parte de su batalla. Quieren imponerse dentro del Islam, sí, pero también conquistar, convertir y exterminar todos los que no sean musulmanes sobre la faz de la tierra.”

¿Ha empezado esa guerra en los yihadistas de las comunidades europeas? “Sí, se puede decir que sí, al menos así lo ven los extremistas que creen que la guerra ya ha empezado. Son las escaramuzas iniciales”. “Es un desastre y esto va a ir a peor”, repite Anderson.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? El periodista arranca de la primavera de Teherán, que el régimen desarticuló en unas semanas. En Libia, Gadafi había mantenido durante cuarenta años una dictadura asfixiante. “Gadafi, el presidente loco, vivía bajo tierra en una especie de forúnculo con seis subterráneos comunicados por túneles construidos por alemanes, con un ancho suficiente para que por medio de carritos de golf se accediera a los aeropuertos e incluso había peluquerías. Los hijos vivían en casas con muros de más de veinte metros de alto. Gadafi salía cada día a hacer arengas en la plaza verde y, como tenía el control de la telefonía, enviaba SMS personalizados, diciéndoles, ‘voy a ir uno por uno, casa por casa, callejón por callejón, como ratas que sois’. Los jóvenes hicieron videos en Youtube con esta arengas musicadas y una chica bailando sensualmente. Fue un hit. Después se reunían para beber arak, un horrible licor hecho de dátiles con sabor a petróleo, conducían sus coches, echaban de repente el freno y hacían drifting, el coche se ponía a dar vueltas, y todo esto en medio de los combates.

La OTAN envió sus bombardeos quirúrgicos y se acabó con Gadafi. Todos los libios se habían sentido humillados, se habían liberado de un padre que ejercía un control absoluto sobre ellos, porque Gadafi había conseguido que se chivaran unos a otros. Eran víctimas con una reacción propia del sadomasoquismo, pero nunca las víctimas se convierten después en seres virtuosos. Ahora los dos chicos de los que hablo en mi libro apenas pueden vivir en su país, uno de ellos se ha ido.”

El paisaje es desolador: “Hay 500 milicias, bueno, en realidad nadie sabe cuántas hay. Libia es un país de seis millones de habitantes, 1.500 kilómetros de costa mediterránea y era el cuarto importador de armas que se gastaba en ellas, sobre todo de Rusia, 50.000 millones de dólares al año. Tenían un arsenal interminable, cuyos depósitos han sido saqueados. Las armas llegan a África, a Gaza... Yo he visto vender un camión con 50 misiles Sam-7 al Estado Islámic sirio. Hay chicos de colegio que llevan a sus casas tanques. Cada barrio tiene su propia milicia. En unas ciudades se baten a diario y en las que no, todos van armados. Libia ha dejado de ser un país”.

Anderson apunta las contradicciones de Occidente. “LA OTAN intervino con mucha adrenalina para acabar con Gadafi. Ahora no está por ningún lado. Los traficantes de personas campan a sus anchas, llevando a africanos hacia Italia. Estado Islámico controla la ciudades del Mediterráneo y asesina a las poblaciones cristianas de Etiopía o Eritrea con coreografía que puede verse en Youtube. Es un desastre, no tenía que haber pasado”.

El periodista explica que la caída de Gadafi puso en alerta a Putin. “Cuando Putin vio cómo su aliado Gadafi moría de aquella manera, se dio cuenta de que la OTAN le había traicionado. Fue cuando intervino en Ucrania y se negó a desalojar a El Asad de Siria”.

La guerra, dice Anderson, es en esencia siempre la misma , aunque la tecnología la haya cambiado. El objetivo es acabar con el enemigo, destruirlo; violar a las mujeres, ponerles su semen para garantizar que en una generación no se alzarán contra ellos.

“Ahora el móvil es el arma más poderosa de la tierra. Quien tiene un móvil y un cuchillo para degollar tiene ya su guerra. Lo cuelga en internet para amedrentar al enemigo. Es la propaganda negra. La guerra es la teoría del caos. Esperas ver algo lógico, un signo de raciocinio, pero no lo hay. Antes sabías que allí estaban las tropas inglesas, vestidas de rojo, y allá las napoleónicas, con sus banderas tricolores. Ahora no se sabe de donde vienen las balas. Pero en esencia, la guerra es la misma. Cada individuo reacciona de forma inesperada, incluso los que tienen experiencia. Ríen cuando tienen que llorar, corren como cobardes cuando tienen que parar, te agachas cuando has de correr, todo gira vertiginoso y no sabes donde está el hilo y cuando lo sabes tienes que ser listo para agarrarlo. No hay ninguna seguridad, las balas que acabarán con tu vida pueden venir de cualquier lugar, tras cualquier pilar cuando caminas. No te fías de nadie y tienes que tener una arquitectura de la seguridad muy entrenada. Hay mucho periodista amateur. Yo, antes de ir a Libia, me estuve preparando cinco meses. Hablé con un ministro libio que jura que ya no es de Al Qaeda, aunque su aspecto sea sospechosamente conservador. En alguna de la entrevistas que hice, pensé que podía morir, y sólo fui a la cita sabiendo que en aquel momento no les interesaba mi muerte”.

NOTAS


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