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De las tres derrotas de la II República

 
            La primera respuesta que llama a la puerta sería: “porque perdió la Guerra Civil”. Y sí, ésta es, efectivamente, una de las derrotas de las que la izquierda española se siente heredera, la sufrida en la Guerra Civil por el llamado bando republicano. No tenían por qué: la izquierda española podría perfectamente haberse desvinculado de la izquierda republicana exactamente igual que la derecha española se desvinculó de la derecha franquista. Sin embargo no es así: lloran la derrota de la República como propia. Una derrota por demás, particularmente dura cuando tanto como por los aciertos de los vencedores, vino de la mano de los muchos errores cometidos “por ellos” y por la absoluta desunión y odio interno existente entre los propios republicanos. Ahora bien, con ser así, no es la de la Guerra Civil la única derrota sufrida por la izquierda republicana española. Ni lo que es peor, la que más le duele todavía.
 
            Más doloroso es aún para la izquierda española haber perdido la Dictadura. Sí, como lo oyen, haber perdido la Dictadura. Porque lo cierto es que desde 1939 hasta 1975, en España, la izquierda brilló por su ausencia. En España no hubo izquierda: una presencia testimonial y timorata del Partido Comunista… y nada más. Los partidos republicanos, ni estaban ni se les esperaba. El PSOE, ausencia total. El PSOE, el Partido Socialista Obrero Español, desapareció literalmente de la escena: lo más que pudo articular es un esperpéntico gobierno de la República en el exilio que nadie sabe ni dónde tenía sede, y unas siglas enterradas en algún lugar de Francia o de Europa que ya criaban malvas cuando las rescata del olvido la Transición española (algunos de Vds. se acordarán que cuando comienza la Transición española, existían dos PSOES, el autodenominado histórico de un tal Llopis, esa manía de la izquierda por la historia, y el denominado “Renovado” de Felipe González). Por mucho que poco les guste, Franco se les murió en la cama… y eso les duele.
 
            Pues bien, con ser dura, tampoco es ésta la más dolorosa derrota sufrida por la izquierda española en el curso del s. XX. Existe aún una derrota nunca confesada que causa más dolor aún a la izquierda española que la de la Guerra Civil o la de la Dictadura: es la derrota de la República, la de “su” República, la que ellos hicieron y la que ellos gobernaron. Entre otras cosas, porque la República no la perdieron contra Franco o contra el fascismo internacional. La República la perdieron ellos solitos.
 
            Cuando tuvieron el poder pleno para hacerlo, cuando todo el viento les sonreía de cara, con la mirada complaciente de las potencias más cercanas a España, no pudieron parir más que un régimen fracasado, un estado malogrado, en el que el desorden, la miseria, la deslealtad, la desunión, el odio, la muerte, la envidia camparon por sus respetos enseñoreándose de calles y pueblos españoles, de todos sin excepción. Diez mil muertos a causa de su fe, cientos de iglesias y escuelas quemadas, otros tres mil muertos víctimas del bandolerismo callejero, autogolpes de estado, el saqueo del Banco de España, el expolio delos patrimonios personales, las checas, los paseíllos, los jefes de la oposición en las cunetas, elecciones trucadas, la constitución que ellos mismos hicieron mil veces violentada… eso, eso fue la II República Española y no otra cosa. Y lo que es peor, la terrible constatación de que todo lo que decían que iban a hacer, lo tuvo que hacer al final, un dictador: la seguridad social, el trabajo para todos, el orden, la estabilidad, el acercamiento de las clases sociales, la prosperidad… todo eso, creado por un dictador porque los que deberían haberlo hecho, perdían el tiempo en pegarse tiros y en serse desleales a sí mismos.
 
            Y de ahí tanto resentimiento, que no es sino el resentimiento que produce tanta derrota. De ahí esas prisas hoy en hacer leyes en las que escribir lo que los libros de historia no han podido. De ahí que ahora cambien calles y tiren estatuas. De ahí que derriben monumentos, y lo que es peor… que desentierren cadáveres… No se puede caer más bajo. La guerra al cadáver (por algo preguntaban un día al Gobierno en las Cortes si tenía algún plan contra una invasión de zombies). Ni en los peores tiempos del medievo. La famosa “España profunda” que tanto asco les da, rediviva ahora por obra y gracia de aquéllos a los que se les llena la boca prometiéndonos modernidad.
 
            Nunca he entendido que la izquierda española no aprovechara esa circunstancia histórica providencial que fue la Transición para haber acometido una reforma en profundidad, para haber abandonado sus enormes michelines y empezar a lucir joven y delgada, y abandonar sus viejos harapos para sacar del armario sus mejores vestimentas. Nunca he entendido su afán en derribar estatuas en vez de levantar puentes, en desenterrar muertos en vez de echar tierra sobre ellos.
 
            No ha sido así, para vergüenza de ellos, no ha sido así. Ahora toca volver a abrir fosas comunes, ahora toca volver a desenterrar cadáveres… Y todo ¿para qué? No lo van a conseguir: perdieron la Guerra… perdieron la Paz… y perdieron la República… “su” República, la perdieron ellos… Eso no lo cambia nadie. Son unos perdedores y se lamen sus derrotas con un ungüento que, por desgracia para todos, sólo producen los gusanos de las tumbas.
 
            Que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos.
 
 
            Dicen las crónicas de la Transición que también a Felipe González le fue propuesto quitar la estatua de Franco del Ministerio de la Vivienda sito en Madrid, a lo que con una elegancia y un sentido de la autoestima que no demuestra la necrofóbica izquierda española del s. XXI habría respondido: “si no lo pudimos hacer mientras vivía, no lo vamos a hacer ahora que está muerto”. ¿Verdad, mentira? Personalmente me gustaría creer que efectivamente ocurrió. Necesito creer que en toda la izquierda española existe alguien con un mínimo sentido de la dignidad y de respeto por su propia persona.
 
 
            ©L.A.
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