San Alejandro el Acemeta, abad.
San Alejandro el Acemeta, abad. 15 de enero.
La "vita" de Alejandro la escribió un discípulo suyo, así que nos llega de primera mano. Un tanto adornada y en estilo hagiográfico, pero válida. Según esta, Alejandro era asiático y se educó en Constantinopla y aunque parecía que se inclinaría hacia el estado clerical, entró al ejército, alcanzando grados militares. Nunca abandonó la lectura de las Escrituras y precisamente, cuando se preguntaba qué hacer con su vida espiritual, leyendo el Nuevo Testamento vino en su ayuda con la frase de Jesús al joven rico: "si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme" (Mateo 19, 21). Y fue lo que hizo nuestro Alejandro, vendió sus bienes, socorrió a los más necesitados y se internó en las soledades de Siria, donde vivió siete años en el desierto. Allí estuvo hasta que el celo apostólico le llevó al mundo. Entró en Edesa y habiendo una fiesta en honor de los dioses locales, incendió el templo. Por supuesto que fue capturado y llevado ante Rábulo, el gobernador, el cual le libró de las turbas airadas, metiéndole en la cárcel para juzgarle con calma y sin el calor del momento.
Todos los días Rábulo hacía ir a su presencia a Alejandro, para oír su doctrina. Alejandro le enseñaba la verdad que enseñan las Escrituras. Un día que leía el ciclo de San Elías (20 de julio; 12 de enero, la Ascensión al Paraíso, y 20 de junio, traslación de las reliquias a Constantinopla), leyó como el santo profeta hizo caer fuego del cielo para consumir su sacrificio (1 Reyes, 18). Al oír este pasaje Rábulo le dijo "Esos son cuentos. Si el Dios del que hablas ha hecho esas maravillas entonces Él podría obrar ahora. Clama a Él para que envíe fuego la tierra para que yo pueda ver y creer". Al instante, lleno de confianza, Alejandro, se volvió hacia Oriente, extendió sus brazos y oró a Dios. Entonces cayó fuego del cielo y consumió las esteras que habían sobre el suelo, sin dañar nada más. Y el gobernador dijo: "El Señor es Dios, el Señor es Dios!" Fue bautizado con toda su familia y esclavos. Además, renegó públicamente de la idolatría rompiendo todos los ídolos que había en sus casas. Posteriormente consagrado obispo de Edesa, y sería un gran apologeta de la fe cristiana.
Luego de esto Alejandro se fue al desierto, pues se había enterado de una banda de ladrones, y quiso salvar sus almas, como Jesús en la cruz había salvado al ladrón. Merodeó por el desierto hasta que los mismos ladrones le atraparon. Y no perdió el tiempo, pues les predicaba a tiempo y destiempo, logrando se arrepintiesen de sus pecados y quisieran cambiar de vida. Para empezar, Alejandro les bautizó. Cuando bautizaba al jefe de los ladrones, Alejandro vio que este musitaba unas palabras, y le preguntó que era aquello que rezaba. El ex ladrón le dijo: "He sido un gran pecador, y temo que mis viejos hábitos regresen. Pedí a Dios que, si era su voluntad, me dejara en paz, ahora que mis ojos han visto su salvación" (Cf. Lc. 2, 22-32). Y Dios, para salvarle del todo, lo llevó consigo a los ocho días del bautismo, vestido aún con la vestidura blanca que conservaba puesta. Alejandro quedó, de alguna manera, como jefe de aquellos cincuenta antiguos ladrones y neófitos, por lo que, para cuidar de su nueva fe y su vida espiritual, convirtió en improvisado monasterio la guarida de los ladrones. y allí, donde antes sólo había paganismo, peleas y delitos, ahora había una comunidad unida en el amor a Dios y entre ellos. Se iniciaron en el ayuno, la oración y la predicación en las aldeas y ciudades cercanas.
En Palmira, ciudad cristiana, les ocurrió que los habitantes cerraron las puertas de la ciudad, diciendo que esa gran cantidad de monjes devoraría todos los productos del mercado, y cómo vivían de limosnas, les arruinaría. Entonces Alejandro y sus monjes se detuvieron fuera de la ciudad durante tres días, y la gente pagana de alrededor les traía comida, que los monjes aceptaron y pagaron con el alimento de la Palabra de Dios, convirtiendo a muchos. Después de que Alejandro constatase que no les dejarían fundar su monasterio allí, tomó los Evangelios y gritó: "¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad". Y partieron todos hacia Antioquía, donde Pedro, hermano de Alejandro, era abad de un gran monasterio. Al llegar, el portero vio tantos monjes y dijo a Alejandro que esperasen fuera, que preguntaría al abad para que este les diese permiso de entrar, o no. Pero Alejandro se metió en el monasterio y fue tras él a la habitación de su hermano, que se echó a sus brazos. Pero Alejandro dijo: "Nuestro padre Abraham salió él mismo a recibir los extranjeros y los invitó a entrar, y nuestro Señor Jesucristo exhortó a sus seguidores a mostrar hospitalidad, pero tú echas fuera a los caminantes, ¡y crees que haces un favor al admitirlos!" Y se volvió, negándose a comer en el monasterio de su hermano.
Además, tuvo problemas con el obispo Teodoto, que tampoco quiso permitirle la fundación en la ciudad de Antioquía, así que Alejandro y los monjes acamparon a las afueras de la ciudad y comenzaron a orar y cantar, atrayendo a los antioquenos, que les condujeron a una antigua casa de baños, donde les establecieron. Allí Alejandro fundó un hospital para atender a los enfermos y pobres. Pero poco le duró la paz, pues un diácono de la iglesia de Antioquía, llamado Malco, hizo barullo con otros clérigos, que protestaron ante el obispo y el gobernador por permitir que aquellos ladrones se establecieran en la ciudad. Y se fue el diácono y sus adeptos al recién fundado monasterio y Malco gritó a Alejandro: "¡Sal fuera, tú bribón!" Alejandro solamente citó el Evangelio diciendo: "El nombre del criado era Malco" (Juan 18, 10). Y entre todos les sacaron de la ciudad a pesar del pueblo. Y sin embargo, salieron más de los que entraron, pues muchos hombres de la ciudad se les unieron para profesar la vida monástica.
Todos se dirigieron a Crithene, donde veinticuatro monjes de Alejandro se unieron al monasterio que allí había, donde se vivía observantemente. De allí se fue a Constantinopla, seguido de trescientos monjes. Fundó un monasterio con la regla de San Basilio en Gomon, Bósforo, cerca Constantinopla. Alejandro estableció seis turnos de coro, divididos en monjes griegos romanos, y sirios que se sucedían uno a otro. Cada coro cantaba la salmodia dos veces al día durante dos horas. Así completaban las veinticuatro horas del día y a toda hora se alababa a Cristo, permaneciendo vigilantes los monjes, como las vírgenes que esperan al Esposo. Este modo de orar incesante, hizo correr la creencia que aquellos monjes eran acemetas, o sea, que no dormían nunca, pues siempre estaban en el coro. En Constantinopla estuvieron un tiempo, pero su modo de vida y su pasado agradaba a pocos. Así que los poderes civil y eclesiástico intervinieron y se disolvió el monasterio. Alejandro y los monjes fueron encarcelados y golpeados y maltratados en diversas formas. Al ser liberados, volvieron a reunirse y formaron una comunidad monástica, retomando su vida “insomne”. Se desconoce cuando murió Alejandro, que fue sepultado en el monasterio y su tumba se veneró durante siglos, hasta la caída de Constantinopla, cuando el monasterio fue saqueado y destruido. Ni siquiera la historia fue leal con Alejandro, pues muchos tuvieron a San Marcelo Studita (29 de diciembre) como el fundador de los acemetas, los cuales desaparecieron en el siglo VI.
Fuente:
-"Vidas de los Santos". Tomo I. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD.
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