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Cuando oras, ¿con quién hablas?

Cuando oras, ¿con quién hablas?

 No es extraño encontrarnos hoy, por la escasa experiencia espiritual cristiana, con preguntas muy simples que hacen dudar hasta de lo más elemental. Por ejemplo: Tú, ¿con quién hablas cuando dices que oras o que rezas, ¡o como sea eso!

 Para muchos, esta aparente razón (o fuerte argumento), socaba la oración y la generosidad para hacerla o mantenerse en ella. La duda conlleva además sus perniciosos efectos. Y se dicen: Por mucho que hable con Dios, ¿no estaré encerrado en mi propio yo? Todo ese hablar, ¿no será una proyección ilusoria de mí mismo? ¿No será mi oración tan solo un espejo en que se proyectan y reflejan las propias fantasías? De hecho, si a Dios no se le ve, si no responde, es segura que está, que me escucha?

Todo esto, más que llevarnos a la duda real o enfermiza, debe ayudarnos a purificar nuestro modo de orar y estimularnos a realizar mejor nuestra relación de amor y comunión con el Dios vivo y verdadero, que eso ha de ser la auténtica oración.

 Ya desde antiguo nos han advertido los espirituales, que si queremos orar en espíritu y en verdad, con autenticidad, nos hemos de preguntar: “Qué estamos haciendo realmente cuando oramos”. Esto sí es fundamental. Busquemos un poco de luz.

Lo primero es que Dios ciertamente escapa a toda verificación. Y por tanto, no se puede confundir con nuestras representaciones, símbolos o ritos e incluso con los propios y profundos sentimientos y experiencias. Dios no es la paz o el gozo que experimentamos en nuestro interior, por ejemplo. Dios no se deja manejar. Es siempre “el Otro”, “siempre es mayor”, está más allá de todo. “A Dios nadie le ha visto jamás”, dice Jesús mismo en el Evangelio.

Siendo Dios la discreción suma y nosotros no poder entrar en contacto con Él, si no es a través de las realidades sacramentales, por ser signos eficaces de su gracia o presencia viva, la oración viene a ser una de esas vivencias que podemos llamar “sublime”, porque, de manera muy simple, favorece el “contacto directo” y lleva a la “experiencia inmediata” con Dios. Me explico.

Dios está aquí, muy dentro de  mí, y yo me detengo y dejo todo para estar a solas con Él en mí. -sin huir de nada ni de nadie-,  y sólo revestido de fe total, ardiente esperanza y amor hecho vida, no sentimiento; entonces, no sólo estoy en el ámbito de Dios, por la fe, abierto y esponjado de todo y en profundidad, por la esperanza, sino que, además, y en base al amor, “entro” en su mismo corazón trinitario. Ahí y así, sea que hable, piense o calle, mi experiencia y relación es con Dios mismo; consciente, como dice san Juan de la Cruz, de que “el lenguaje que Dios más oye es el callado amor”. ¿Necesito más para saber con certeza que en la oración hablo directamente con Dios? Sí, tan sólo hacer la experiencia.

Lo importante es desde dónde hablamos. Ha de ser desde un corazón humilde, sencillo y contrito, dilatado al infinito por la fe, la esperanza y el amor. En tales condiciones, porque ama, el orante ensalza a Dios: porque recibe, canta su agradecimiento; porque sufre, grita su queja; porque peca, implora perdón, y porque quiere creer busca su rostro y más aún su corazón. No se contenta con menos. ¡Y por cierto: da con él! 

                                                    *  *  *

Ahora puede ser ese momento. No te preocupes de nada. Ponte a orar, dando lo siguientes pasos:

 1.- En la paz del rincón orante y envuelto por la Palabra expuesta. Recógete sereno y bien sentado. La luz discreta, no excesiva, favorece la quietud recogida y te centran en el aquí y ahora de Dios y tuyo. Este lugar es santo. Las personas presentes también… Quédate… Él está para ti… Ábrete como la rosa al sol y acógelo.

2.- Oportunamente, es conveniente que le supliques, como hijo a Padre, el don del Espíritu Santo: Padre, en el nombre de Jesús, dame tu Santo Espíritu… Es bueno que lo repitas cuanto te parece que lo necesitas. Padre, ¿qué puedo decirte sin Él…? Él… tu mismo Amor en mí… te dirá mejor lo mío… Y lo meterá en tu Corazón… Él, sí… yo solo no… Padre, que el Espíritu acreciente en mí la fe, la esperanza, el amor… Ahora mismo…, ya mismo… Padre… Haz todo esto sin prisa.

3.- Ahora activa tu fe, esperanza y amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo PRESENTES muy dentro de ti… No solo te miran muy dentro de ti… Están derrochando Amor a ti, muy dentro de ti.  Amor y Vida compartidos entre ellos y contigo…, muy dentro de ti…Lo quieren y lo hacen… muy dentro de ti… Quiérelo tú también…, muy dentro de ti… Consiente en ello tú también, muy dentro de ti… Así estás en comunión de vida y amor con Dios Trinidad.

4.- Quédate así cuanto te lo pida tu yo profundo hecho de fe, esperanza y amor. Ya lo sabes: el callado amor es el lenguaje que Dios más oye… Y si ese yo profundo que eres, “grita” de júbilo o de dolor o de deseo, o de…, déjale hacer, consiente en ello. Lo dices a Él. Él es todo oídos.

5.- No rompas bruscamente tu oración. Un entro profundo no termina así. Hazlo pausadamente… Tal vez con monosílabos: Padre… Sí… Gloria… O quizá mejor: Amén. Amén. Amén… Te espera la vida, los otros, y en todo eso Él mismo. Trata de ser don.

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