La concepción materialista de la sexualidad
La permisividad absoluta y el rechazo de toda moral que no identifique bien con placer son el denominador común de este tipo de corrientes. Es una visión laicista y atea de la sexualidad, en la que prima la ideología de género, dando igual ser homo que heterosexual, juntarse por una temporada que casarse definitivamente, tener hijos que no tenerlos, aceptarlos que destruirlos antes de que nazcan. Cada uno es dueño absoluto de su vida, y, en parte, también de la vida de los demás, como ocurre en el caso del aborto provocado. El fomento de la promiscuidad y otros vicios adictivos se genera en los grupos de poder que ven en el fortalecimiento de la familia una amenaza a sus intereses. Se separa la sexualidad del matrimonio y de la procreación, evitando el comprometerse, y, finalmente, se desvincula la sexualidad del amor, para acabar en el simple hedonismo. Tan sólo se quiere satisfacer el instinto, con la búsqueda del placer y del orgasmo, procurando únicamente evitar los embarazos y las enfermedades de transmisión sexual.
Aunque el artículo 26-3 de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU y el artículo 27-3 de nuestra Constitución reconocen el derecho preferente de los padres a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos, en la práctica, sin embargo, entre la fuerza del Estado y la pasividad de muchos padres es la ideología de género la que prima en la educación. Me venían a clase los de Sanidad a dar una educación sexual que no pasaba de ser una instrucción a fin que supiesen ponerse un preservativo y tratar así de prevenir embarazos y evitar enfermedades venéreas, evitando cuidadosamente toda formación en valores. Las consecuencias de una seudoeducación así son catastróficas, pues se recoge aquello que se siembra. En esta ideología, la fornicación, es decir la cópula carnal fuera del matrimonio, es un derecho del niño, del joven y de cualquiera, porque el fin de la sexualidad es el placer y él o ella tienen sus órganos sexuales para usarlos cuando y como les venga en gana, evitando, eso sí, las enfermedades venéreas y los embarazos. Estamos ante la idea la idea de que no hay nada malo en el contacto fortuito e impersonal si las partes consienten sin reticencias, con su consecuencia de un libertinaje en el terreno sexual que está arruinando muchas vidas impidiéndolas el acceso a la madurez que se requiere para poder tener una familia estable.
Pero también en el terreno del noviazgo las consecuencias son pésimas. Cantidad de veces he tenido que advertir a los jóvenes de ambos sexos de que empezar un noviazgo yéndose a la cama no es precisamente la mejor manera para conseguir que el noviazgo sea un éxito y vaya adelante. Desde un punto de vista espiritual les recuerdo que, como dice San Juan en 1 Jn 4,8 y 16, Dios es Amor. Por tanto, dado que las relaciones sexuales prematrimoniales son ilícitas y pecaminosas, hay que reservar “para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2350).
Aunque la mayor parte tengan estas relaciones, el problema no es ése, sino qué es lo realmente mejor, y aunque aparentemente el irse a la cama y la convivencia previa parece que debería llevar a una mayor estabilidad de la pareja, al saber ambos lo que es una vida en común, el alejarse de Dios, que es el autor e inventor del Amor, con la realización de actos que en sí son pecado, suelen llevar al fracaso de este tipo de relaciones. En algunos casos se dan cuenta de su error a tiempo, pero otros los descubren cuando ven que ya no tienen pareja, aunque hayan tenido varias, y se les ha pasado la edad de formar una familia. Es un error mayúsculo dejarse llevar por el hedonismo ambiental, descuidando la maduración humana y espiritual.
Pero también me gusta argumentar desde un punto de vista simplemente humano. Una encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) titulada Encuesta sobre fecundidad y familia de 1995, confirmada por trabajos y estadísticas de otros países, señala la mayor posibilidad de ruptura entre las parejas que cohabitan, así como también el mayor número de divorcios entre los que han llegado no vírgenes, y es que la mejor medida del amor es la capacidad de sacrificarse, sin dejarse llevar por la moda ambiental.
Vistas las consecuencias, cada vez estoy más convencido que Dios, Creador de la Naturaleza, hace bien las cosas. Dios nos ha creado porque nos quiere y al alejarnos de Dios, tomamos un rumbo equivocado que nos aleja, no ya de nuestra perfección sobrenatural, sino también humana. En cambio el que se mantiene en la fidelidad a la voluntad de Dios, logra realizar no sólo su perfección humana, sino también alcanza la vida eterna que Dios nos ha preparado desde la creación del mundo (cf. Mt 25,34). Recuerdo en este punto una madre que me decía: “Los jóvenes son nuestros hijos, y yo estoy muy contenta de mis hijos”. Y es que hay muchos jóvenes que intentan vivir cristianamente no sólo su sexualidad, sino toda su vida.
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