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El orden social y el jurista

Como estamos viendo, es muy dificil la paz social entre los hombres mientras el hombre esté en guerra con Dios.

Escucha Israel: “Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por los reyes y por todos los que ocupan cargos, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro”. (1 Tim 2,1-15).

Las relaciones económicas y políticas, las estructuras sociales, e incluso los procesos económicos, políticos y sociales, se formalizan en normas y decisiones con un valor jurídico.  Todas esta relaciones necesitan  la existencia del Derecho, tanto en su dimensión de Derecho Natural, como de su plasmación en los ordenamientos positivos. Ahora bien, el Derecho no son fórmulas o reglas abstractas, sino la institucionalización de la vida humana es  uno de los ejes sobre los que se desenvuelve la vida social.

Así, Ulpiano en el Digesto hacía del jurista un “sacerdote de la justicia” pues “profesa el arte de lo bueno y de lo justo”, anhela hacer buenos a los hombres. Es por tanto el derecho algo que se profesa, más allá de una mera “profesión”.  

El derecho implica un reino de valores espirituales de la convivencia que exigen en nosotros una capacidad de estimar, y una sensibilidad emotiva que nos lleve a querer impulsar la realización de esos valores. Y esta capacidad para estimar y esta sensibilidad emotiva, no están igualmente desenvueltas en todos los hombres.
De esta manera sólo quien sepa estimar plenamente el valor de la justicia en su proyección individual y social, quien sienta su emoción, y quizá su pasión, podrá ser un buen jurista. Supongo que en todos los hombres, hay una estimación básica y elemental de la justicia que debemos avivar, pero sólo tendrá vocación de jurista aquel que sienta plenamente y sea capaz de amar y de sufrir por la justicia. Aquellos a quienes la justicia, como se dice vulgarmente, los deja fríos o la posponen a sus intereses, serán malos juristas, por mucho que pueda ser su saber, pues  les falta esa estimación y esa emoción del valor cardinal del Derecho.

Pero el Derecho implica algo más. El Derecho no exige sólo una firme voluntad de dar a cada uno lo suyo. Supone también que lo que me prometieron se cumplirá, que nadie me perturbará en la pacífica posesión de lo que tengo; supone saber lo que puedo o debo hacer y lo que me está prohibido.

El notario que fija en una escritura las obligaciones a que las partes se comprometen; el juez que discrimina en una cuestión dudosa, cual sea el derecho que debe ampararse, o el funcionario que define la situación jurídica de un administrado… Todos están colaborando a esa pacífica y segura posesión de la justicia con que se define el orden de la convivencia social.

¿Cómo mediremos pues esa vocación o esa aptitud para el Derecho?

El gran objeto de las ciencias jurídicas, es el orden de la vida humana en la convivencia social. Por eso no hay mejor definición del Derecho que la que lo refiere al valor clave de la convivencia social: la justicia. Dar a cada uno lo suyo es la unidad de esa medida de las relaciones humanas. Esta definición de justicia tiene un profundo sentido humano: cuando defiendo mi derecho, defiendo lo que es mío, lo que me pertenece. Cuando otro clama por su derecho, pide lo que, por ser suyo, se le debe. Lo suyo de cada uno, lo mío y lo tuyo; lo nuestro y lo vuestro; lo suyo del individuo y lo suyo de la sociedad; El Derecho distribuye así ese mundo complejo de la vida social. Debo a los otros lo que es suyo; pido lo que es mío; debo al Estado lo que es suyo, lo que le pertenece; y él me da lo que me debe como mío.

Con esa compleja trama de medidas y relaciones el Derecho asume una doble función vital: define el orden de la sociedad estableciendo el equilibrio de lo que es suyo de cada uno; y es un instrumento de la vida humana individual. Me da lo que es mío, lo que necesito para el desenvolvimiento de mi vida: estas ropas con que me visto, estos manjares con que me alimento, este techo con que me cubro.

Mi vida entera está apoyada en ese quicio de la justicia, en equilibrio con la vida de los demás, con lo que le es suyo, de otro, y con lo que también debo como suyo a la sociedad. El Derecho lo atribuye, lo defiende y lo garantiza.

La tarea del jurista no es sólo contemplar esta jugosa vitalidad del Derecho, sino afirmarlo, definirlo, defenderlo. Necesitamos saber lo que se debe a cada uno en esa situación concreta que se encuentra en la vida social; necesitamos que lo que es justo, esto es, lo que le es debido, se le dé efectivamente; y que no sea privado de esa pacífica posesión de aquello que le pertenece.

Ahora pensemos en lo que significa una injusticia. Todos por desgracia, grande o pequeña tenemos esa amarga experiencia; alguna vez, alguien fue injusto con nosotros. Me privaron de mi derecho; y al no dar a cada uno lo suyo, no sólo hirieron mi vida, sino que también, grande o pequeño, causaron un desorden en la sociedad, donde dejó de estar cada uno en su puesto, en la pacífica posesión de lo suyo. Para saber lo que es suyo de cada uno y para defenderlo, mantenerlo o repararlo, se ejerce la profesión del Derecho. ¿Habrá profesión más noble ni más emocionadamente humana? La justicia y la injusticia no se presentan muchas veces con patente evidencia, sino que se enmarañan en situaciones complejas en que es necesario no sólo un claro sentimiento de lo justo, sino una aguda pericia, una gran experiencia y una exquisita competencia para dar a cada uno lo suyo.

Para penetrar todas esas sutilezas, existe todo ese inmenso aparato de la justicia con sus acciones y excepciones, con sus fórmulas y procedimientos, con sus pruebas y alegaciones, con sus tribunales y apelaciones, en que se aquilata hasta el último quiz de la justicia. Por eso  el Derecho es una profesión, un saber técnico especializado. Pero esta pericia jurídica no es solo conocimiento de reglas, sino profundo saber de la vida, de la sociedad, de la historia, de los principios de la justicia, de las relaciones económicas, en fin, de todos esos otros contenidos que hoy se articulan en ciencias sociales diversas.

Por eso, no todos los hombres pueden ver siempre con claridad lo que es justo, cegados muchas veces con su propio interés, ni pueden reclamar su derecho, ni moverse con soltura por  esos cauces en que se depura la justicia humana. Por eso los romanos, maestros del Derecho, llamaron a la jurisprudencia: ciencia de lo justo y lo injusto, ciencia de las cosas divinas y humanas.

 
UnhombreUnamision.org
 
 

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