"De devociones absurdas y santos amargados, líbranos, Señor"
Ahora bien, ¿cómo hacerle ver a un joven que lo que identificaba con la fe católica, nunca tuvo una relación con lo que verdaderamente enseña la Iglesia? No se trata de violentar, tampoco de imponer o acusar de ignorantes a todos los de su alrededor, pero sí hay que irle enseñando a desmitificar lo que ha ido aprendiendo. De otra forma, se sumará a la lista de los nuevos ateos que, sin conocer realmente las bases filosóficas del ateísmo, asumen dicha posición por no encontrar otra forma de rechazar las devociones que, en palabras de Sta. Teresa, resultan absurdas. Una devoción es válida en la medida en que acerca a Dios que se hizo visible en Jesús. Si en lugar de eso, lleva a un intercambio mágico de intereses, lo mejor es cortar por lo sano.
En la expresión “santos amargados”, santa Teresa, conociendo las exageraciones de una contemporánea suya que, a fuerza de penitencias fuera de lugar, atraía a las personas con un toque que hoy podríamos calificar como “amarillista”, nos quiere advertir sobre el riesgo de espiritualizarnos al punto de perder los pies de la tierra, cayendo en un cierto folclore que desvirtúe la figura de Jesús de Nazaret. Nótese que estamos hablando de santa Teresa. Alguien que supo sacrificarse en favor de la evangelización, pero no desde la amargura o la angustia. Dios quiere que seamos felices. Y, aunque conlleva luchas y esfuerzos, al final nunca hay que exagerar, sino concretar la fe en la vida. No es negar la cruz, sino llevarla, pero con paz.
¿Por qué se alejan los jóvenes? En gran medida, por nuestra forma de vivir y presentar la fe. Por eso hay que confrontarla con la del Evangelio. ¿Es la misma o le hemos puesto tantos agregados que es otra cosa? Por ejemplo, San Juan Pablo II, vivía una fe capaz de contagiar. En él, aparecía una persona realizada, que mientras pudo iba a esquiar, reuniéndose con amigos y haciendo de la vida algo más humano. En cambio, luego presentamos supuestos testimonios que, en vez de animar, no solo asustan, sino que desaniman por su radicalidad tanto en un sentido progresista como ultraconservador. Ni una cosa, ni la otra. Por eso las palabras de santa Teresa, como el resto de sus obras literarias, son de actualidad.
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