Ideología de género, yihad y laicismo
Al convertir este engendro en símbolo de la sociedad francesa -¿occidental?- se otorgaba una victoria estratégica a la yihad, porque acentuaba la imagen de una cultura, la occidental, que ofende al sentido religioso, y facilitaba la polarización. La defensa de los valores de la sociedad quedaba en manos del paradigma Charlie Hebdo, cuando en realidad es un factor de conflicto y desunión. Se acrecentaba la idea del laicismo como agresión a la religión.
Lo que vino después no lo ha mejorado, un presidente débil y un primer ministro, Valls, jacobino y ambicioso, han proseguido la línea de colocar el laicismo como un estadio superior, integrador y resolutivo de los “desmanes” de la religión. El resultado lo señala Emmanuèle Todd, un ensayista judío: “La laicidad es vista y percibida como una especie de religión de estado agresivamente enfocada contra los musulmanes”, y formula esta regla: “Cuanto más ateísmo militante más islamofobia que, a su vez, alimenta más antisemitismo”. A lo que podríamos añadir y más cristianofobia, para “igualar” las cosas, como demuestra la última portada de Charlie Hebdo.
Pero el laicismo que divide a la población revoluciona a los musulmanes, mejora el caldo de cultivo para que prospere la yihad europea, que en definitiva persigue provocar una especie de guerra civil o, al menos, una guerra de guerrillas en Europa. Además, aleja a muchos cristianos de un estado que no los acoge. Esto último es tan evidente que Sarkozy, al refundar la UMP, el gran partido del centro derecha francés, convirtiéndolo en Los Republicanos, escribió en su Twitter que era una llamada "a todos aquellos para los que el legado de la civilización cristiana no es una opción”. Esto, en la Francia laicista y republicana. En la España monárquica y constitucionalmente amiga de las confesiones religiosas, ni un solo político es capaz de expresarse en estos términos
Y junto con el laberinto francés, el europeo, al que España no es inmune, que puede añadir una nueva amenaza si se confirma que los ataques masivos a mujeres, sobre todo en Colonia (516 denuncias) pero también en Hamburgo (133) y, en menor medida, en Stuttgart y Frankfurt, responden a un plan, como ha aventurado el ministro federal de Justicia Heiko Maas, aunque no existan pruebas fehacientes de ello. En cualquier caso, es verosímil porque respondería a una estrategia de acción y reacción muy potente.
En sociedades donde el feminismo, y cada vez más la ideología de género, son hegemónicos, se planifican acciones que tienen como objetivo dañar a la mujer con la participación, programada o involuntaria, de musulmanes y refugiados. El escándalo puede ser inmenso y en dos frentes. En el del feminismo y la ideología de género y en el del conjunto de los ciudadanos, que sienten los ataques a mujeres como una humillación propia. Esto da lugar a más medidas represivas legales y populares contra los musulmanes y los refugiados, lo que favorece el reclutamiento de la yihad, profundizando así su línea estratégica de abrir un frente en Europa. Esta hipótesis es demasiado mala para que pudiera resultar cierta. En definitiva, sería el uso político de la mujer como conflicto político, un correlato del que hace la ideología de género en sentido opuesto.
En cualquier caso, Europa tiene un problema al que no sabe qué respuesta dar y que, obviamente, no pasa por la receta francesa de más laicismo y más represión policial, porque además, en el problema se mezclan poderosos componentes de desigualdad social.
Para apuntar algo positivo diría, a vuelapluma, que Europa, sus estados, necesitan articular una respuesta, que junto con unas medidas de seguridad razonables, contemple los siguientes aspectos: 1) Que vuelvan a funcionar el “ascensor” y las medidas de cohesión social. 2) Que se supere el fracaso educativo, más agudo en unos países que en otros, pero real en la mayoría, sobre todo referente a los chicos. 3) Que existan perspectivas reales para los jóvenes con independencia de su origen familiar y confesión. 4) Que se renueven los acuerdos fundamentales basados en el reconocimiento positivo de la dimensión religiosa y el legado de civilización cristiana que nos aporta fundamentos y horizonte de sentido; laicidad del estado entendida como neutralidad en el espacio público de su papel y no injerencia en la vida religiosa. 5) Instituciones inclusivas, pocas pero potentes, de las que seguramente el ejército es una de ellas. 6) El reconocimiento positivo de las comunidades que constituyen una dimensión necesaria de cada persona.
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