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Con acritud


Para el laicismo el Papa es Currito de la Cruz y Rouco la versión eclesial de Islero. A Martínez Camino, su número dos, tampoco le concede la vuelta al ruedo ahora que deja el cargo de secretario general de la Conferencia Episcopal tras cumplir dos quinquenios al mando de la sala de máquinas del clero español. Al contrario: Juan G. Bedoya le despide con acritud desde las páginas de El País, donde recuerda su pasado de supuesto inquisidor y le reprocha que sea un jesuita situado en la orilla opuesta que Francisco, con lo que sugiere que mientras el Pontífice es un jesuita franciscano, Martínez Camino es un infiltrado del Opus.

En el debe de Martínez Camino también incluye las campañas a favor de la vida del no nacido que ha llevado a cabo la Conferencia. En concreto la que denunciaba que la cría de lince tiene más protección que la cría de hombre. Lógico: esta clase de gente considera que la comparación no viene a cuento porque el gato con botas está en vías de extinción y porque en el mundo animal, viuda negra al margen, manda el macho, por lo que en la especie humana el dominio masculino se ha de compensar con el derecho a decidir. Conclusión: el secretario general es un falócrata.


Bedoya, que no enumera ningún mérito de la gestión de Martínez Camino, lo que o bien resta valor a su juicio o bien evidencia que hace un juicio de valor, también le acusa de promover la beatificación masiva de los religiosos mártires de la Guerra Civil. Echarle en cara esto, además de resultar curioso en un medio que defiende la recuperación de la memoria histórica, en la que no se concibe la amnesia parcial, viene a ser como reprocharle a un clan cualquiera que rotule en la tumba de un ser querido el epitafio tu familia no te olvida.




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