¡Arriba Perú!
Me duele mucho el Perú. Viví siete años en este país y conocí varias de sus ciudades y poblaciones. La amabilidad y la hospitalidad de la gente, su cultura y sus costumbres hicieron que pronto sintiera que la mitad de mi corazón era peruano. Admiro mucho la pujanza de una nación que en los últimos diez años fue capaz de reducir a un 50 por ciento el índice de pobreza.
Estuve varias veces en viajes de misiones, donde hablaba con mucha gente de la sierra peruana. Los recuerdo como personas sencillas acogedoras y con una gran capacidad de asombro. Compartían de su pobreza, a veces mataban y cocinaban para nosotros uno de los pocos cuyes que tenían en el patio de su casita y se sentían ofendidos si nos negábamos a recibir lo que nos ofrecían. Lecciones de generosidad que han quedado para siempre en mi mente y que me han ayudado muchas veces a vencer mi egoísmo.
Me encanta tomar Inca Kola, comer picarones, escuchar música criolla y andina. Disfruto mucho de los valses de la gran Chabuca Grande, así como de las voces de Gianmarco y de Juan Diego Flórez.
Por ello me viene un gran dolor al ver las imágenes de las fuertes lluvias que las últimas semanas han devastado a buena parte de este país. Al cierre de esta edición las cifras señalaban 90 muertos, 20 desaparecidos, 347 heridos, casi 120 mil damnificados y 742 mil afectados. Según Macroconsult las pérdidas en infraestructura ascienden a 3 mil millones de dólares.
Al lamento de hermanos peruanos que lloran porque la lluvia se llevó sus pocas pertenencias o peor aún, sus seres queridos, ha venido el sentimiento y las acciones solidarias no solo de sus compatriotas, sino también de muchas personas comprometidas, también desde Colorado, a entregar sus bienes y su tiempo para hacer más llevadero el dolor que produce esta gran pérdida.
El caso emblemático de Evangelina Chamorro es impresionante. Se hizo viral el video en el que ella fue capaz de nadar en el espeso lodo, contra la corriente y aferrarse de pequeños pedazos de madera. “En todo ese rato tragué lodo, me llené de barro. Le pedí a Dios ‘Dame fuerzas para salir’ (…) me preguntaba ¿qué será de mis hijas sin un padre y una madre?” dijo desde el hospital María Auxiliadora. Y fue el amor, no a sí misma sino a sus hijas, el que la hizo luchar por salir de aquel pantano que estuvo muy cerca de llevársela.
Reconforta el testimonio de personas que se juntan para recolectar y seleccionar alimentos, víveres y donaciones para que a los damnificados no les falte lo necesario. Da esperanza ver el corazón agradecido de tantos peruanos a quienes, por un momento, su tristeza se convierte en gratitud al saber que no están solos. Alienta escuchar las melodías de la canción “¡Arriba Perú!” que recientemente grabaron varios artistas internacionales para seguir sensibilizando, por medio del don de la música, a la sociedad que resiste a hundirse en el agresivo lodo de los huaicos.
“Con más ganas trabajamos, a los nuestros levantamos”; “Y que nada nos detenga, somos una sola fuerza”, son algunas de las frases de esta canción. Causa admiración ver a los socorristas arriesgando sus vidas, nadando entre las corrientes turbulentas para salvar a quienes estuvieron a punto de morir en ellas. Ayudar a los damnificados de estas inundaciones es toca la carne de Cristo. Es hacer vida las palabras que Él mismo dijo: “Todo lo que hiciste al más pequeño de mis hermanos, me lo hiciste a mí. (Mt 25, 40).
En este momento de dolor, tengamos a los peruanos en nuestras oraciones. Cualquier pequeño acto de oración o de caridad que podamos hacer por ellos aliviará un poco su dolor y les dará una dosis de esperanza. Porque como dice la canción “Hoy todos somos peruanos, los latinoamericanos”.
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