Unidad en la diversidad e Iglesia accidentada (II) BXVI
Es una mezcla de heterogénea. Existe una gran cantidad de personas con fe, pero que no la desarrollan realmente. La gran mayoría de los bautizados tienen una fe personal que les permite sentirse bien con sí mismo, pero que choca con otras personas a lo hora de la vivencia y el compromiso de comunidad. Preferimos no comprometernos porque en el fondo sabemos que no vale la pena chocar entre nosotros. La fe personal siempre es más cómoda y confortable. Cuando hay compromiso tendemos reunirnos en grupos homogéneos que crean sus propios espacios de confort.
Volviendo al símil del puzzle, que utilicé en el post anterior, tendríamos grupos de piezas que se reúnen por color, forma o tipo. A estas piezas les da miedo entrelazarse con piezas de otros colores, porque creen que perderían el carisma que Dios nos ha dado. Muchas piezas andan solas, porque no encuentran un grupo de colores similares a los suyos. Hay piezas que intentan homogenizar todo el rompecabezas y otras pregonan que la unidad ya existe sin que haya que unirse realmente. Consecuencia. Falta de unidad y pérdida de sentido de la acción del Espíritu Santo sobre nosotros.
Hace un tiempo el Papa Francisco nos exhortó a salir de estos guetos de igual color y forma, para encontrarnos con los demás. “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”. Lo cierto es que esta se ha convertido en un slogan en boca de muchos de nosotros. La frase que no ha dado buen resultado, ya que el enemigo sabe que cambiando el entendimiento de las palabras, las ideologías se implantan con facilidad. “Lo dicho el Papa”, es muy útil para distanciarnos más o para homogeneizarnos más y mejor.
La frase se suele abreviar de la siguiente forma: “Prefiero una Iglesia accidentada, que una Iglesia enferma por el encierro”. Se nos olvida todo lo demás y la necesidad de entender lo que dice el Papa dentro de la Tradición y Doctrina eclesial. Con esta frase nos intentan cerrar la boca a quienes señalamos las trampas del enemigo. Nos dice: “el Papa quiere que nos accidentemos antes que estar quietos !Tirémonos por el barranco!” ¿Alguien no se ha dado cuenta de la jugada maestra del maligno?
Hay otras frases descontextualizadas y debidamente ideologizadas que también se repiten con frecuencia, como “Quien soy yo para juzgar…”. Todas ellas son dos herramientas de gran poder para el enemigo. Sirven de vía intravenosa para introducir en la Iglesia el antiguo nominalismo reencarnado en relativismo. Relativismo que se vende como panacea universal que logrará que todos vivamos en paz. Claro, la paz del silencio y de la lejanía mutua:
El relativismo puede aparecer como algo positivo, en cuanto invita a la tolerancia, facilita la convivencia entre las culturas, reconocer el valor de los demás, relativizándose a uno mismo. Pero si se transforma en un absoluto, se convierte en contradictorio, destruye el actuar humano y acaba mutilando la razón. Se considera razonable solo lo que es calculable o demostrable en el sector de las ciencias, que se convierten así en la única expresión de racionalidad: lo demás es subjetivo. Si se dejan a la esfera de la subjetividad las cuestiones humanas esenciales, las grandes decisiones sobre la vida, la familia, la muerte, sobre la libertad compartida, entonces ya no hay criterios. Todo hombre puede y debe actuar solo según su conciencia.
Pero “conciencia”, en la modernidad, se ha transformado en la divinización de la subjetividad, mientras que para la tradición cristiana es lo contrario: la convicción de que el hombre es transparente y puede sentir en sí mismo la voz de la razón fundante del mundo. Es urgente superar ese racionalismo unilateral, que amputa y reduce la razón, y llegar a una concepción más amplia de la razón, que está creada no solo para poder “hacer” sino para poder “conocer” las cosas esenciales de la vida humana. (Card. Joseph Ratzinger, La fuerza de la razón contra el relativismo, 27 y 28 de octubre de 2004)
Siguiendo con el símil del rompecabezas, dialogar, de forma fraterna, nos permite darnos cuenta quienes somos, frente lo que nos han dicho que debemos ser. Nos permite encontrar límites a los postulados ideológicos, sin dejar atrás los ideales que los inspiran. Nos permite encontrar nuestro espacio dentro del rompecabezas, de forma coherente con los dones y carismas que portamos dentro.
Dialogar conlleva negación de sí mismo. Podemos verlo releyendo el episodio Evangélico del Joven Rico. Nos presentaremos ante Cristo, defendiendo nuestras comodidades: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?” y Él nos responderá: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”. Normalmente preferiremos alejarnos, tristes y abatidos. Pensaremos: ¡Qué poco nos ama el Señor”! Nos pide dejar todo lo que nos hace sentir seguros y cómodos. Si alguien nos plantea el problema la tristeza puede convertirse en ira. “¿Quién será este para juzgarme?” Si el hermano le señala los peligros del camino que ha elegido, le diremos airados: “Déjame accidentarme, que es lo que el Papa prefiere que haga. Mejor con la pata rota, que encerrado en tu entendimiento”
Al final, como en el Episodio del Joven Rico, nos miramos todos llenos de miedo y nos preguntamos ¿Quién podrá salvarse? Todos tenemos nuestras riquezas y comodidades. Todos tenemos nuestros caminos preferidos y agradables. Entonces Cristo nos dirá lo mismo que a los Apóstoles:
“Para los hombres esto es imposible; más para Dios todo es posible” (Mt 19, 26)
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