Edad biológica, 27. Edad religiosa, 11
Los conceptos, las impresiones, que hoy tienen muchos jóvenes sobre la fe, son ideas que aprendieron a los 11 años. ¿Qué hay de malo en ello? En principio, nada, porque hay que partir de algo, pero el problema es la disociación con la edad biológica. Cuando alguien tiene cuatro años, hay que enseñarle con un lenguaje de esa misma edad, pero al crecer, al madurar, debe darse una adaptación ascendente. La fe no es una idea, pero sí una experiencia que requiere ser retomada a la luz de la razón, de la ciencia, porque somos seres inteligentes. Por ejemplo, en el tema del Espíritu Santo, la mayoría solamente identifica sus signos: agua, luz, fuego, regalo, etcétera, pero ¿lo conocen como aquel que orienta en las grandes decisiones?, ¿saben que hay aspectos intangibles y, al mismo tiempo, verdaderos, como el amor o la poesía? No, se le limitan a una imagen, en vez de entrar en la dinámica de su significado. El problema es que casi nadie hace un alto para explicárselos. Asumimos que lo saben, que los anteriores se lo dijeron, pero ¿si no es así? Es necesario madurar, crecer, interpelar, cuestionarse y estar en condiciones de ofrecer material apropiado. No solamente libros, sino recursos multimedia que, en pocos minutos, los actualicen y ubiquen en su edad. Al estudiar el Génesis, hay que enseñarles que la revelación divina que contiene no va dirigida al “¿cómo se creó?”, sino al “¿para qué se creó?”. De relativismo nada, pero de fideísmo tampoco. Antes bien, “fides et ratio”, fe y razón, como lo recomendó el papa Juan Pablo II en su encíclica (1998) del mismo nombre.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando vemos el mundo con 30 años, pero empleando argumentos que aprendimos a los once sin haberlos llevado a una nueva etapa de madurez? Una crisis. De tal forma que nuestro problema no es el ateísmo, sino la falta de proceso y cultura religiosa entre las nuevas –y no tan nuevas- generaciones. El proceso de recuperación es largo, pero necesario. Hay que empezar por cuestionarnos y, desde ahí, formar a los que forman en esa misma dirección, reconociendo las habilidades y talentos de todos los que de una u otra manera están colaborando.
También hay que superar el error de pensar que los jóvenes entienden poco, al punto que, en vez de enseñarles algunas nociones básicas del pensamiento de Santo Tomás de Aquino, nos quedamos con frases o manuales que, en un libro de autoayuda, tienen su valor, pero no necesariamente en el campo filosófico –y existencial- de la fe. Por eso es muy importante ayudarlos a crecer de manera integral.
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